Realmente son dos. Una dentro de la otra. Si le preguntas, te las enseña.
Mi madre no para de hablar. Recuerda sobre todo a la gente de Villaescusa. Y habla de todos en presente. Al principio tratamos de corregirla. Desistimos rápido. La verdad ya es sólo una parte. Su verdad es la verdad.
Aunque a veces duda. Y te pregunta. Y créanme, no siempre es fácil responder -Car, me han dicho que papá está muerto. ¿Es cierto?
El otro día me enseñó una lista de nombres. Me dijo que eran los personajes de “Eloísa está debajo de un almendro”, de Jardiel Poncela. - ¿Tenéis el libro ahí arriba? -No, está en casa. ¿Ya no te acuerdas? -Sí que me acuerdo, mamá. Se suele recordar dónde se leyeron los libros que nos gustaron. La lista no era de los personajes. Era de sus compañeros. Una se llama Eloísa y sacó sus conclusiones. Me habló de cada uno de los nombres que tenía escritos. Y escuchándola, sí: todos eran personajes.
Como siempre está contando historias, le pidieron, supongo que como parte de una metodología, que las escribiese.
Y ella aceptó. Y escribe. Escribe en su cuaderno. En sus cuadernos. Y luego lo lee en voz alta.
Mi madre siempre ha tejido. No sé cuántos jerséis, bufandas, paños, muñecos habrá hecho a sus hijos y a sus nietos. Pero ahora ya no hace ganchillo. Ya no hace punto.
Mi madre siempre buscó la compañía de la televisión. Y hasta hablaba con ella. Pero ya no la ve.
Mi madre ha leído mucho. Libros. Novelas. Ha leído siempre. Pero ahora ya no lee.
Mi madre ahora escribe.
Escribe en sus libretas.
Y nunca se separa de ellas.
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