La alineación de los Calderators (léase caldereitors) era Chimo, Fernando y Carlos. La de los Perolators (peroleitors), Javier y yo. Alineación ficticia la nuestra, ya que Ana era uno de los pilares de nuestro equipo (entra dentro del régimen de gananciales) pero, como parte del reto, no constaba. Los Calderators anunciaron su intención de preparar un perol de caldereta el día de la comida de las vacas en la aldea del secarral. Javier se picó con ellos y les retó a ver quién preparaba una caldereta mejor. Después me preguntó si quería formar parte de su equipo. Le respondí que sí no sin antes advertirle de que mi labor en las comidas campestres consiste en dar conversación al cocinero y en darle sombra a la cerveza, y que toda esta epidemia que estamos padeciendo de programas gastronómicos televisivos apenas ha afectado a mi técnica de calentar las latas de callos o de fabada, mi verdadera especialidad. No puso pegas a mi currículo, me nombró pinche y, en los días previos al evento, me fajé cual boxeador o luchador de wrestling provocando a los adversarios recordándoles su condición de mantas y de perdedores y animándoles a considerar el segundo puesto como un triunfo.
En realidad estaba bastante tranquilo ya que Javier es gallo de noche mientras que por el día pierde fuerza, y estando como estábamos en fiestas y habiéndomelo dejado en el baile la noche anterior a las tantas y muy animado, cuando me levanté no tuve duda de que Javier no aparecería. Pero apareció. A la hora convenida: a las diez y media. –Joder, esto va en serio. Y los Perolators, debidamente acompañados por Ana, nos encaminamos hacia el campo de fútbol, lugar donde iba a celebrarse la madre de todas las batallas.
Cuando llegamos vimos que Aníbal ya nos había encendido el fuego. Nos pusimos en marcha y, por supuesto, comprobamos entonces que se nos había olvidado la mitad de las cosas. No pasa nada, aquí está el pinche que también tiene piernas. Subí. Bajé cargado. Comenzamos a guisar. A veinte metros teníamos a los Calderators que se habían asado unas sardinas como aperitivo. –Perdedores . –Gañanes. –Sinvergüenzas. ¿Queréis una sardina? –No, gracias. -¿Y una cerveza? -Quita, quita, que es pronto.
Nuestro perol comenzó a coger forma. Entre las ideas de Javier, la mano de Ana y las especias que trajo Laura aquello sabía muy bien. Pero que muy bien. Un pelín más de sal. Ponle un poco más de picante. Pero poco. Y aquello comenzó a hervir y ahí lo dejamos.
Los Calderators parecían el ejército de Pancho Villa. Carlos recriminaba a Chimo que nunca estuviese. Fernando desapareció de repente. –Ya se han enfadado. Les tenemos comida la moral. Nuestro equipo funcionaba perfectamente sincronizado. Javier me reprochó con tibieza que cada vez que me necesitaba nunca estuviese pues siempre me pillaba charlando con unos y con otros (me gusta mucho) pero como la caldereta daba gozo probarla, pues no llegaba a mayores. Y además, cuando los Calderators vinieron a vacilarnos y la probaron, tras ver el terror en su rostro nos sentimos plenamente triunfadores. Y muy unidos en la victoria, claro.
Volvió Fernando y se trajo a las mujeres de los tres. Tal y como llegaron pusieron mala cara y comenzaron a gesticular. Ellos agacharon la cabeza y, huyendo, se refugiaron en terreno perolator.
-Ya la tenemos.
-¿Qué pasa?
-Pues que vienen a comer al campo y resulta que no hemos traído ni el mantel ni las servilletas bordadas, ni los butacones Luis XIV para que se sienten, ni la cubertería de plata, ni la mesa estilo Remordimiento, ni los candelabros.
-Eso os pasa por casaros con forasteras de ciudad.
-Yo no sé a qué vienen al pueblo, la verdad. A jodernos nada más. ¿No quieren venir? Pues que no vengan. Mejor para ellas y mejor para nosotros. Más a gusto estaríamos todos.
-Pues claro que sí.
-Pues es verdad, joder. Y tenéis razón. Con alguna del pueblo nos teníamos que haber casado.
-Es cierto. Una chica del pueblo hija única y huérfana de padre y madre. La mujer perfecta.
-¿Queda alguna?
-No creo. ¿Una cerveza?
-Venga.
Y fueron una. Y otra. Y otra. Nuestro perol seguía hirviendo y ellos erre que erre rajando de sus mujeres. Y Javier y yo disfrutando puesto que apenas somos cotillas. Hasta que Javier dijo:
-Pinche, prueba la caldereta.
Y obediente fui. La probé y aquello no me gustó.
-Me parece que se ha agarrado.
-¿Cómo?
-Que está agarrada. Quemada. ¡Ana!
Vino Ana. La probó. Sentenció.
-Se ha quemado. ¿Qué estabais haciendo? ¿No os habíais quedado aquí a vigilarla?
Y mientras Javier se despachaba a gusto contra el pinche vi como los Calderators se alejaban sonriendo. Iban hacia sus mujeres caprichosas y quejicas, pero iban felices. Nos habían derrotado. Habían jugado sucio. Viéndose perdidos nos tendieron la trampa de sus problemas matrimoniales sabiendo que picaríamos. Y picamos. Nos distrajeron y nos vencieron. Pero esto no va a quedar así, Javier. No puede quedar así. Los Perolators tal vez hayamos perdido pero esta derrota pide sangre. Pide venganza. Calderators, nos volveremos a ver. Calderators, no haremos prisioneros.
jueves, 21 de agosto de 2014
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4 comentarios:
¿Y yo para qué te pasé aquello de "Me importa una puta mierda"?
Lo reservo para otros momentos. Aquel día me lo pasé muy bien pese a la derrota.
Malditos Calderators!!!
Utilizaron los trucos mal viles y despreciables para arruinar la caldereta!!!
El gallo nocturno clama venganza!!!
Nos vengaremos, Gallo nocturno. Tú serás Gallo diurno. El pinche no hablará con nadie en toda la comida y estará centrado en el perol. Seremos invencibles.
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