martes, 16 de octubre de 2018

La piedra lunar

Un diamante que desaparece. Ricos (ladies and gentlemen) que se enamoran. Criados que se enamoran (es el mismo verbo pero el sentimiento es distinto). Tres indios (de la India) que buscan, a cualquier precio, dicho diamante. Un detective, Cuff, que cultiva rosas y que marcó el camino a Sherlock Holmes. Está el viejo Betteredge y su “Robinson Crusoe”, un personaje que bien vale un libro. Están las clases altas en la Inglaterra victoriana, que si decían –no- la policía se daba la vuelta y se iba. Está Miss Clack, la bruja metodista (según Borges), capaz de sacar de quicio a cualquiera. Está Rosanna Spearman, deforme ella, con su destino trágico, sin la menor posibilidad de ser feliz. Está Ezra Jennings, otro condenado desde el mismo día en que nació, mestizo, enfermo, rechazado, brillante, con su momento de gloria, momento que no tuvo Rosanna (pobre Rosanna). Hay seis narradores distintos. Están las “Arenas temblonas”. Y Lucy, la coja. Y Mr. Murthwaite, el aventurero. Y Luker, el usurero. Hay más de setecientas páginas de una novela que puede ser definida como policiaca, de intriga, costumbrista y, en muchas fragmentos (la ironía y la sabiduría de Betteredge son…formidables), de humor, una novela donde, al final, te importa poco quién robó el diamante porque el averiguarlo supondrá que el libro se está terminando. Hay una novela que ha sido adaptada al teatro, al cine y a la televisión, adaptaciones que, seguro, no están a la altura de la novela porque no pueden estarlo. Hay un escritor, de nombre W. Wilkie Collins, amigo de Dickens, abogado y opiómano (el opio también es protagonista del libro), que me ha resultado todo un descubrimiento. Murió en 1889 y es un descubrimiento. Hay muchos libros que me quedan por leer. Muchos escritores aún por descubrir. Esto acaba de empezar.