Ayer se disputó en Valencia el campeonato del mundo de media maratón. Y allí estuvimos. Nos lo íbamos a perder.
El final de 2017 fue de ensueño. Tres horas y dos minutos en el maratón de Valencia, volví a bajar de cuarenta minutos en un diez mil en el Pas Ras de Valencia y hora y veinticuatro largo en la media de Paiporta Picanya. 2018 empezó también muy bien, con un 38:55 en un diez mil en Valencia (también llamado 10K. Los runners más que una amenaza son una epidemia) a mitad de enero. Y con el Mundial previsto para finales de marzo el objetivo estaba claro: a por él. Pero a por él intentando bajar allí de uno veinticuatro. El Barbas preparó el plan metiendo dos carreras entre medias: un quince en Valencia y la media de Xátiva. La moral estaba por las nubes.
A partir de ahí, un desastre. Primero un resfriado y la certeza ya de que los resfriados no se curan corriendo. Antes funcionaba. Ahora no. Cuando ya veía la luz, haciendo cambios de ritmo por el puerto, chasquido en el abductor derecho. Contractura. Una semana parado. Vuelvo a arrancar. Latigazo en el mismo abductor. Tendinopatía de su puta madre. Otra semana y media. No quería ni pesarme. Lo hice. Ochenta y un kilos, cuatro más que en el maratón. Al quince de Valencia ni me inscribí. En la media de Xátiva me tuve que retirar en el tres (el latigazo tendinosuputamadre fue allí. Ciento veinte kilómetros de coche para correr tres). No todo fue malo. Dos días de series (uno haciendo cuestas en un puente que hicieron en Valencia para que pase el tranvía por donde nunca pasará el tranvía y otro de miles, haciendo el último en 3:28) y otro de cambios de ritmo por la playa de Gandía bajo la lluvia, fueron memorables, de los que no se olvidan. El resto, lo dicho, desastroso.
Me planto a dos semanas de la carrera. El abductor parece que ya no da guerra. Estoy desentrenado y con la lorza lustrosa. ¿Voy? Vamos, eso ni se cuestiona. Dicen los Somarros que el chuleo es innegociable y ésta es mi mayor motivación. Saldrá la carrera que saldrá, pero, si la corro, podré colgarme la medalla y ponerme la camiseta conmemorativa. Hay camisetas con las cuales nunca corro, que las reservo para la vida social (que no para vestir, ¿eh?) y son las de los maratones y las de las carreras singulares, ésas con las cuales, cuando las llevas puestas, te relacionas tratando a los demás de igual a igual aunque les estás mandando un mensaje evidente de –tráteme de usted. Soy mucho mejor que vos. Y poder lucir con la mayor humildad esa camiseta supera con creces la posible desazón que pueda generar una mala marca. Además, esta media ya no era el objetivo sino la primera carrera de la temporada 2018. El punto de partida. Vamos a ver cómo estamos. Fuera presión. Qué fácil es engañarse.
Diez días antes hacemos un test de diez kilómetros. 40:35 sufriendo como un perro subiendo cinco kilómetros con el aire en contra en 20:20 y bajando con el aire a favor en 20:15. El abductor no se manifiesta. Ponemos como objetivo para el día de la carrera intentar uno veintiocho, es decir, correr a 4’ 10” el kilómetro. Para cambiar de objetivo siempre estamos a tiempo.
Campeonato del mundo de media maratón. Evidentemente, esta carrera se organiza por equipos y uno ha de estar seleccionado por su país. Ahí no entrábamos. Para ese mismo día se organizó una carrera popular (aquí llamada mass race porque siempre se puede ser más gilipollas), a la misma hora y con el mismo circuito y ahí sí que entrábamos. A quien me preguntaba cuándo iba a pasar yo les respondía cuándo iban a pasar los primeros. Pocas veces se van a poder ver en Valencia tantos tíos (y tías) corriendo tanto. La semana previa por el río ha sido fabulosa. La cantidad de atletas (pero atletas de verdad, con mayúsculas) que nos hemos cruzado. Entre todos no pesaban ni la mitad de uno de nosotros, pero cómo iban, con qué facilidad. Cuando empecé a dudar de que pudiese correr la media me consolaba pensando que iba a tener la oportunidad de verlos pasar compitiendo.
Nos hemos pasado toda la semana mirando la predicción meteorológica. En realidad nos daba igual porque, pasara lo que pasara, íbamos a correr. Daban lluvia y viento. Mucho viento. El sábado amaneció despejado. El viento sí que estaba. La carrera era por la tarde. A las 17:05 ha salido la élite femenina. A las 17:30, la élite masculina con toda la chusma detrás. Había alguna nube despistada. El viento era viento.
El plan de carrera era claro: había que llegar vivo al trece, a Nuevo Centro. Hasta allí la pendiente y el viento eran desfavorables. Salgo bien. El grupo es numeroso, pero mi plan era no arriesgar demasiado ante las dudas que tenía, así que me acoplo y me dejo llevar. Paso el cinco en el tiempo previsto y cómodo. En el seis una de las nubes despistadas se aposenta y descarga un chaparrón que no ha durado ni dos minutos pero que nos ha calado hasta los huesos. No pasa nada. Endorfinas. El suelo resbala, pero se soporta. En el ocho comienza el tramo malo. Llevamos el viento de cara. Poner excusas con el tiempo queda ridículo cuando en esta carrera se ha batido un record del mundo, pero es que era así. La zona del Paláu, mortal. Del diez al doce, mortal y medio con tirabuzón. Llegamos al trece. Estoy vivo. Hago una Gran Vía fabulosa. Giramos. Guillén de Castro. Por ahí pasamos el catorce y veo que, salvo hecatombe, tengo el 1:28. Llegamos al río. Bajada y con el aire a favor. Ahí iba bien pero no tan bien como pensaba que iba a ir. No volaba. No pasaba a gente por castigo. No. Me mantenía. Los kilómetros pasaban. Tetuán. Calle de la Paz. San Vicente. Plaza del Ayuntamiento. Las piernas iban justas. Marqués de Sotelo. Xátiva. Colón. Éste es el final del maratón. No es el kilómetro dieciocho. Es el treinta y nueve. Vamos. En el diecinueve veo que, si muero, veré el 1:27 en meta. Pues habrá que morir. Ya estamos en el pasillo. Vamos. Bajo al río. No vamos a morir en la orilla (chiste malo. Perdón). A falta de quinientos metros veo que lo tengo. Subida a la pasarela final. Ya estoy otra vez aquí. En ese momento están entregando las medallas de la competición femenina. Empieza a sonar el himno de Etiopía. Saludo a las tres atletas que están en el podio. Cruzo la meta. 1:27:42. No es mal comienzo de temporada.
He corrido un campeonato del mundo de media maratón. He vivido un día muy especial. No he hecho mi mejor carrera pero sí que he disfrutado de una de las más bonitas de mi vida. He vuelto a ser protagonista en mi ciudad: Ana y los críos, los climaturios, que han vuelto a estar en todas partes, los Sanfélix, Maroto, los padres de la piscina. Tremendo. Siempre agradecido (y emocionado). Y sobre todo, sobre todo…
me he ganado el derecho al chuleo.
domingo, 25 de marzo de 2018
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3 comentarios:
Con casi todo en contra conseguir una marca de menos de 1h28' es algo tan meritorio para cualquiera que casi me avergüenzo de ponerme las zapatillas alguna vez. Eso sí, ¡que vivan las lorzas lustrosas y el niño gusano!
Tienes un objetivo para el trece de agosto. Ya puedes perder la vergüenza y ponerte las zapatillas que no pienso tener clemencia.
Y que viva por siempre El Niño Gusano.
ostras, esa medalla pesa eh!!! enhorabuena campeón
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