Estaba en la Behobia ya metido en el cajón para la salida. Tenía a mi lado a un grupo bastante dicharachero a los cuales no entendía nada pues hablaban en euskera (salvo los tacos, claro, que decían en perfecto castellano). Instantes antes del disparo, cuando ya los nervios te comen, empezaron a desearse suerte unos a otros (creo) y a animarse con palmadas. Uno de ellos llamó la atención del resto, se llevó los dos dedos índice a la frente y exclamó –txapela, ¿eh? Txapela. Me hizo gracia y lo adopté para mi liturgia previa a la carrera. Siempre me llevo los dedos índice a la frente y me digo –recuerda: cabeza, coneixement, txapela, ¿eh?
Volvía un día de correr, y de esto no hace mucho, y estaba ya llegando a casa. Iba callejeando cuando un coche frenó y se puso a mi lado. Me fijé y en él iban cuatro chicas de unos treinta y pocos años de rasgos sudamericanos, tal vez colombianas, tal vez venezolanas. Bajó una la ventanilla y me dijo:
-Papi, estás bueno.
Acto seguido la conductora aceleró desapareciendo. Tuve que dormir aquella noche en el rellano pues no cupe por la puerta de lo hueco que me puse. Al día siguiente todos los climaterios recibieron un correo en el que se les informaba de la creación dentro del equipo de la facción de los que están buenos –formada por mí- frente a la facción de los que no lo están –formada por todos los demás.
Me inscribí un año a la mal llamada San Silvestre valenciana (se corre el treinta de diciembre). Estaba por la salida cuando me encontré con Vicente Imán, compañero de la Escuela a quien no veía desde hacía tiempo, entre otras cosas porque al terminar la carrera se había ido a Méjico. Nos pusimos a charlar y como la conversación estaba muy interesante, aparte de que yo no estaba muy fino, decidí no disputarla y correrla tranquilamente con él. Delante de nosotros se veía una pancarta que decía –Rita nos deja con el culo al aire. Dieron la salida y comenzamos a correr. Al estirarse la carrera nos vimos detrás de los de la pancarta. Resultaron ser unos bomberos que protestaban y que corrían con mandil. Sólo con mandil (bueno, y las zapatillas). Por delante iban tapados. Por detrás no. Allí teníamos un montón de culos de bomberos delante de nosotros. No iban muy deprisa pero es que nosotros tampoco. Le dije a Vicente –Imán, me está dando apuro. Vamos a apretar. –Yo no puedo. Vete tú si quieres. Me quedé con él. Menos mal que poco a poco se nos fueron despegando y al final los perdimos de vista. Imagino que habría quien hubiese pagado por ver tanta espalda y tanto culo de bombero junto y, además, en movimiento. Como fundador y miembro único de la facción climateria de los que están buenos, y sin el menor asomo de envidia, he de decir que tampoco eran para tanto.
domingo, 18 de marzo de 2012
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4 comentarios:
Antes, cuando iba al trabajo, pasaba junto a un parque de bomberos. Y rara era la mañana que no me cruzaba con un grupo de ellos entrenándose a la carrera por la calle. Los ojos le hacían chiribitas a una compañera siempre que se lo contaba. No sé por qué tanta tontería con el uniforme, si los quieren sin él...
Hacer los ojos chiribitas es una expresión muy de mi madre. Me gusta mucho. Me resulta muy entrañable.
Hay algo terrible (no viene mucho a cuento pero no puedo dejar de mencionarlo) y es que si una chica va caminando por la calle y un coche frena a su altura y desde él unos sudamericanos le dicen "Mami, estás buena"... bueno, eso sí es motivación para correr una maratón.
Si lo de -Papi, estás bueno- me lo hubiesen desde un coche cuatro sudamericanos con sus cadenas y sus gorras habría batido varios records del mundo por no decir todos.
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