sábado, 6 de mayo de 2023

¿En qué momento Valencia dejó de ser Valencia?

Al final, supongo, todos opinamos de las cosas en la medida en que nos afectan y el hecho de que Valencia esté permanentemente llena de turistas, como no influye en mi día a día, y como no dejan de ser una fuente de riqueza para la ciudad, pues no me desagrada. No los considero una plaga. Y cuando ejerzo de turista en mi propia ciudad y me dedico a deambular sin rumbo por el centro, hasta me resulta divertido no escuchar hablar apenas ni castellano ni valenciano mientras miro constantemente dónde estoy no vaya a ser que me haya despistado y esté vaya a saber en qué sitio. Tengo que asegurarme y comprobar que los lugares son los mismos, porque las caras me las han cambiado. Aunque, repito, como no me afecta, y mucha gente se beneficia, no me disgusta.

Tuvimos visita. Me agrada hacer de cicerón. Es una oportunidad de callejear y, como se descuiden, de subirlos al Miguelete y llevarlos a ver el brazo incorrupto de San Vicente. No se descuidaron. Ellos se lo pierden. Quedamos en la Estación del Norte. A partir de ahí, la ruta tradicional. Había turistas por todas partes. Como nosotros, que también éramos turistas. Después de un rato andando, y con el calor que hacía, ¿dónde nos tomamos una cerveza? Recordé un bar en el que almorzábamos cuando hacíamos obra por el centro, justo detrás de la Lonja, y hacia allá nos fuimos. El bar, estaba. Igual. La clientela era muy distinta. Entramos. Pedimos. Nos aplicaron precio de turista. Bueno, son las reglas del juego. Oferta y demanda. Y si te mueves por estas zonas, pues tendrás que atenerte. Pagamos. Anduvimos un rato más. No habíamos reservado para comer. Ponte a buscar. Todo lleno. Todo. Al final, encontramos sitio en un restaurante muy poco valenciano. Y, bueno, si tenía hueco era por algo. Hemos comido mejor. Y nos reímos, pues no teníamos derecho a quejarnos. Fuimos poco previsores y pagamos la penitencia.

Después de comer, ya no nos quedaban ganas de andar (no me atreví a proponer de nuevo ni lo del Miguelete ni lo del brazo incorrupto). Y nos fuimos hacia la playa, a tomarnos un café y, tal vez, algo más. Paramos en un sitio que han rehabilitado hace poco por la zona del Cabañal, con un montón de locales dentro. Mal se tendría que dar. Mal se dio. Estaba lleno, principalmente de extranjeros del primer mundo. ¿También han llegado hasta el Cabañal? Han llegado. Se conocen Valencia mejor que nosotros. Bueno, vámonos hacia la Patacona.

Llegamos a un local (bistrot no sé qué y con nombre de animal). Estaba medio vacío. Nos quedamos en la puerta porque, en estos sitios, hay que pedir permiso. Buenas tardes, queríamos entrar, sentarnos y tomarnos un café. Lo sentimos, sólo servimos café en la terraza.

-¿Por qué?

Esto lo pensé y no lo dije. Había sitio. Había cafetera. ¿Por qué dentro no? En fin. Salimos. Nos sentamos en la terraza, frente al mar. Corría el aire. Se estaba bien. Nos trajeron la carta. Vino la camarera. Pedimos los cafés y dos raciones de tarta.

-Lo sentimos. No servimos comida en la terraza.

-¿Por qué?

Tampoco lo dije. ¿Hay una ley que impida comer en una terraza? No. ¿Entonces?

No pedimos las tartas y empezamos a pensar ideas absurdas sobre comidas, lugares y horarios que pudieran aplicar en este local.

Así estábamos cuando llegaron tres extranjeros coloradotes y pidieron permiso para entrar y tomarse unos gin tonic.

-Lo sentimos. Tendrán que esperarse media hora. Estamos recogiendo dentro lo de las comidas y, en media hora, podremos atenderles.

Aquí ya no pregunté -¿por qué?- sino -¿en qué momento Valencia dejó de ser Valencia? Juro que la terraza estaba medio vacía. Tenían sitio, vasos, hielo, ginebra, tónica (y lo que quisieran añadir), camareros y posibles clientes que querían gastar dinero en su local. ¿Entonces? Entonces empezamos a reírnos.

Es muy exagerado decir que Valencia ya no es Valencia (aunque me quedé muy pagado al decirlo. De hecho, le he dado honores de título). Pero mucho. Al final, estos tíos tienen un negocio, lo llevan conforme a sus reglas (y no parece que les vaya mal) y el que yo pueda pensar que son unos imbéciles no les afecta en nada. Bueno, no pensamos volver en la vida, pero, por lo que vimos, su modelo de negocio está más orientado a los itinerantes que a los que vivimos aquí, así que, pues que os vaya bien. Pero el pensar que lo de estos tíos sea una tendencia y que esos bares en los que entras, te sientas, y, a cualquier hora, pides (lo que sea) y te sirven, estén en vías de extinción (mientras que lo único que ni se extingue ni se extinguirá es la estupidez humana. Es más, va a ser verdad que es infinita)…pues no me gusta. Y habrá que empezar a pensar que lo del turismo, si empieza a convertir en extraordinario lo que siempre fue normal, tal vez tenga algún pero.

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