Era su primera media maratón y me ofrecí a acompañarle durante la segunda mitad. Quedé con él en el diez. No charlamos mucho, pero eso era lo de menos: el ritmo era bueno y no dio síntomas de desfallecer.
-Sigo contigo hasta el veinte. El final ya es para ti, que te lo has ganado.
-El kilómetro veinte ya lo hemos pasado.
-No. Está en la siguiente esquina.
-Según mi reloj ya lo hemos pasado.
-Pues faltan trescientos metros.
-Mi reloj no se equivoca.
-Pues entonces puedes pararte cuando tu reloj marque los veintiún kilómetros y noventa y siete metros y medio. Lo malo es que no coincida con la pancarta que pone meta. Aunque eso supongo que será un problema menor, ¿no?
Colocamos las piezas en el carro y procedimos a meterlas en el autoclave. Tuvimos que abortar ya que una de las mismas, que estaba situada en la tercera planta, tocaba con el techo. Informamos a la responsable.
-¿Y habéis sacado la mesa?
-Sí. Y bajamos la pieza.
-¿Por qué?
-Por la impenetrabilidad de los cuerpos sólidos.
-Es que es imposible que toque.
-Hombre. Imposible…
-Mira la simulación en 3D que tengo en el ordenador. ¿Ves? No toca. Entra perfectamente. Es imposible que toque. Vamos, que no toca.
-Pues lo que tú digas.
Sábado Santo. Nos íbamos a comer al campo. Entramos en la tienda a comprar. Salimos. Llovía.
-No me digas que está lloviendo.
-Pues no te lo digo.
-Es que no puede estar lloviendo.
-Hombre, lo que se dice poder…
-Según la aplicación que tengo en el móvil hoy daban todo el día soleado. No puede estar lloviendo. No puede. Imposible.
-Pues será imposible. Pero moja.
sábado, 20 de enero de 2018
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2 comentarios:
Siempre que veo la predicción del tiempo en el teléfono me acuerdo de ti.
Es lo más romántico que me han dicho en años.
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