Mundial de vóley playa celebrado recientemente en Viena. A cada cambio de campo y al final de cada set por la megafonía sonaba el fragmento de alguna canción. Una de las veces pudo escucharse “Sweet Caroline”. El público la coreó. Yo también.
Mundial de atletismo celebrado recientemente en Londres (aquí abro paréntesis para volver a repetir que el atletismo es el deporte más maravilloso que existe. Y cierro paréntesis). En los escasísimos instantes en que no se estaba disputando ninguna prueba por la megafonía sonaba el fragmento de alguna canción. Una de las veces pudo escucharse “Sweet Caroline”. El estadio la coreó. Yo también.
Fuimos de boda a Valladolid. La boda era familiar. Se casaba uno de nuestros primos, jugador de rugby él. Sus compañeros de equipo no se sentaron ni un momento durante el convite. Los hermanos del novio, nuestros primos, poco menos que nos pidieron disculpas a mi hermano y a mí por el comportamiento de aquellos. Nada que disculpar. Es más, nos estábamos divirtiendo mucho. Nuestro carácter rural nos hacía sentirnos más identificados con los que comían, bebían, cantaban y bailaban que con los que sólo comían y bebían. Nuestros primos nos dieron las gracias por el intento. Pensaron que estábamos siendo amables. No nos creyeron. Sonó ”Sweet Caroline”. Los jugadores de rugby se abrazaron durante el estribillo y la corearon. ¿Sólo los jugadores de rubgy? Bueno, también se unieron los dos hermanos rurales que pudieron demostrar a sus primos que, además de amabilidad, para jugar al rugby sólo les faltó jugar al rugby, que el resto de cualidades las tenían. Y quedaron todos disculpados.
“Sweet Caroline” no es una canción cualquiera. Al menos no lo es para mí. Era una canción agradable, entrañable, bonita hasta que vi “Beautiful girls” (mi película generacional por excelencia junto a “Alta fidelidad”) y allí, en aquel bar, en pleno invierno, Timothy Hutton se sentó al piano. Uma Thurman nunca estuvo más guapa. Los buenos tiempos nunca parecieron tan buenos. Y “Sweet Caroline” cruzó el umbral.
martes, 22 de agosto de 2017
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4 comentarios:
Gran película y gran canción. Puede que Uma no de tanta grima como en otras posteriores pero sigo pensando que lo mejor de la película es Natalie Portman.
Tiendo a que me caigan bien los jugadores de rugby (el buen rollo, el tercer tiempo, ...) hasta que se ponen exquisitos con su superioridad moral respecto a los futboleros y se me pasa.
De acuerdo en lo de Natalie Portman. Muy de acuerdo. Absolutamente de acuerdo.
La superioridad moral es lo único que le queda a las minorías frente a las mayorías. La honra frente a los barcos. Los que buscamos siempre que no nos confundan con la mayoría lo practicamos mucho. Dado tu carácter madridista, desde vuestra atalaya arrogante y prepotente tal vez te choque esta actitud. Pero que nadie nos quite el derecho al pataleo elegante.
¿Minoría? eres runner, no puedes ser más mainstream.
Perdona, yo soy corredor y tengo una superioridad moral infinita sobre los runners.
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