Nuestro hijo tiene trece años. Acaba de terminar primero de la ESO. Su primer año en el instituto. También es nadador y entrena a diario. En su clase hay chicas. Entrena con chicas. Va cambiando. Ha crecido. Siempre le observo. Siempre. A él y a sus amigos, a quienes muchas veces llevo y traigo de piscina en piscina. Suelo llevar a tres. Tienen sus conversaciones. Son muy chicos. Un tanto borricotes. Les va cambiando la voz. Les va cambiando el cuerpo. Siguen siendo niños.
Me llamó un día un padre para pedirme si podía acercar a su hija a la piscina donde entrenaban. Sin problema. La chica, de la edad de mi hijo y sus amigos, es muy mona. –Mira, vamos a hacer un experimento. A ver cómo se comportan estos tres cuando esté ella delante. Vamos a ver en qué punto está su adolescencia.
Ni caso. No la hicieron ni caso. Los tres siguieron con sus mismas conversaciones, con su mismo comportamiento. Yo me sentía apurado. Era yo quien trataba de darle conversación a la muchacha. La cría me respondía con monosílabos. Y aquellos tres con lo suyo. El resultado del experimento fue concluyente. Y tranquilizador, sobre todo para Ana. Ya tendrá tiempo para hacer el gamba nuestro hijo. No hay prisa.
Nuestra hija tiene diez años y medio y ya ha sufrido su primer desengaño amoroso. Está a punto de terminar quinto de primaria. Él se llama Jorge. La otra niña, Paulina. Jorge es su amigo de siempre, desde infantil. Paulina ha llegado este año. Paulina ha tejido su red sin prisa. Jorge es chico (Ana defiende la teoría de que todos los tíos somos gilipollas. No encuentro argumentos para rebatir su afirmación. No se libran ni los Premios Nóbel). Jorge ha caído. Nuestra hija siempre sintió que tenía la posesión. Paulina ha ganado y ahora nuestra hija llora. Ana fue a recogerla al colegio y se la encontró hecha un manojo de lágrimas. Un helado de chocolate y caramelo después nuestra hija parecía haber recobrado el ánimo. No te preocupes. Lo superarás. Él es tonto. Ella es tonta. Yo no sé qué hacer, si matar a Jorge o darle un abrazo porque creo que sólo podría haber una cosa peor a que ella sufra mal de amores y sería que sufriese bien de amores. Pero esto ha entrado ya en un camino que no me gusta nada. Porque a ver, hija mía, de verdad, ¿qué prisa tienes? ¿Por qué no aprendes de tu hermano?
domingo, 18 de junio de 2017
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2 comentarios:
Este tipo de entradas debería llevar una advertencia en el encabezado para advertir a los padres de niñas del desasosiego que puede producir su lectura.
Yo tengo dos. Una no me preocupa, o me preocupa relativamente poco, pero la otra ... ay la otra. Creo que voy a poder escribir un tratado sobre la preadolescencia y la adolescencia femeninas. Vivo sin vivir en mi.
No me importaría juntar mi mecedora a la tuya mientras esperamos, con las escopetas cargadas sobre nuestras piernas, a que vengan a buscarlas.
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