martes, 29 de agosto de 2017

Marta

Estaba tumbado en el sofá sufriendo un apasionante Chelsea Arsenal. Estaba con un cabreo de mil demonios porque, desde la superioridad moral que poseo frente a los futboleros por ser un enamorado del atletismo (el deporte más maravilloso que existe), me resultaba inconcebible que en Teledeporte estuviesen retransmitiendo un partido de fútbol mientras se estaba corriendo la maratón femenina del pasado Mundial en Londres. Es cierto que se podía ver por internet, pero uno de los encantos que tiene la aldea del Secarral es que allí sigue siendo más efectivo el correo ordinario que el electrónico o los Whatsapp, así que, entre resignado y rabioso, esperé el descanso del partido. Conectaron. Llevaban cincuenta minutos de carrera. Una atleta iba destacada y, detrás, el grupo principal. Allí distinguí una camiseta roja y una forma de correr que me resultaba muy familiar. ¿Es Marta? Es Marta. ES MARTA. ¡ES MARTA!

Marta Esteban es de la familia. No es nada extraño cruzarte con ella corriendo por el viejo cauce del Turia. La conozco desde hace mucho. No la conozco personalmente, pero sé quién es, claro. Antes eran muy pocas chicas. Además, ella y Luis, su novio, son muy amigos de Tomás climaturbio. Y la hemos visto crecer. La hemos visto progresar. Al principio la tenía en el punto de mira. Me sacaba poco. Llegué a ganarla incluso. En Valencia. En Massamagrell. Luego empezó a estar cada vez más lejos. Y más lejos. Y más lejos. Y veíamos su progresión. Y sus marcas. Asombrosas. Y seguíamos viéndola por el río, cada vez más delgada, cada vez más deprisa, cada vez corriendo con más estilo. Y llegaron las mínimas. Y estuvo en el Mundial de medio maratón. Y llegó la mínima olímpica, aunque no fue seleccionada. No estaba entre las tres mejores. Y llegó la mínima mundialista. Y su selección. Y allí, en Londres, corría Marta y corríamos todos. Porque Marta es nuestra. Es de la familia. Entrena donde nosotros. La vemos por las carreras que corremos. Y allí estaba, en Londres, en el Mundial, corriendo con el grupo de favoritas. Nuestra Marta estaba allí. Y corrió como una campeona. Y mantuvo el tipo. Hizo un marcón. Vigésimo primera del mundo. Cuarta europea. Primera española. Espectacular. Impresionante. Marta, qué grande eres y qué orgullosos estamos.

Gonzalo, presidente y patrón (plata o plomo) de los corredores (o somarros) de la capital del Secarral, tiene un horno. Una de sus clientas, una mujer mayor, le dijo un día -pues mi sobrina también corre. Ahora todo el mundo corre, así que no era de extrañar. -Pues que se apunte con nosotros. Es más, en la última carrera que se corrió aquí, el premio local femenino quedó desierto. Lo tiene fácil -Mi sobrina es muy buena, no te creas. Gana carreras y todo. Un lunes de agosto, mientras compraba el pan, le comentó a Gonzalo -¿Sabes? Ayer estuvo corriendo mi sobrina en Londres. Y quedó muy bien, la número veintitantos. Porque, señores, ¡Marta Esteban es oriunda de la capital del Secarral! ¡Marta Esteban es de mi pueblo (bueno, de uno de ellos)! ¡Ahí tienen ustedes el porqué!

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