sábado, 27 de marzo de 2021

De porqué la vida no es una serie policiaca

Nazaret. Bordeado por la desembocadura del Turia y el puerto. Tuvo su playa. Ya no. Tuvo su zona noble, con sus chalets y el complejo Benimar. Ahora quedan restos. Ya hace tiempo que lo incluí entre mis circuitos corredores huyendo del viejo cauce del Turia (la última vez que corrí por allí me pregunté por qué habían aplazado/suspendido las Fallas de este año). Tranquilo, con poco movimiento y que permite hacer una de las cosas que más me gustan: correr por mitad de la calle. Y tiene un parque con fuente. Y se puede combinar con la Marina Sur, con La Punta o con Pinedo. Gran desconocido el barrio de Nazaret. Arrastra su mala fama. Un barrio conflictivo, arrabalero, portuario. Para muchos valencianos su nombre genera temor. A mí no me intimida, aunque sea sólo porque lo que llevo encima de más valor es un cronómetro del Decathlón y que, como objeto de deseo, mi provecta edad me protege. Y tampoco creo que sea para tener miedo. Los que desconfían de Nazaret sospecho que se lo están perdiendo.

Rodaje nocturno por Nazaret. Ni un alma. Tras beber agua en la fuente me dirijo a bordear las últimas casas antes de enfilar hacia el carril bici que lleva a Pinedo. Cien metros antes de llegar, de la esquina a oscuras surge un ruido de motor con una serie de luces que me cuesta descifrar. No es una moto aunque lleva una luz frontal. Puede ser una moto de tres ruedas aunque las dos luces traseras tienen la separación de un coche. Y la separación entre la luz delantera y las traseras es superior a la de una furgoneta. Se aproxima. Es algo extraño. Por delante es parecida a una moto de las que llevan los Ángeles del Infierno o sus primos hermanos, de ésas con la horquilla delantera muy alargada en la que el piloto va sentado casi en el suelo. Y detrás del asiento del piloto lleva acoplada lo que parece una calesa, con su banco almohadillado y su capota. De día, un vehículo verdaderamente singular y bonito. De noche y a oscuras, una herramienta del infierno. Se acerca más. Veo que el que conduce este trasto es un bárbaro de manual, descendiente directo de los hunos o de los vándalos. Al llegar a mi altura, para el motor y me hace una señal.

Me acerco. En mi cabeza empieza a escribirse el guion. La primera escena es la narrada: un vehículo infernal pilotado en mitad de la noche por un secuaz del demonio que pretende reverdecer y engrandecer la leyenda negra de Nazaret se cruza con un corredor incauto. Para la segunda escena tengo tres posibilidades. En la primera, en la comisaria comentan la desaparición del corredor. En la segunda, en la comisaría revisan las fotos tomadas en el lugar del crimen con los restos ensangrentados del corredor y comentan todas las torturas y vejaciones que ha sufrido. En la tercera, las fuerzas de la ley revisan el lugar del crimen y ponen numeritos donde aparecen mis gafas, mis falanges y mi esófago arrancado a mordiscos.

Al acercarme voy mirando a mi alrededor porque, aunque el bárbaro sería capaz de reducirme en tres segundos (y me sobran los tres), no parece una moto con sofá el mejor lugar para secuestrar a una persona, así que, pienso, tiene compinches que serán los que me atraparán mientras él me distrae. No observo a nadie. Me saluda con un movimiento de cabeza y, entonces, me enseña su móvil.

Ajá, no quiere secuestrarme. Quiere matarme directamente. Sólo necesita dos de sus dedos para estrangularme o romperme las cervicales. Entre el miedo a morir o ser un maleducado elijo la muerte y me acerco. En su móvil, con el texto en alemán, sale un plano. Está buscando un hotel en el Camino Viejo de La Punta y anda perdido. Y pide ayuda. Sé dónde está el Camino Viejo de La Punta. Está por la iglesia. No está muy lejos. Pero por allí no hay un hotel. No me suena. A lo mejor es un hotel clandestino sólo para asesinos suevos o alanos. O una tapadera. No sé. Le explico en inglés por dónde ir. Digo iglesia y digo campanario porque me encanta decir campanario (algún día explicaré porqué cualquier aficionado al atletismo de cualquier lugar del mundo sabe cómo se dice campanario en inglés). Me mira con cara de no entender nada. Se pone de pie.

Si sentado es el doble que yo, de pie es setenta veces yo. Se abre la cazadora y empieza a buscar por dentro. No me va a estrangular. Prefiere matarme de un disparo porque seguro que ahora va a sacar un pistolón que ni Harry el Sucio que va a mandar mi cabeza al campanario. Busca y rebusca. Eternas pasan las centésimas. Miro a mi alrededor por si se trata de una maniobra. No descarto el secuestro. Por fin saca las manos. Contengo el aliento. No hay pistola. Hay un papel. Su reserva en el hotel. Le pido un bolígrafo. Tiene. Le hago un croquis. Asiente con la cabeza. Dice gracias (fonéticamente grrrratsiass). Arranca el motor. Se va.

Estoy vivo. Sorprendente. Pero no me fio. Puede haber otro giro en el guion porque, ¿y si me ha envenenado? ¿y si me ha drogado? ¿Y si ha encontrado la manera de inocularme cualquier tipo de sustancia? Voy corriendo con el temor de, a cada paso, caer desplomado, bien muerto, bien inconsciente para que, ahora sí, procedan a mi secuestro.

Cincuenta metros.

Nada.

Cien metros.

Nada.

Doscientos metros.

Nada.

Me voy a Pinedo.

4 comentarios:

kyezitri dijo...

Excelente narración, impenitente. Sigue corriendo por si acaso.

El Impenitente dijo...

Me alegra tu comentario, Kyezitri. Lo que me entretuve pensando en la historia una vez que el de la moto (o lo que fuera) desapareció. Y seguiré corriendo. A veces pasan cosas. Y aunque no pasasen.

GARRATY dijo...

Creo que has descartado demasiado rápido el móvil sexual. Seguro que aún tienes tu mercado entre los turistas eslavos grandotes.

El Impenitente dijo...

En casa de mis padres siempre ha habido un oso de Berlín. Es mi sino.