sábado, 28 de enero de 2017

Camaféus

Unos vecinos nuestros tienen un Smart. El coche lleva las letras CMF en su matrícula. Camafeo. Éste es su nombre.

Lo que se le hizo a la música durante los años ochenta debiera haber sido juzgado pon el Tribunal de la Haya. Hay algunas excepciones (Prefab Sprout, Cocteau Twins y algunos (pocos) más) pero los ejemplos de lo que durante esos años se perpetró podrían sepultar a los contraejemplos. Un genocidio de lesa cultura que ha quedado impune. Entre los ejemplos podría figurar “Rock me Amadeus” de un austriaco llamado Falco. Apareció a mitad de la década aprovechando el éxito (incomprensible) de la película de Milos Forman sobre Mozart y Salieri. La canción es tan mala como pegadiza. Cada vez que veo el coche de mis vecinos, y lo veo a diario ya que, al ser pequeño y manejable (cero sesenta), lo aparcan siempre frente al portal, empiezo a cantar, sin poder evitarlo, camafeo, camafeo, rock, rock me, camafeo.

Cuando mi carnet de identidad decía que yo ya era un adolescente, pues no lo era. Y pocas cosas hay más tristes que estar desubicado. Y el mayor templo que existió dedicado a mi desubicación estaba situado en una discoteca que había en la capital del Secarral. Algunas veces me daban arrebatos de personalidad y me iba a casa, pero esos arrebatos eran infrecuentes (mi hermano me los prohibía). Y así, pues muchas horas pasé en aquella discoteca, malbebiendo, nobailando, escuchando una música dirigida directamente a la boca del estómago, con “Rock me Amadeus” como uno de los himnos, y pensando –no se puede perder más el tiempo (cuando digo que si aquellos años los hubiese pasado en coma no habría sido una gran pérdida, no es broma). Cada vez que veo el coche de mis vecinos, y lo veo a diario, mientras canto rock, rock me, camafeo, me veo sufriendo en aquella discoteca riéndome de lo que no me hacía gracia y nohablando con chicas porque para qué.

G. y T. eran y son primos. G. era de nuestra cuadrilla (entonces La Peña. Aún faltaba para ser absorbidos por los Faisanes). T. era miembro de las Pepas (aquí una breve semblanza sobre ellas). A G. y T. les gustaba “Rock me Amadeus”. Les gustaba mucho. O eso decían. A lo mejor no les gustaba tanto, pero no tenían muchos más temas de conversación, aparte de hablar de la familia. Y quedaron que, cuando sonase, tendrían que bailarla juntos, ya que ése, y no la sangre, era su gran nexo de unión. Supongo que T. lo diría por quitárselo de en medio, pero G. sí se lo tomó en serio. Y cuando, una tarde, en la discoteca sonó el himno, G. se fue a buscar a T. Y la bailaron. T. con una mezcla de desgana y asco que se esforzaba poco en disimular. G. con cara de circunstancias comprobando la relatividad del tiempo, pues nunca se imaginó que aquella canción fuese tan larga. Cada vez que veo el coche de mis vecinos, y lo veo a diario, mientras canto rock, rock me, camafeo y me recuerdo sufriendo en aquella discoteca, veo a T. y a G. bailando sin mirarse, arrepentidos, desganados, solos.

Qué ganas tengo de que mis vecinos cambien de coche.

O de que lo rematriculen.

O de que lo aparquen en el quinto pino.

2 comentarios:

kyezitri dijo...

Estos son los post que hacen grande a tu blog, los marcados con tu estilo de asociación arbitraria de ideas y prosa voladora. Y lo que disfrutamos imaginándote bailar Rock me Amadeus...

El Impenitente dijo...

Ten cuidado con lo que imaginas, que lo carga el diablo.

Y te agradezco lo de grande. Podría protestar pero, teniendo en cuenta que el halago debilita, estoy aburrido de tanta fortaleza.