domingo, 23 de mayo de 2021

Nunca dejes de sufrir

Cincuenta puntos en los primeros diecinueve partidos (no se puede decir primera vuelta ya que, realmente, no lo era). De cincuenta y siete, cincuenta. Increíble. Dos empates y una derrota (casualmente contra el Real Madrid, y por incomparecencia. No hicimos nada). Eran excesivos aquellos cincuenta puntos. Marcos Llorente seguía desatado. Luis Suárez perdonaba poco (¿no hay otro jugador que les sobre a Madrid o Barcelona?). Oblak seguía siendo Oblak. Lemar era (cien años después) el jugador que habíamos fichado. Carrasco había vuelto de China siendo cien veces mejor que el que se fue (la calidad china va a más). Pero, cuando el partido se torcía, la suerte estaba de nuestro lado. Y jugando bien y con el viento a favor, cincuenta puntos. La gente me felicitaba. Lo tenéis hecho. La Liga es vuestra. ¿Nuestra? En una Liga de tres puntos las ventajas se esfuman. Y, además, que somos nosotros. Que Atlético de Madrid, ganar y fácil en la misma frase es un imposible. Teníamos cincuenta puntos y, por un fatalismo inoculado en mil batallas (el pesimismo, el optimismo y la experiencia) yo tenía temblor de piernas y mucho miedo ante la certeza de lo que se avecinaba.

El siguiente partido fue contra el Celta en casa. Empezaron ganando, remontamos y nos empataron en el último minuto. Se había acabado la buena suerte. No era aquel empate. Era lo que significaba. ¿Supersticioso? Mucho.

El siguiente ganamos en Granada. 1-2. El Atlético ya no es un equipo binario (0-1, 1-0). Necesitamos marcar dos goles porque siempre nos marcan. Después vienen los dos partidos contra el Levante. Ahí supe que no ganábamos la Liga. En dos partidos que pudimos ganar fácil por cómo jugamos, un punto. El balón no entraba. Veinticinco tiros a puerta. Y, en una contra, a hacer puñetas. La ventaja empieza a esfumarse. En cuatro partidos nos hemos dejado lo mismo que en los primeros diecinueve. ¿Pesimista? La suerte nos había abandonado. Lesiones, cuarentenas. La sanción (de chiste) a Trippier. Quedaban quince partidos y la sensación de que acabaríamos muriendo en la orilla no es que tomase cuerpo. Es que era una certeza.

Ganamos en Villarreal (un campo maldito. Inyección de moral (¿y si…?)). Empatamos en casa con el Madrid porque no rematamos ni un partido y siempre dejamos vivos a los rivales. Ganamos (agónicamente) al Athletic. Empatamos en Getafe porque sólo quisimos ganar en los últimos veinte minutos (el Atleti siempre me deja la sensación de qué hubiese pasado si hubiésemos querido). Ganamos 1-0 al Alavés en casa parando Oblak un penalti a falta de cinco minutos (Savic, mira que has hecho buena temporada pero te hubiese matado con mis manos ese día). Decían que teníamos buen calendario, pero, ¿qué calendario? ¡Si hacíamos buenos a todos los rivales! ¡Si el de enfrente nos daba siempre un baño de fútbol, fuera quien fuese! En aquel momento ya mi corazón pidió una excedencia, mis no canas se pasaron a canas y mi estado nervioso era permanente. Y todavía quedaba lo que quedaba.

El Sevilla nos gana bien (parando Oblak otro penalti) aunque tuvimos el empate al final. Empatamos en el campo del Betis después de ponernos por delante. La sangría de puntos está incontrolada. Ya no es que sepamos que vamos a morir en la orilla. Ya sólo se trata de saber cuándo va a ser nuestra muerte. Porque no vamos a ganar esta Liga. Es imposible.

Ganamos al Eibar (5-0. Es posible ganar bien). Ganamos con cierto apuro al Huesca. Vamos a San Mamés. El Athletic lleva diez partidos sin ganar. Ha perdido dos finales de Copa. Está deseando que termine la temporada. Se ponen por delante. Empatamos. A falta de cinco minutos, nos meten en un córner el 2-1. Ya no puedo más. Deseo con toda mi alma que el Barcelona le gane al Granada ese jueves el partido que tiene aplazado y nos pase y que termine esta agonía.

El Barcelona pierde con el Granada en casa después de ir ganando. Bola extra. Nos da otra vida. Vamos al campo del Elche. Jugamos bien. Nos ponemos por delante. Y después, lo de siempre. En el último minuto tiran un penalti al palo (volvía de Castellón con el coche lleno de nadadores. No sé el concepto que tenían los amigos de mi hijo de mí. Sé el que tienen ahora. Qué manera de jurar, gritar y saltar). Vamos al Nou Camp. Si perdemos, nos adelantan. Jugamos un partidazo yendo a por el partido con ganas. Pudimos ganar. Pudimos perder. Empate. Bola extra. Otra vida. El Madrid juega al día siguiente contra el Sevilla. Si gana, se pone líder. Empata (por los pelos). Bola extra. Otra vida.

Nos quedan tres partidos. Dos en casa (Real Sociedad y Osasuna) y uno fuera (Valladolid). Si ganamos los tres somos campeones. No puedo pensar en tres partidos, en nueve puntos, vista la angustia de la segunda vuelta. El partido a partido no es una frase hecha sino la única opción vital cuando la orilla está cada vez más cerca y sabes que vas a morir. Real Sociedad. Después…no hay después.

El partido es a las diez de la noche. Muy tarde. Dudo, ¿lo veo o no lo veo? La duda es tonta. No voy a dormir igual así que, ahí estamos, mi hijo y yo a las diez frente al televisor. La Real viene con muchos chavales. La temporada la tiene hecha. Nos ponemos dos a cero. Y después, en vez de meter el tercero, les regalamos el balón y el campo. Y aquellos serán chavales pero saben jugar al fútbol. Y Oblak empieza a salvarnos. Hasta que nos marcan. Faltan diez minutos. Y el descuento. Diez minutos andando por toda la casa, sin poder gritar (no son horas), sufriendo. Cuando pitan el final el abrazo con mi hijo es de antología. Osasuna. Tengo lo que queda de noche y tres días más para prepararme para el partido siguiente.

Salimos en tromba. Pero el balón no entra. Luis Suárez está negado. Nos anulan dos goles. El partido me recuerda cada vez más al segundo contra el Levante. En cuanto tengan una contra nos cazan. Seguimos fallando. Llega la contra. Paradón de Oblak. Reclaman. En la repetición se ve claro que el balón ha entrado. Gol de Osasuna. Quedan quince minutos. Mi hijo se levanta y apaga el televisor. Yo me pongo la mascarilla y me voy a la calle.

Había que comprar no sé qué. Iba andando con lágrimas en los ojos. Esto me lo sé. Lisboa. Milán. Otra vez. Otra vez. Pensé que podría haber otro milagro, que, tal vez, el Bilbao le empatase al Madrid y nos diese otra vida. Pero sólo mi mente podía ser optimista. Mi corazón, mi estómago, estaban desolados. Otra vez. Otra vez. Abro la puerta de casa y sale mi hijo corriendo -¡Dos! ¡Dos! -¿Dos qué? -¡Dos uno! ¡Dos uno! Voy al televisor. Estamos en el descuento. Soy yo el gafe. Salgo de casa (¿supersticioso?). Empiezo a subir y a bajar escaleras (creo que llegué a los doce pisos). Entro cuando sé que el partido se ha acabado. Vuelve a salir mi hijo. Sonríe. El abrazo es apoteósico. Gritamos los dos. Es un milagro. Es un milagro. Estamos vivos. Seguimos vivos. Queda un partido. Sólo un partido.

El partido era el sábado. El jueves ya dormí mal. Tenía buenas sensaciones. Ellos se jugaban la vida. Tenían que salir abiertos. La Real les había metido cuatro la semana anterior. Preveía un partido como contra el Albacete en el noventa y seis, con un dos cero en el descanso. Aún así, el jueves dormí mal. Y, el viernes, peor.

A las seis empieza el partido. Ahí estamos mi hijo y yo con nuestras camisetas rojiblancas puestas. Los días grandes uno se viste con solemnidad. No salimos en tromba. No salimos a por el partido. Hoy toca especular. Hoy toca hacer bueno a nuestro rival, que se crea que es capaz. Y en un córner a favor nuestro (Cholo, ¿nunca te has planteado renunciar a los córner? No sólo somos inofensivos sino que, de vez en cuando, se nos vuelven en contra), nos hacen un contraataque de libro y 1-0. Nos quitamos las camisetas oficiales (por superstición, por supuesto) y nos ponemos las de remar porque hoy tampoco va a ser fácil y la posibilidad de morir en la orilla es absolutamente real. El Real Madrid también va perdiendo, pero eso no hace que nos podamos sentar. Empata Correa con un gol que se inventa. A Luis Suárez le regalan un pase y él no está para perdonar esto. 2-1. El Madrid sigue perdiendo. El partido avanza. Seguimos sin sentarnos. No rematamos el partido. Parece difícil que podamos perder la Liga. El Madrid tendría que marcar dos goles y, el Valladolid, uno. El Madrid marca dos goles. Qué cinco minutos. Qué cinco minutos. El Valladolid está en Segunda. El Elche va ganando. Da igual. Vamos a morir en la orilla. Vamos a morir en la orilla. Lo sé. Lo sé. El árbitro pita. El abrazo es antológico, apoteósico, sublime, colosal, homérico, glorioso. Somos campeones. Somos campeones. Hemos vuelto a ganar la Liga.

Vuelvo a lugares ya transitados. No es muy inteligente confiar tu felicidad a algo en lo que no tienes la menor influencia, que no depende de ti. La pasión no se rige por la razón o, por decirlo de otra manera, tiene su propia razón, de ahí que, tal vez, se pueda compartir pero jamás explicar. Y luego está el fanatismo o la devoción por unos colores. Uno no elige a su equipo de fútbol. Es el equipo, siguiendo vericuetos y circunstancias, el que te elige a ti. Y a mí (y a mi hijo. Y a mi hermano) me (nos) tocó ser del Atleti. Y llevamos con orgullo y con resignación nuestra ininteligencia. Y ahora me diréis que voy a empezar con los tópicos colchoneros pero es que son una verdad como un templo y este año ha sido la prueba definitiva. ¿Puede ganar el Atleti? Puede. ¿Puede ganar fácil? Imposible (de once Ligas, diez en la última jornada. Esto es un dato). ¿Nos cuestan las cosas más que a los demás? Seguro. ¿Hay una mente retorcida que pensó –vale, este año vais a ganar la Liga vosotros pero, a cambio, me vais a dar cinco años de vuestra vida? No me cabe ninguna duda. ¿Hemos nacido para sufrir? No. Hemos nacido para la felicidad y para el placer pero esto es lo que nos ha tocado. Y nunca me acostumbraré a sufrir tanto. Nunca. Y si hubiese un médico que curase ser del Atleti creedme que me plantearía ir a ser tratado.

Pero hoy me he despertado y he pensado –soy campeón de Liga.

Y este año la mente retorcida no nos ha puesto un Lisboa en el camino que nos impida disfrutar de este momento.

Somos campeones de Liga.

Soy feliz. Simple y feliz.

La vida puede ser absolutamente maravillosa.

2 comentarios:

GARRATY dijo...

Sabes que me alegro, un poquito, por tí.
Mi única duda con el Atleti es si ganáis por el Cholo o a pesar de él.

El Impenitente dijo...

Gracias por tu alegría. Sé que es ínfima y sincera.

Respecto al Cholo, es una duda razonable. Tiene el Haber extenso y es digno de halagar y de celebrar. Pero en el Debe tiene muchos apuntes. Demasiados.