Ella fue creciendo y el muñeco pasó a un segundo plano. Y a un tercero. Y a un cuarto. Y yo, de vez en cuando, le preguntaba. Y sus respuestas fueron variando con el tiempo.
-¿Dónde está Swoops? Hace tiempo que no lo veo.
-Está de campamento. En mitad de la montaña. Está incomunicado.
-Este curso está estudiando fuera. Con los amigos que hizo en el campamento.
-De vacaciones. Quería estar solo. Necesitaba meditar.
-Ahora está aquí. Pero está muy serio. Creo que se volverá a marchar.
-Se ha ido de voluntario. No sé exactamente dónde. Pero sé que está bien.
Acumulando ausencias y retornos discretos de Swoops, mi hija ha llegado a la universidad. Su poder para fascinarme sigue siendo ilimitado. Y a este poder ha ido añadiendo ciertas peculiaridades. Él otro día nos contó que, antes de un examen de ”Derecho Romano”, ella, tan descreída a tiempo parcial, había rezado un Padrenuesto. Pero que lo había rezado en latín. Lo consideró más apropiado.
También nos contó que había tenido que aprenderse los distintos poderes del Estado y su relación. Y para hacerlo más fácil, decidió hacer una representación gráfica de los mismos dentro del bastión inexpugnable de su habitación (me contó Ana que se está imponiendo como método de castigo a adolescentes el quitarles la puerta de su habitación. No es mala idea). Y así, sobre su cama, colocó muñecos, trastos y cachivaches que le permitieron asimilarlo todo mejor.
-¿Y a Swoops le diste algún papel?
-Por supuesto.
-¿Cuál?
-Él es el rey.
Ha vuelto. Está aquí. Viva el rey.
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