El primero sería el popular “De qué hablo cuando hablo de correr” de Haruki Murakami. Murakami es un fenómeno de masas y los listos tenemos tendencia a huir de los fenómenos de masas. Y cada vez que alguien que no distingue a Dostoievski de Tolstoi te mira con gesto de estupor y casi por encima del hombro te pregunta –pero, ¿cómo? ¿No te has leído el libro de correr de Murakami?- pues más te reafirmas en tu huida. Hasta que llegó mi muy querido amigo G., que sí que distingue las barbas de Dostoievski de las de Tolstoi, y, con todo el cariño del mundo, me dijo –toma. Y tomé.
Miedo me daba leer el libro. Desde el desconocimiento del autor y pensando en su nacionalidad creía que iba a tratar de recubrir de espiritualidad y de trascendencia un gesto que no deja de ser natural. También me temía un exceso de épica y de grandilocuencia pues muchas veces no parece que corramos carreras sino que realicemos gestas. Y no. No fue el caso. Me gustó el libro. No deja de ser una autobiografía en la cual utiliza como eje de la misma su descubrimiento del correr y los distintos retos que fue planteándose a lo largo de su vida relacionándolos con el resto de sus actividades vitales. Y lo cuenta con naturalidad, con sencillez, sin aspavientos, sin darse importancia. Y tampoco abruma con datos, ritmos, distancias, promedios, pulsaciones y tiempos. Me gustó el libro, como ya he dicho. Y me gustó no porque me sintiese cómplice del autor y me resultasen muy familiares muchas de las cosas que trataba. Me gustó porque me gustó, porque disfruté leyéndolo, porque me hizo pasar muy buenos ratos como lector y no sólo como corredor. Aún así no he vuelto a leer nada de Murakami. Su legión de seguidores me siguen mirando por encima del hombro cuando me dicen con retintín –de Murakami te has leído sólo el libro de correr, claro. Creo que podré soportar el vivir el resto de mi vida con ese estigma.
El segundo libro sería “Elogio de la pasión pura” de Sebastián Serrano, escrito originalmente en catalán y que obtuvo el premio de novela Ramón Llull en el año 1990. Este libro me vino de parte de una amiga de Ana con todo el cariño del mundo. El hecho de que estuviese premiado no significaba gran cosa: hay premios que se ganan, hay premios que se conceden y hay premios que se compran. En esta novela hay dos partes: en la primera se nos habla de un mediofondista catalán que prepara los Juegos Olímpicos de Moscú 80. Mitad ficción, mitad realidad, el autor buscó asesoramiento atlético en el gabinete estadístico de la Señorita Pepis (estimado don Sebastián: Said Aouita no fue el primer hombre en bajar de tres treinta en mil quinientos. Hubo un inglés rubio y espigado que llegó un pelín antes). Nuestro corredor es, además, poeta y estudiante de arquitectura (para los que tengan la inmensa suerte de no conocer a los arquitectos he de informar que, ante todo y sobre todo, los arquitectos son artistas que levitan y que en sexto de carrera tienen una asignatura llamada Endiosamiento en la cual todos sacan matrícula de honor). En esta primera parte el autor pone mucho empeño en explicar la gran interrelación que existe entre el arte, la poesía y la carrera pedestre. Como además nuestro protagonista va y se enamora, pues su amor no es como el de los demás pues forma parte también de ese todo indisoluble. Calificar esta primera parte como de paja mental desmedida sería quedarse corto. Lo malo es que nuestro corredor, cuando tenía el podio a tiro pues uno o dos meses antes de los Juegos hace tres treinta y uno en un mitin, sufre la desgracia de la muerte de su novia en un accidente de aviación. Y entonces la muerte se une con la poesía, el amor y el arte y echan fuera a la carrera. Y adiós a los Juegos.
Comienza la segunda parte del libro. En ella vemos a nuestro protagonista convertido en un brillante arquitecto, con novia nueva y que, a su vez, recibe el encargo de escribir unos guiones para televisión sobre los próximos Juegos en Barcelona. Todo parece sonreír a nuestro héroe, pero…no. Hay algo que no encaja. Le ocurre algo parecido a lo que cantaba el gran memo de los Celtas Cortos –la música no me cansa, pero me siento vacío. Pues éste igual: soy pluscuamperfecto ultraferolítico del recoponazo máximo pero no termino de tener todos los chacras alineados. Hay cierta zozobra en mí. Cierto desasosiego. Y para recomponerse se va a visitar a una bruja o medio bruja jipiosa de mucha perspicacia y sensibilidad psíquica y de poco jabón que vive como una ermitaña en un pueblo perdido de la Catalonia profunda. La bruja, mediante unos cuantos aforismos, unas cuantas hierbas y un ponme la mano aquí (Macorina) le aleja todos sus demonios y le cura todos los males (yo hubiese resuelto el problema con una patada en los cojones, pero claro, yo no soy catalán. Ni arquitecto). Y aquí tenemos a nuestro protagonista feliz y contento con el equilibrio recuperado. ¿Y cómo celebra este momento tan hermoso? Pues sí, señores: sale a correr. Y es esa carrera una metáfora de su paz interior recuperada y del hermanamiento que siente en ese momento con el cosmos, con todas las energías positivas posibles y con todas las fuerzas de la naturaleza que puedan existir. Y así, en perfecta armonía con Casiopea, con los musgos, con las coníferas, con las abubillas y con el lirón careto dejamos a nuestro protagonista correteando y colorín, colorado, este bodrio (premio Ramón Llull. Ya ves) ha terminado.
El tercer libro sería “Correr” del francés Jean Echenoz. Este libro es algo parecido a una biografía de Emil Zatopek, el gran corredor checo. Para mí Zatopek son palabras mayores. De hecho, El Impenitente siempre va acompañado de una foto del gran Emil tirando como un poseso en el cien en la final de cinco mil de Helsinki 52. Algo he leído sobre él previamente. Bueno, sobre Zatopek he leído todo lo que he podido pues siempre me ha interesado ya que es alguien a quien admiro desde chaval. Un buen amigo corredor consideró que mi cultura estaba huérfana si no me leía este libro y me lo dejó con todo el cariño del mundo. Y me lo leí. Tras acabarlo tengo la sensación de que lo único que me ha aportado este libro ha sido una mala sangre considerable. No recuerdo nada bueno de él. Tal vez que se lee muy rápido. Y si tuviera que reseñar lo peor me quedaría con el tonito en el que el libro está escrito. Echenoz es francés y ha escrito unos cuantos libros que han debido de tener cierto éxito. Esta novela ha sido publicada gracias a la ayuda del Ministerio francés de Cultura y ya se sabe que cuanto más subvencionado está alguien más encantado está de conocerse. Y un subvencionado francés es ya la quintaesencia del comomolismo intelectualoide. A Zatopek hay que entenderlo (como a todo el mundo) dentro de su época: invasión nazi, guerra mundial, estalinismo, guerra fría, Primavera de Praga. Toda esta época está narrada de una manera muy relajada, muy chispeante pues el autor lo relativiza todo menos a él mismo, que por algo es francés y va sobrado. Sólo le ha faltado llamar Fito a Hitler, Pepe a Stalin y Locomotoro o Emilito a Zatopek. Por supuesto que Zatopek es un lelo que no sabe más que correr, algo que hace como un obseso y sin ton ni son. Y va narrando todas sus hazañas y logros siempre desde un pedestal, mirando por encima del hombro a ese bobo simplón que no es más que un pelele en manos de unos y de otros. Desde luego no cuenta nada que no supiésemos. De hecho cuenta menos, mucho menos (¡cómo se puede escribir sobre Zatopek mencionando sólo una vez a Alain Mimoun y únicamente por la fonética de su nombre!). Y tampoco logra explicar, entre otras cosas porque ni se lo ha planteado, por qué Zatopek está considerado como uno de los más grandes atletas de la historia, siendo venerado y respetado en su época y cuya leyenda sigue creciendo con el paso de los años. Que Zatopek era un ser humano y no un ser perfecto es evidente. Que Zatopek no se merece un libro así es más que evidente. Y por mucho que hayas escrito y por muchos planes que tengas para el futuro, dilecto Echanoz (yo te invito, si es que aceptas el consejo de un españolito, tan francés como eres, a que consideres entre tus planes más inmediatos la posibilidad del suicidio. Seguirás siendo un imbécil, pero ya se sabe que a un imbécil muerto se le respeta un poco más) tu pedestal es de aire y Zatopek va a seguir siendo Zatopek a pesar de ti. Y tú, hagas lo que hagas, seguirás siendo un gilipollas. Francés y gilipollas (¿valga la redundancia?). Vive la Grandeur!
18 comentarios:
Yo que venía, como buen perdedor que soy y a pesar de lo mal que suena eso, a darte la mano y felicitarte por ese 0-4 que os pusimos en bandeja, y resulta que me encuentro una entrada gloriosa.
Deberías dedicarte a esto de escribir sobre esa maravillosa fusión de literatura, deporte y vida. Con la de juntaletras incultos que hay en los medios, yo pagaría el precio del periódico sólo por leer tu columna. Y lo digo en serio, no sólo por la depresión inevitable que causa tener a Montanier como entrenador propio.
Sí señor. Éste es el tono. ¿Nos lo prestas para C10?
G. de Gorrón, cuya barba no llega a una cuarta parte de la de Dostoievski ni a una décima parte de la de Tolstoi.
A eso se le llama repartir mandobles. Alégrate de que, al menos, a ti te regalan libros sobre el correr (por muy malos que sean). Desde que algunos saben que me gusta escribir, y ya que se me desconoce otra afición, a mí ya me han regalado dos cajas con una pluma de ganso y un bote de tinta. Creo que voy a necesitar esa asignatura de sexto de arquitectura para recibir regalos sin pasar vergüenza.
Que sepas, Juan, que esta mañana pasé por tu casa futbolera (como suelo hacer, tal vez no siempre pero sí cuando sufrís algún desastre como en Mallorca (soy mala persona) o cuando obtenéis grandes victorias en campos como Mestalla (soy mala persona)) para leer tu opinión. No me pareció elegante comentar, entre otras cosas porque nunca lo había hecho. Mal estáis con tu amigo Montanier. A veces no es sólo cuestión de entrenador. Los míos han pasado de ser una banda a ser un equipo de fútbol en un santiamén. ¿Mérito del Cholo? Seguro que no.
Y mientras llega el día en que me paguen por escribir una columna (que versará sobre el triunfo del Atleti en la final de la Champions que habrá ocurrido el día anterior) supongo que seguiré escribiendo por aquí y que será gratis leer lo escrito.
Prestado queda. No sé si el tono y los exabruptos convencerán a la directora pero podéis disponer de él. Tengo que rebuscar pues me parece que tengo alguno más por ahí.
Muy útil la pluma de ganso y el bote de tinta para escribir literatura clásica. Mojas la pluma en la tinta y te sale el monólogo de Segismundo sin parpadear siquiera.
deberias escribir tú el libro sobre Zatopec, que con lo que cuentas me han dado ganas de saber más de él.
Don Balbino ha vuelto. Gracias Don Balbino.
Así que, después de todo, el mejor libro ha resultado el de Murakami. Bueno, de hecho, el único bueno de los tres. Te voy a recomendar otro -con perdón-: CEMENTERIO DE PIANOS, de José Luis Peixoto, portugués del setenteicuatro, creo. Novela, ficción al cien por cien, no indaga en el hecho de correr pero el protagonista corre.
Pues yo el único que he leído ha sido el de Murakami, y no porque tratase de correr, sino por haber sido escrito -cómo no- por el venerado autor. Francamente, me aburrió. Pero me he reído tanto con tu sinopsis del de la pasión pura, que estoy por comprármelo.
Estoy pensando que yo te regalaría la peli de W.Allen "Take the money and RUN"...la asociación de ideas va por las carcajadas y no tanto por lo de correr.
De la humillación del sábado no voy a opinar, que bastante tengo con las lamentaciones de los varones de mi casa.
Jaramiel
¿Humillación dices? Querrás decir exhibición y admiración por la misma.
Mejor (agradeciendo la intención) Boris Gushenko ("Love and death" para ti). De Woody Allen no la mejor (en mi opinión) pero sí con la que más me he reído.
¿Peixoto? Tomo nota. No prometo nada pero tomo nota.
De res, G.
Pues, Slim, la biografía de Zatopek todavía está por escribir. No me veo capaz de escribirla pero sí de acompañar al que lo haga en su búsqueda de documentación y revisando vídeos de sus carreras una y otra vez.
Es verdad, cómo no se me había ocurrido, en la de Boris Gushenko también hay mucho engarce filosófico-histórico-poético-carnal. Tolstoi, Napoleón, los perritos calientes, la botella..."¿y qué? a mí me gustan los cruasáns" ;)
(Oh, mon Dieu, on dit croissants...es que me ha dolido lo de Love and Death)
Jaramiel
Por cierto, ¿te has leído Guerra y Paz? ¿te gustan las novelas de ambientes? (nótese la ESE)
Jaramiel
P.D. Yo no me atrevo con ese tocho, no sé por qué me impone respeto. Pero igual podría gustarte la de Oblomov (el colega se pasa más de la mitad del libro postrado en la cama...y eso es para verlo-leerlo-). Claro que el libraco no tiene las 1000 páginas del de Toslstoi.
P.D.2 Es un buen libro.
Has abierto la caja de los truenos, Jaramiel.
Tolstoi, el gran novelista, el gran narrador, el gran conocedor del alma humana. Yo le he intentado. He sido tozudo en el intento (Ana Karenina, La sonata Kreutzer, La muerte de Ivan Ilitch, Resurrección y Guerra y paz) y no. Supongo que será culpa mía, pero no he encontrado la grandeza de Tolstoi en ningún lado. De hecho "Guerra y paz" me pareció un culebrón, un montón de condes, duques, marqueses, príncipes y barones liándose unos con otros. La guerra estaba por ahí. Si uno se moría en la guerra, Tolstoi enseguida encontraba acomodo para la viuda (si era noble, claro. Si era plebeya se moría del asco).
Me ocurrió algo parecido con Chejov. El teatro me encantó (La gaviota, El tío Vania, El jardín de los cerezos y Las tres hermanas) pero Chejov se supone que es el gran maestro del relato corto y me he hinchado a leer relatos suyos buscando su grandeza y no la encontré. Supongo que soy demasiado tosco para apreciarla.
Tuve un periodo muy largo obsesivo con los rusos. Leí a Pushkin, a Lermontov, a Turgeniev, a Goncharov (sí, me he leído "Oblomov". Una novela desesperante. A cada página me daban ganas de entrar en el libro, cogerle de las solapas y zarandearlo -pero, ¿tú eres tonto o qué? ¿es que no te das cuenta?) y a Gorki. Y dejo para el final a mis dos favoritos. Por una parte, Gogol. "Las almas muertas" es prescindible. El resto me pareció maravilloso, tantos sus relatos como "El inspector", que es teatro. Es ironía y sarcasmo en estado puro. Y luego está Dostoievski. Dostoievski es superdiós máximo. Me falta muy poco de leer suyo. En mi opinión "El idiota", "Apuntes del subsuelo", "El jugador" y "Crimen y castigo" son sobresalientes, "Demonios" es matrícula de honor y luego está "Los hermanos Karamazov" que si no es El Libro es uno de Los Libros.
Y no sigo. Lamento las extensión. Me gusta mucho hablar de los rusos.
¡Qué paradoja! el que más me ha dado ganas de leer es precisamente el que pones peor :D
(a ver si consigo ser breve)
Los rusos...yo he pensado muchas veces que los personajes de esas novelas parecen prototipos acartonados, un desfile de protagonistas singulares retratados al detalle que por otro lado conforman moldes colectivos...La verdad es que a pesar de la superabundancia de matices en las descripciones, en general el estilo resulta bastante fluido, pero a mí me chirría algo y no me acaba de convencer esa forma de transitar entre lo lírico y lo épico, moviéndose con naturalidad entre lo íntimo y lo general. Además ese muestreo de personajes y sus mil desventuras enmarcadas a ritmo de Historia me deja un regusto nacionalista que no me convence.
Jaramiel
P.D. Y hablando de estereotipos, deduzco entonces que te gustó Taras Bulba. ¿no te pareció un poco la aldea de Astérix? Demasiado complaciente con los cosacos, ¿no? También un poco culebrón -guerra, amor, adversidad...- Empiezo a sospechar dónde se inspiran los guionistas de "Pasión de Gavilanes"
Aunque he de reconocer que se hace entretenida, se lee fácil y además es cortita :)
Jaramiel
P.D. He conseguido ser breve pero creo que no se me ha entendido una mierda.
No, Sisterboy, si al final tendré que pedir comisión por el aumento de ventas del libro.
A ver, Jaramiel, que yo no doy para tanto y no sé qué responder. Sobre Taras Bulba lo leí hace más de diez años y recuerdo que me gustó. Más que a Astérix me recuerda a Yul Brynner aunque sí que es cierto que a veces te hacía pensar en los galos. Sobre la condescendencia con los cosacos y su comportamiento, los rusos (aunque Gogol era ucraniano) son muy rusos. Los únicos que van por ahí pidiendo perdón por su pasado son los españoles, que somos de los tontos los más tontos.
Sobre los culebrones tengo la teoría de que los inventaron los matemáticos. En realidad se trata de combinatoria: tengo un número determinado de elementos y se trata de que, al final, todos hayan estado combinados con todos. No recuerdo si eran variaciones, permutaciones o combinaciones pero todo vale.
Sobre los rusos: Ana Karenina está llena de estereotipos y de situaciones si no ridículas sí forzadas y poco naturales. En "Oblomov" se parte de una historia muy simple y exagerando construyes un personaje cuyo nombre forma parte del idioma de su país. No reconozco las obras grandes de Dostoievski en tu descripción de la literatura rusa. Tal vez sí a Pushkin, a Tolstoi, a Lermontov e, incluso, a Turgeniev, pero no al resto de los que he leído.
Y luego estarían las polémicas entre los paneslavistas y los europeístas dentro de los rusos, pero eso ya lo dejamos para otra ocasión.
Otro 0-4 a tu favor...me has knoqueado con Lermontov, Turgeniev...Y para consolidar tu victoria hablas de "las polémicas entre los paneslavistas y los europeístas" (eso ya es pá'nota, que las que pertenecemos a la gran masa burda y ramplona tanta sabiduría no nos toca ni de refilón ;)
Buen fin de semana (a pesar de la amenaza latente en cada viernes
Jaramiel
Lo dejaremos en empate, Jaramiel. La clave cuando uno sabe poco es conocer un par de palabras de casi todo y dejarlas caer como quien no quiere la cosa. Suele resultar efectivo y te permite quedar bien vendiendo humo. Lo malo es cuando topas con algún experto en cualquier tema. Entonces callado.
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