domingo, 10 de diciembre de 2023

Mis pasos en otra calle

Mi padre solía decirme –cuando quieras, te llevas todo lo que tienes ahí. –No- le respondía. Ése es su sitio.

Mis padres han mantenido, en la habitación que fue de mi hermano y mía en su piso en Valencia, nuestros pupitres. Y los cajones del mío están llenos de cosas personales: cartas, fotografías, poemas, objetos. Recuerdos que van desde mis quince hasta mis veintitantos años.

No tengo muy buena relación con todos aquellos años. No puedo evitar cometer el error de juzgarlos con dureza desde el cómo soy ahora. No es inteligente. Ni justo. Si lo pienso, son muchos los amigos que me acompañan desde entonces. Amigos que son, estén o no estén. Y lo que soy es por lo que fui. ¿Que me equivoqué? Muchas veces. ¿Que no estuve a la altura? Quizá más. ¿Por qué me lamento, me avergüenzo de tantas cosas? Los guerrilleros vietnamitas, siempre disparando con precisión en momentos sabiamente escogidos. Y lo que hay en ese cajón no son siempre recuerdos entrañables. Son disparos. Así, cuando le decía a mi padre –ése es su sitio- él interpretaba que esas cosas ocupaban el lugar sentimental que les correspondían mientras que yo pensaba realmente –déjalas en su ataúd. Ahí están bien.

A mi madre le encanta sentarse en la que fue nuestra habitación. Y aquella tarde me la encontré allí. Y me senté a su lado, junto a mi pupitre. Ella habla, te cuenta, se calla, sigue con sus cosas. No oye bien, así que conversar con ella es muy complicado. Abrí el ataúd. Vi fotos mías, con los amigos, en la mili, de campamentos con los scouts –joder, qué feo eras, con esas gafas. Vi cuadernillos de versos que mandé a algún concurso –y aún pensarías en ganar. Sí que eras recargado y pretencioso. Las cartas no me atreví a leerlas. Y me encontré un cuaderno.

Teníamos Sanfélix y yo veintidós años. Él tenía muchos dibujos y yo tenía muchos versos. Él seleccionó unos cuantos y yo, unos cuantos. Él dibujó sobre lo que leía, yo escribí sobre lo que veía. Lo encuadernamos. Lo titulamos “Mis pasos en otra calle” (un verso de Octavio Paz leído en “Rayuela”, de Cortázar). Hicimos una tirada de dos ejemplares. Se agotó. Se quedó en el cajón la mitad de la tirada. En el ataúd. Y allí estaba, en mis manos.

Lo leí.

Es bueno.

Los dibujos, por supuesto. Los poemas…joder, que me han gustado. No todos, pero sí la mayoría.

Tal vez no haya sido justo con todos aquellos años. Hay perlas en el barro.

Tal vez podamos reconciliarnos.

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