jueves, 11 de diciembre de 2025

Tú vales, chaval: L

Pues llevo la L en la luneta trasera del coche.

No la puse en su momento (que no se enteren ni la DGT ni San Cristóbal) y ahora, ahí voy, viendo el pánico en el rostro de los otros conductores cuando estoy cerca.

Lo del pánico es exagerado. Pero sí que te da cierta sensación de seguridad. No me molesta.

No es por mí esa L. Mi hijo acaba de sacarse el carné de conducir. Cuando se examinó del práctico estuve con el corazón dividido. Bien está que apruebe, por supuesto. Y bien está que se termine la sangría de dinero. Aunque el paso siguiente a tener el carné era -déjame el coche.

Y así ocurrió.

Fue a recoger a su hermana, conmigo de copiloto. A la vuelta, le dije -mételo en el garaje.

No debí decirlo.

Nuestro garaje es muy puñetero. Demasiado.

Y la prueba está en una de las puertas del coche.

-No te preocupes. Echándole laca se van las marcas- le dijeron sus amigos.

No se van.

Y ahora el coche huele a salón de belleza.

No soy buen copiloto junto a un novato.

La docencia, la pedagogía y la paciencia no figuran en mi libro de estilo.

Me ha abroncado mi hija.

Me ha abroncado Ana.

Ahora procuro ir callado.

No soy de los que mueven los pies pisando pedales imaginarios.

Sí soy de los que retuercen en su asiento.

Fuimos al Secarral y llevó él el coche.

Su primer viaje largo.

Mi viaje más largo.

(Aunque, por primera vez en la historia, se cumplió en mi coche aquello de que el copiloto elige la música).

Llegamos.

Llegamos muy bien.

Tenemos (supongo que es común) la mala costumbre de erigirnos en árbitros y en referentes. Somos el equilibrio, la mesura, el hito.

Y me siento orgulloso de que mi hijo sea mejor que yo en todo y también en esto. Lo que demoré el sacarme el carné porque me daba miedo. Lo que tardé en aprobar porque era un inútil. Las pocas ganas de conducir, con el carné en el bolsillo.

Aunque esto es ser estrecho de miras.

No soy yo el objetivo a mejorar.

Realmente siento que mi hijo juega en otra liga, superior a la mía. Supongo que como toda su generación.

Su seguridad, su confianza, su ausencia de miedos, su naturalidad, su facilidad para aprender, para asumir.

Y no sólo porque haya aprobado el carné y esté deseando conducir. Esto es un tema menor. O, simplemente, otro ejemplo. Otra prueba. Una más.

Otro motivo más para admirarte, respetarte, creer en ti y estar orgulloso de ti.

Retorcido en mi asiento. Retrepando. Resoplando. Agarrando la maneta hasta hacerme sangre. Y poniendo buena música, claro.

Me contó mi madre una vez que tenía mucha ansiedad. - ¿Y eso? ¿Por qué? - le pregunté. -Porque quiero- me contesto.

Algo así me pasa a mí. Seguiré poniéndome nervioso y padeciendo y será porque quiero.

Porque tú, hijo mío, eres extraordinario.

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