Fuimos poco originales y le apodamos Thor. Melena y barba rojizas llegadas en el desembarco escandinavo en el secarral. Hordas de bárbaros del norte dispuestos a beber calvados en nuestros cráneos. No fue así. Thor ni siquiera era escandinavo. Era galés. Como Colin Jackson. Como Tom Jones. Como Ryan Giggs. Quiso ser músico y se fue a Bristol. Lo intentó. No pudo ser. Por lo menos allí conoció a su mujer y se fue con ella a vivir, según sus propias palabras, al país más aburrido del mundo, donde tiene hijos y construye puentes. Llegó con los bárbaros. El viernes ya cenamos todos juntos. En ingles. Todo en inglés en su variante del secarral, que tiene sus peculiaridades. Me presentaron a Thor. Empezamos a charlar. Me dijo que era galés. Mal asunto para mis peculiaridades. El caso es que me entendía. Y no sólo eso. Yo también le entendía. Hablamos de Don Quijote. Y de Stevenson. Y de Conrad. Y de los Beatles. Y de los Hollies. Y de los Sex Pistols. Y de la educación de los hijos. Y de la construcción en Suecia. Y en España. Y del mediofondo británico. Y de la selección galesa de rugby, que cayó injustamente en semifinales en el último Mundial, que termina de ganar el Seis Naciones, que maravilló al mundo durante los setenta. Después de la cena nos fuimos todos al bar de la piscina. A cubatazo limpio el ejército español derrotó a los bárbaros del norte. Thor era nuestro prisionero. Al instante sintió los síntomas del síndrome de Estocolmo (perdón por el chiste fácil). Thor era de los nuestros. Lo acompañé hasta la casa rural donde dormía. Nos despedimos con un abrazo de hermanos. Estábamos borrachos, sí. Pero hay borracheras y borracheras.
A la mañana siguiente nos encontramos en la piscina. Ya no llevaba barba. ¿Qué ha pasado? Mi mujer me ha castigado por llegar demasiado bebido anoche. Pues la boda es hoy, así que me temo que mañana llevarás la cabeza completamente afeitada. El día pasó tranquilamente al menos para nosotros los varones, que con veinte minutos tenemos más que de sobra para prepararnos para una boda. Tras la ceremonia, el aperitivo. Tras el aperitivo, la cena. Tras la cena, los cánticos. Tras los cánticos, el baile. Una vez más, todo por España. Cerveza, vino, cava, pelotazos... No fue tan fácil esta vez, pero la victoria cayó de nuestro lado. No tuvimos el apoyo de Thor. Se comportó. Salvó su cabellera. El triunfo fue celebrado con gran entusiasmo y no quiso compartirlo con nosotros. J. y yo, pese a su ausencia, lo festejamos bailando sobre el escenario el “Yes sir, i can boogie” de las Baccara de la manera más julandrona posible poniendo de manifiesto nuestra tensión sexual nunca resuelta y que nunca se resolverá puesto que él es más de Paul Weller y yo estoy entre John McEnroe y Roger Federer. Después nos retiramos. Thor se había ido ya a acostar antes. No nos dimos nuestro abrazo de buenas noches. La amistad fraternal entre tíos y las mujeres: capítulo siete mil trescientos ocho.
Son curiosas las corrientes afectivas. Escuché una vez a no sé quién afirmar que había perdido el amor de su vida en cada estación de metro. Algo similar pasa con la amistad. Tenemos los amigos que tenemos, pero ¿cuántos podríamos tener? En cada estación de metro perdí un amigo porque no lo hallé. Conozco a Thor, lo veo dos ratos, somos extranjeros para el otro, nuestra cultura es diferente, hablamos distintas lenguas, pero hablamos el mismo idioma. Es muy sencillo hacer un amigo y ser muy majo durante un fin de semana y estando de fiesta. Pero hay sensaciones que transcienden. Y uno sabe dónde tiene un amigo y que son sólo las circunstancias las que te separan de él. Cuando nos despedimos nos abrazamos con lágrimas en los ojos y nos prometimos volver a vernos. Sé que iré a Gotemburgo. Ya lo sabía, pues iba a ir por razones familiares, por razones atléticas, ya que allí se corre la media maratón más multitudinaria de toda Europa y también allí se encuentra el Ullevi Stadium, templo de peregrinación para cualquier amante del atletismo y donde Martín Fiz se proclamó campeón del mundo. Pero ahora tengo otra razón para ir. Allí vive Thor. Y Thor es mi amigo.
miércoles, 1 de agosto de 2012
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7 comentarios:
Gotemburgo. También dicen que traducimos los nombres de aquello que amamos. Josep Lluís o no supo verlo o no quiso que le quisieran.
Oh que bonito amigo mío.
las bodas, esas fiestas donde lo pasamos bomba y hacemos amistades entrañables.
http://www.youtube.com/watch?v=0NuTaQsMNaE
Johann Muehlegg, Juanito cuando ganaba medallas en esquí de fondo para España, Johann cuando dio positivo. Efectivamente, traducimos los nombres que queremos.
Y a Josep Lluis me parece que no le importaba que no le quisieran donde no iba a sacar un voto.
Como dice mi amigo el Senséi, en las bodas no te dan un azadón para ponerte a cavar, así que sólo cabe pasarlo bien.
Sisterboy, muy emotivo pero los zulúes cantaban mejor.
Suecia el país más aburrido del mundo? Qué va! Y Aburrilandia? Norulela? Esvalbardia? Unalatania?
son muchas las razones para dejarte caer por suecia, te doy una más probar una buena paella en tierras vikingas ( y no un arroz con cosas)
Graciosilandia también debe de ser un lugar soporífero.
Me han hablado muy bien, Adela, de la tortilla de patata sueca. Tendremos que ir a probarla.
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