sábado, 20 de mayo de 2023

Varios

Mi vida como padre de nadador este año está siendo más relajada. Estando ya en la universidad, mi hijo más que entrenando está nadando. Va un día a la semana. Dos. Alguna vez (pocas), tres. Nada en un grupo universitario, en una piscina cercana a Valencia (cambió de club) y paso a recogerlo al salir de trabajar. Hasta Navidad compitió algo. Con los metros que llevaba de entrenamiento, en las pruebas cortas estuvo en sus tiempos mientras que en las más largas (Doscientos. Cuatrocientos. Su especialidad), estos se iban. Se desanimó un tanto. Dejó de competir aunque no de ir a nadar. Al final, y es mi opinión, que el deporte te acompañe en tu vida no es malo. La competición siempre motiva (a mí me encanta) pero se puede vivir sin ella sin grandes trastornos. Vivir sin deporte, en mi caso, es impensable. Y que él nade, aunque no compita, pues oye, fenomenal.

Aunque alguna competición sí que ha hecho después. Fue al Autonómico Universitario y ganaron el oro en el cuatro por cincuenta libre (con felicitación incluida del vicerrector por escrito). Y hace un par de semanas me dice que hay un control en Villarreal y que va a apuntarse.

La madre de la Pantoja se desperezó. Otra vez volvió el brillo a sus ojos. Volver a una piscina para ver competir a su chaval. Volver al calor, a la humedad, al cloro a vivir de nuevo lo que se siente al ver a tu hijo tirarse al agua, ese orgullo, esa tensión, esa emoción.

-No hace falta que vengas. Son dos sesiones, mañana y tarde. Ya me organizo con Álvaro y me voy con él. No es necesario. Puedes quedarte en casa.

Puedes quedarte en casa. Siete mil millones de horas llevándolo, esperándolo y trayéndolo. Tres mil millones de horas dentro de una piscina. Siempre feliz. Siempre radiante. Siempre dispuesto. Y ahora, a sus diecinueve años, puedes quedarte en casa.

La sesión de mañana, por supuesto, estuve pendiente. No la retransmitieron, pero sí que salían rápido los resultados. Y la madre de la Pantoja, en el exilio, allí estuvo. En silencio, abnegado, nervioso, satisfecho.

La sesión de tarde…bueno. Llovía. El Villarreal jugaba en casa, estando el estadio cerca de la piscina. Eran fiestas además. –Puedes quedarte en casa. Era cierto. Y lo más sensato. Y también había otra opción. Cogimos el coche. Llegamos a Villarreal. Nos sentamos en la grada. Sin que mi hijo se diera cuenta, la madre de la Pantoja volvió a sentir la misma emoción de siempre. Un cien espalda. Los virajes. Los subacuáticos. Y estuvo en su tiempo. Con lágrimas en los ojos, y sin decirle nada, de vuelta al coche y de vuelta a casa. Él tuvo su día de competición, con su grupo, yendo y viniendo con su amigo. Y yo, pues volví a sentir el mismo orgullo. La misma tensión. La misma emoción. Porque tal vez los hijos cumplan años. Pero nunca nunca se harán mayores. Nunca.



(Este apartado, por respetar la tradición, podría titularse “Siempre se puede ser más gilipollas”).

Comenté hace poco que a mi hija la habían becado para hacer un curso. Recientemente le han enviado el plan de trabajo y su horario correspondiente. En ese plan, que se imparte en Valencia por una empresa valenciana, figuran los siguientes conceptos:

Teambuilding
Brainstorming
Branding
Mentoring
Break
Buyer personal
Pitch
Teamwork.

No sé qué hacer, si decirle todo lo que pienso de los acomplejados quiero y no puedo que utilizan anglicismos de manera absurda, gratuita y evitable o dejar que lo aprenda ella por sí misma.



Le contó Alina a Ana que su abuela había muerto recientemente. A sus noventa y un años empezó a sentirse mal, vio que aquello ya sólo tenía una salida y, como su mente todavía era fuerte, decidió dedicar el tiempo que le quedaba a organizar su funeral. Preparó la lista de los asistentes y cómo quería que fuera la liturgia. Organizó el menú, según la tradición de su país, de lo que sería el ágape posterior. Como dudaba, preparó varios tipos de bizcochos, e hizo la cata antes de decantarse. Otra tradición que tienen es que, los parientes más cercanos, tras el fallecimiento, se realizan obsequios. Pero presentes que han de ser prácticos: mantas, toallas, etc. Ella preparó todos esos regalos y a quién correspondía cada uno. Cuando sintió que todo estaba preparado, y dado que la mayoría de sus parientes viven en el extranjero, cogió el teléfono y llamó uno por uno a sus nietos y bisnietos para despedirse. Alina, al escucharla, se puso a llorar.

-Pero, ¿Por qué lloras? Si yo quiero morirme. Si yo ya no hago nada aquí. Mi vida ya está hecha. Vosotros estáis bien. Vuestros hijos están bien. Yo ya he cumplido. De verdad, estoy bien. No llores. No tienes por qué hacerlo. Me voy satisfecha. He sido feliz. Soy feliz. Veo que esto se acaba. ¿No es lo mejor que termine ahora? ¿Que termine así?

Y se fue. Tranquila. Satisfecha. Feliz.

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