martes, 5 de agosto de 2025

Mil. Milenario

Pues ésta es la entrada número mil en este cuaderno.

Llevo tiempo pensando si conmemorarlo. Y dudando. Mi cerebro se desdoblaba. Una parte decía sí. La otra, no. No eran el ángel y el demonio, positivo y negativo. Uno era parecido a un duende, con sus cascabeles y todo –venga, tenemos que hacer algo especial, que el llegar a este punto lo merece. Vamos a pensar, que seguro que se nos ocurren ideas memorables. Y el otro, el señor mayor cansado, con un carácter que cada vez se parece más al del Dios del Antiguo Testamento (mi héroe) – ¿Qué va a merecer? Anda, cállate y déjame en paz.

¿Por qué no escribes una entrada desde la envergadura de la efeméride, pero con emotividad, en un tono que se mueva entre el envanecimiento, la autocomplacencia y la falsa modestia y que termine con un párrafo de esos de mirada firme y orgullosa hacia el futuro? ¿Tú eres tonto o eres tonto? Si no, podríamos buscar a todos los que pasaron por aquí alguna vez, aquellos que fueron parte de este cuaderno, y que participen del homenaje. ¿Para qué? Cuando uno no está en un sitio es porque no quiere. Sería bastante patético. Pues haremos una selección de las mejores entradas y las enlazaremos. Empieza. E, incluso, haremos una lista con todas las canciones que han aparecido en este cuaderno (de título “Canciones que no quiero compartir con nadie”) como regalo. Empieza. Y, de hecho, empecé. Me fui al archivo. Me leí las entradas de abril de dos mil ocho. Y seguí con las de mayo. Y me quedé a la mitad. No le veía el sentido (aparte de que sentía mucho pudor y mucha vergüenza al hacerlo). ¿Lo ves? Y mira que quería haber hecho una selección de ciento veintiocho entradas y, a partir de ahí, sesentaicuatroavos, treintaidosavos y sucesivos, con resultado, esta vez, incierto. Y mira que me gusta hacer listas de canciones (y aquí sólo tenía que apuntar). No fue desanimarme ante la tarea que tenía delante. Fue ver que no iba a ninguna parte. Así, el duende saltarín se sentó apagando sus cascabeles y el señor mayor gruñón se retrepó en su asiento amagando un principio de sonrisa.

Y entonces apareció la palabra milenario.

Y el duende encendió sus cascabeles. Y el señor mayor se incorporó en su asiento.

Porque celebrar el número mil, y querer festejarlo, tal vez sea un disparate sin sentido. Pero, que este cuaderno se convierta en milenario, con toda la solemnidad que te deja en la boca cuando lo pronuncias, eso ya es otra cosa.

Y no, no haremos fiestas. Pero estamos buscando símbolos. Las selecciones llevan una estrella sobre el escudo por cada Mundial ganado. Los ciclistas, en la manga, llevan los colores de los campeonatos (mundiales, nacionales, olímpicos) que han logrado. ¿Pongo una M en algún lugar preeminente? ¿Me rebautizo como El Impenitente Milenario? ¿Puedo considerarme ya oficialmente intelectual y otorgarme el carnet reglamentario?

Seguiremos buscando. Los tres. Duende, señor mayor y yo.

Y los tres estamos de acuerdo en decir que ésta no es la entrada que conmemora haber llegado al número mil. Esta es la entrada que celebra, y queremos dejar constancia de ello, que este cuaderno es milenario.

Y aquí dejo el eco para que reverbere.

Milenario.

Milenario.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues puedo decir, sin temor a equivocarme, que he leído las mil. Algunas varias veces. Aquí seguiremos a por las mil próximas. Enhorabuena.

GARRATY dijo...

Ahora soy anónimo. Ya ni comentar sabe uno