jueves, 5 de diciembre de 2013

El fútbol es así

Teníamos buen equipo. De hecho habíamos quedado terceros aquel año en la liga de fútbol sala de la Escuela siendo Churches el máximo goleador del campeonato y yo el segundo. Nos planteamos entonces hacer un equipo de fútbol (ahora se le llama fútbol once, pero, como dijo Vujadin, fútbol es fútbol) que, teniendo como base el equipo de futbito y añadiendo unos cuantos refuerzos, el año siguiente seguro que arrasaba en la liga universitaria. Nos lo planteamos y lo hicimos. El fútbol sala está muy bien y, de hecho, no lo abandonamos, pero el deporte que es de tíos es el fútbol y el futbito…pues bueno. Un deporte de patio de colegio.

Llegó la última jornada de liga. A ella nos presentamos con un balance de un partido ganado (por incomparecencia del rival) y el resto perdidos, la mayoría por goleada. Churches y yo, que éramos los delanteros, sumábamos entre los dos la brutal cifra de cero goles. Nos autoconvencimos de que había sido un año de transición puesto que teníamos que adaptarnos. Los años posteriores fueron mejores, desde luego, pero la explosión que preveíamos de nuestro fútbol probablemente coincida con el triunfo de Julián Gorospe en el Tour de Francia (que está al caer) y con el de Javier Sánchez Vicario en Wimbledon (que de este año no pasa). Aquel último partido lo jugábamos contra Agrónomos. Ellos se jugaban la vida. Si nos ganaban dos a cero (o más) eran campeones. Si nosotros metíamos un gol ellos tenían que marcar ocho. Entonces el cociente de goles primaba sobre la diferencia. Nosotros no nos jugábamos nada. No había descensos dada la escasez de equipos. Por no jugar, no nos jugábamos ni la honra, pues la habíamos perdido demasiadas veces ya durante aquella temporada. De los barcos ni hablamos. Pero a nosotros nos gustaba un balón y un campo de fútbol más que a un tonto un lápiz, por lo que nos presentamos al partido con la ilusión y con las ganas de siempre. Los de Agrónomos no parecían tener la misma ilusión puesto que, pese a la importancia de aquel partido, se presentaron con diez. –Pues sí que van sobrados estos tíos.

Allá por el minuto diez me quedé solo contra el portero. Vi hueco junto a su palo izquierdo y no lo dudé. Le pegué con el alma y…bueno, el balón fue recuperado no hace mucho y gracias a Sergio Ramos. Su famoso penalti contra el Bayern fue a parar justo donde mandé yo aquel balón. La bronca de mis compañeros no fue excesiva ya que no podían parar de reír. Mi amor propio quedó herido.

Cinco minutos después volví a quedarme solo contra el portero. Con el amor propio todavía sangrando decidí cambiar de estrategia y pensé en colocar el balón por encima del mismo, es decir, que pensé en hacerle una vaselina. Con sutileza toqué el balón y…gol. Fue gol. Increíble, sí, pero esas cosas pasan. Celebramos aquel gol como lo que era: un gol histórico que cerraba las heridas. Los de Agrónomos, que pensaban que iba a ser un paseo militar, torcieron el gesto. Y si a eso añadimos nuestros saltos y nuestros gritos, ya vimos que el resto del partido iba a ser tenso.

Y así fue. Los codos y las malas maneras salieron a relucir. Pero nosotros no entramos al trapo. Poco antes del descanso nos empataron y a mitad del segundo tiempo nos marcaron el segundo. Pero era insuficiente. Y el tiempo pasaba y la liga se les iba. Tenían ellos un jugador a quien llamábamos “El Pecas”, puesto que las tenía hasta en las témporas, que tenía dos cables con tendencia a cruzarse. A falta de cinco minutos empezó de repente a gritar como un poseso, se dirigió al árbitro y le soltó un derechazo en el mentón (algunos defienden que fue un uppercut. Otros que un crochet) que dio con los huesos del árbitro en el césped. Knock out. Tras la cuenta de diez el árbitro se levantó, dio el partido por suspendido, se fue al vestuario y, después, al cuartelillo.

Bien, la competición había terminado, pero nos quedó la duda de qué pasaba con aquel último partido. Si se repetiría, si teníamos que jugar lo que faltaba o si nos lo iban a dar por ganado. Pues no, el comité, que se llamaba Jerónimo y trabajaba en el Club Deportivo a desgana completa, decidió dar el partido por terminado con el resultado que figuraba en el momento del puñetazo. Cojonudo. Le comentamos que muy bien, que, a partir de aquel día (dijimos jurisprudencia porque éramos de ciencias pero muy leídos), cada vez que nos pusiésemos por delante en un partido echaríamos a suertes quién iba a partirle la crisma al árbitro. Jerónimo se rio, nos dijo que presentásemos un escrito y que ya veríamos. Nos fuimos. Volvimos con el escrito. Y nos sentamos a esperar respuesta. No sé. Tal vez cuando Julián Gorospe gane el Tour. O cuando Javier Sánchez Vicario gane Wimbledon.

No hay comentarios: