Quisiera empezar con un recuerdo para Jorge climaterio. Tras mis maratones en Madrid 2011 y Sevilla 2013 Jorge se apresuró a darme la bienvenida dentro del grupo de los que hacen el maratón en tres horas y pico y me acogió con verdadero cariño. Sus constantes referencias a que pertenecíamos al mismo grupo siempre las tomé como muestras de simpatía y jamás intenté percibir ironía en sus palabras. Por eso, Jorge, hoy que vuelvo a despedirme de tu grupo quisiera agradecerte tus desvelos y atenciones añadiendo que ahí te quedas, que yo me voy.
Porque lo he vuelto a hacer.
He vuelto a bajar de las tres horas.
Vuelvo a codearme con keniatas, etíopes y demás en el selecto grupo de los que hacen el maratón en dos horas y pico.
He vuelto.
Te respeto pero no te tengo miedo. Me has hecho sufrir y disfrutar como nada. Volveremos a vernos y me volveré a emocionar de nuevo. Volveré a sentir incertidumbre, miedo, ilusión y comprobaré otra vez tu grandeza y mi pequeñez. Jamás pensé que te vencería una y otra vez y no puedo dejar de pensar en cada uno de tus kilómetros y en el momento de volvernos a enfrentar de nuevo. Cada día es un día menos para sentir esa sensación única e imposible de describir, de saborear tu derrota.
(Antes de comenzar tendré que advertir que, ya que se trata de mi novena crónica maratoniana en mis casi ocho años de blogosferita, si alguno de mis innumerables lectores dijese -¡No jodas! ¿Otra crónica maratoniana?- le reconozco su derecho a protestar y no me lo tomaré a mal si deja de leer).
Bien, prometí solemnemente que nunca más correría un maratón y también que nunca más volvería a correr el maratón de Valencia a degüello. Ayer domingo a las nueve menos cuarto de la mañana ya estaba colocado en la salida en el puente de Monteolivete, entre el Hemisferic y el Palacio de las Artes, con el cuchillo entre los dientes. Hace años la cuadrilla del futbolín institucionalizamos el premio Diego, que concedíamos anualmente, para aquel del grupo que hubiese protagonizado la mayor bajada de pantalones o el mayor cambio de chaqueta (donde dije digo…). Ya hace mucho que dejamos de entregar el premio pero creo que éste lo hubiese ganado yo por unanimidad. No pasa nada. Ahora digo aquello de que rectificar es de sabios y como, sorprendentemente, esa frase siempre se respeta, pues eso.
Mi idea en la salida era no sufrir tanto como sufrí en Sevilla. Quería hacer, por tanto, una carrera más regular, más equilibrada. Pero con un mínimo de exigencia, eso sí. Y las tres horas siempre están rondando por ahí. En el fondo es una desgracia moverme siempre en torno a las tres horas. Entre tres quince y tres dieciocho no hay diferencia. Entre dos cincuenta y dos y dos cincuenta y cinco no hay diferencia. Entre dos horas, cincuenta y nueve minutos, cincuenta y nueve segundos y tres horas justas hay un abismo de diferencia. No debiera ser así pero así es. Entre el dos y el tres hay un mundo. Y en ese abismo es por donde me muevo.
Bien, pues con la idea de tratar de asaltar las tres horas nos plantamos en la salida. Para ello hay que hacer un promedio de cuatro minutos dieciséis segundos por kilómetro. Cuatro climaterios (Ramón V., Rafa, Juan y yo) habíamos planeado salir juntos tratando de seguir la regla del veintiuno, es decir, hacer los cincomiles en veintiún minutos. A cuatro doce de promedio. Eso nos daba margen para el final y tampoco era un ritmo disparatado tal y como había ido todo el entrenamiento previo. Era un riesgo pero, a priori, era un riesgo asumible.
La preparación este año, aunque seguimos el plan de siempre, fue distinta. El maratón en febrero se entrena con frío. El maratón en noviembre se entrena con mucho calor y mucha humedad. Y como este año el verano entró tarde en Valencia ha durado hasta hace una semana (y gracias. Yo ya me veía deshidratado en el maratón). A mí el calor y la humedad me hacen mucho daño, pero bueno, paso a paso, día a día, lo fuimos superando. Por contra también he de decir que el entrenamiento este año fue más variado ya que, si bien los días de calidad fueron casi siempre acompañados, la mayoría de los rodajes los tuve que hacer en solitario y alternando mucho los recorridos, incluidos los largos ya que hice dos por el secarral (uno de ellos siguiendo en varios puntos la carrera ciclista en la aldea), otro por la provincia de Teruel y otro que llegamos más allá del Saler. No he acabado saturado del cauce del Turia esta vez. Con todo, las sensaciones fueron muy buenas a lo largo del entrenamiento y, pese al miedo habitual puesto que el maratón es el maratón y es implacable, era optimista antes de la salida.
A las nueve en punto sonó el disparo. La mañana era fresca y el cielo estaba descubierto, pero el sol no molestaba. Salimos atacando y, a pesar del gentío (once mil), cogimos sitio y pudimos enseguida coger ritmo. El primer kilómetro ya lo pasamos bien. Después…bueno, los planes en carrera duran lo que dura el eco del disparo. Por eso correr es correr. Mis tres compañeros empezaron a marcar el ritmo y yo me fui descolgando. No iba cómodo con ellos. –Pues sí que empezamos bien. El caso es que sólo controlaba el cronómetro en los kilómetros múltiplos de cinco y veía que a cuatro doce no iba pero sí a cuatro catorce, cuatro quince de promedio. Iba andando en el filo. Y la media la pasé en 1:29:30, dos minutos más que en Sevilla y con sensaciones no demasiado boyantes, pero estaba vivo. No pensaba entonces en las tres horas. Sólo pensaba en correr y en ir quemando kilómetros, a ver hasta dónde llegaba.
Es curioso el poco rastro que deja en la memoria la primera mitad del maratón, pero para mí es casi tan dura como la segunda. No dura físicamente sino mental. Es eterna. Y el miedo te come. Y las dudas, Y la inseguridad. Yo voy corriendo y no paro de correr pero siempre concentrado tratando de engañarme, de convencerme, de estimularme, de quitarme presión para dar un paso. Y otro. Y otro. Es en esa primera mitad cuando más veces me pregunto -¿por qué? Pero sigo. Siempre sigo. Y paso la media. Y, al pasar la media, ya he ido. Y ahora hay que volver. Y no es lo mismo ir que volver.
Por el veinticuatro pasábamos junto a la meta y era entonces cuando comenzaba lo peor puesto que del veinticuatro al treinta y tres la carrera picaba para arriba. No es que se subiese mucho puesto que en Valencia no hay cuestas pero en cuanto te alejas del mar, subes. Con poca pendiente pero subes. Pues venga, a subir. En el veinticinco seguía vivo y en el filo. Lo mismo que en el treinta. Subimos la avenida de Burjasot y General Avilés y llegamos al Bioparc. Nos esperaba el muro del maratón pero un muro de bajada es menos muro. Hago balance de los daños y compruebo que no estoy muerto (aunque tampoco estoy de parranda) y el sol sigue arriba pero sigue sin calentar así que, a seguir corriendo.
El cronómetro en el kilómetro treinta y cinco sigue diciéndome lo mismo. Todavía hay esperanza. Pero no quiero soñar. Los kilómetros cada vez caen más despacio. Treinta y seis. Treinta y siete. Los cadáveres en el camino aumentan. A por ése. A por aquel. En el treinta y nueve veo a Juan climaterio. Poco antes del cuarenta lo paso. –Vamos, Juan. Juan ni me mira.
En el cuarenta el cronómetro me dice 2:50:45. Puede ser. Hay que morir pero puede ser. A morir. Es en bajada. Me quedan fuerzas. Y el gentío me lleva. Porque el gentío es impresionante. Voy pasando gente como si no costase. No veo el cuarenta y uno. Sigo corriendo. No miro el reloj. Miro al Palacio de las Artes. Bajamos la rampa. Vuelo por el adoquín o eso creo, porque tengo esa sensación. Llego al cuarenta y dos. Miro el cronómetro. Sí. Lo voy a hacer. Lo voy a hacer.
Los últimos ciento noventa y cinco metros son sobre una pasarela que montan encima del estanque junto al Museo de las Ciencias. A la izquierda hay un graderío lleno de gente que no cesa de gritar. En esos momentos sólo pienso –que no se hunda la pasarela. Que no se hunda la pasarela. No se hunde. Y aunque se hubiese hundido. La meta está ahí delante. La meta está ahí. Levanto los brazos. Empiezo a gritar. Cruzo la meta. 2:59:32.
En meta están Ramón y Rafa. Apenas me han sacado veinte segundos. Nos abrazamos. Luego llega Juan. Y Benjamín. Y Jorge. Y Fernando. Y Tomás. Y Carmelo. Y Emilio. Y Juan Luis. Once climaterios en meta. Y otros tantos a lo largo del recorrido animándonos en varios puntos. El maratón ha vuelto a ser el gran aglutinador. El maratón sigue siendo la gran carrera. Y Valencia es nuestra maratón.
Porque ésta es una gran carrera. Siempre sentiré como mía aquella maratón que corríamos tres mil en febrero entre los pitidos de los coches y con cuatro gatos animándonos, pero ésta supera a aquella. Ni siquiera el barniz de la nostalgia y el romanticismo puede distorsionar lo que es. Cerca de once mil corredores en la salida. Multitud de gente a lo largo del recorrido animando. Blasco Ibáñez, tremendo. La avenida de Francia, fabulosa (especialmente una madre con sus dos hijos y sus globos con un nombre escrito). Y la avenida de Baleares. Y la Alameda. Y el centro. Y General Avilés. Y del kilómetro cuarenta hasta la meta es espectacular. Pero espectacular. Como la Behobia. Como la ascensión a Alpe d’Huez. Increíble. Entiendo que haya gente que viaje para correr esta carrera. El circuito es rápido. Y la animación es portentosa, y no sólo por toda la música que hay a lo largo del recorrido. Y está muy bien organizada. Señores de Correcaminos, sigo sin tener un buen concepto de ustedes pero, con la boca pequeña, enhorabuena.
Y con ésta ya son once. Y esta vez no prometo nada. Correr es algo grande, muy grande. Y el maratón, para bien y para mal, es…
el Maratón.
lunes, 18 de noviembre de 2013
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9 comentarios:
¡Enhorabuena impenitente! Qué envidia me dan las maratones y, sobre todo, tus tiempos... Aunque esta vez por lo que salió en las noticias estaba "chupao" por el clima y se batieron tiempos en chicos y en chicas...
Enhorabuena lebrel!!!
Nos vemos el viernes para celebrarlo como lo merece la ocasión
Un amigo mío, corredor como tú, que no runner, también participó. Me comentó ayer que os hizo muy buen tiempo y que, tal vez, ya sea por la falta de regatas, de fórmula 1 etc... el pueblo valencino se volcó con el nuevo deporte patrio y las calles estaban repletas de gente ahí, animando al personal, jeje... todo muy extraño, me contaba que incluso le animaban por su nombre, en plan, venga campeón, tú puedes, corre! corre un poco más!
Anécdotas aparte, enhorabuena :) Yo creo que solo correría 40 km si al final del trayecto me están esperando con una cesta de navidad, como poco... y aun con esas no las tengo todas...
Kyezitri, las zapatillas también tienen el alma embarrada. Tú pones la voluntad y el tiempo, yo te facilito el plan de entrenamiento, Valencia pone sus bondades y excelencias y el éxito es seguro. Y pasarás de envidiar a envidiado.
Anónimo, no hay nada como la dieta mediterránea para celebrar las cosas. Allí nos vemos.
Pi, le animaban por su nombre porque lo llevábamos escrito en el dorsal. Y sí que es extraña tanta animación. Al menos es novedosa. Quizá tenga que ver que, si corren once mil, cada uno que corre lleva por lo menos dos que animan y ya son veintidos mil gritando. No tiene tanto que ver con la falta de regatas y carreras de Fórmula 1. Y viendo lo que cobran por inscribirte en una carrera así (y teniendo en cuenta que lo que dan en la bolsa del corredor oscíla entre lo ridículo y lo miserable), creo que más bien con lo que te ahorrases de inscripción te comprarías una cesta de impresión y aún te quedaría para irte a cenar por ahí. Y sin correr ni un metro.
Y muchas gracias a los tres.
xe que campeón! enhorabuena! desde luego tiene mérito sufrir 11 veces lo que sufres..aunque veo que también disfrutas.
Coño, enhorabuena. También por la crónica.
Monstruo, qué eres un monstruo.
A tus pies siempre.
Cuando sea mayor correré como tú.
Enhorabuena.
Altos y Bajos, no te lo dejes. Y espero tu crónica.
Y muchas gracias a los tres.
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