martes, 6 de diciembre de 2016

George

El veintinueve de noviembre de dos mil uno estaba en Libreville. Era mi tercer viaje allá en menos de un año. Ya no estaban en el piso ni Gloria ni su hijo Marvin. La generosidad de Gloria con un dinero que no era suyo se volvió en su contra y decidieron prescindir de ella. Y pensé que, sin Gloria como cocinera, ama de llaves y alma, aquel piso donde nos alojábamos todos los que interveníamos en la obra estaría deshumanizado. Pero no. No era así. Allí estaban Eva y su marido. Y Jose. Y aquel chaval de gafas y aquel tío mayor de quienes no recuerdo el nombre aunque tengo sus caras aquí delante. Eva, que me ofreció un bocadillo de tortilla francesa cuando llegué tras tirarme más de veinticuatro horas viajando, un bocadillo al que le puso tomate porque su condición de catalana le impedía no hacerlo. Eva, que me pregunto si “yo era el de la foto”. Si, era yo. Aquel día descubrí que me había convertido en un personaje dentro de la colonia española en Libreville. Eva y su marido, del Español. Jose, madridista. Los otros dos, culés. Y el Atleti en segunda. Todo el día en la obra. Y por la noche, a beber cerveza. Los obligué a ir al Café de Flore, a ver si aún estaba Lyrette, la camarera por antonomasia. No estaba. Ya no trabajaba allí. Y era veintinueve de noviembre cuando, teniendo como teníamos la televisión encendida por tener ruido de fondo, vi que George Harrison acaparaba la información. Y pensé -pobrete mío. Se sabía que estaba enfermo. Y si la televisión gabonesa le dedicaba tanto rato sólo podía significar una cosa. Y me dio pena. No fue como cuando te enteras de la muerte de cualquier personaje célebre que sí, te impresiona. Pero como tu vida no va a cambiar, esté esa persona viva o muerta, pues bueno. Con George fue distinto. Y no sólo porque era un Beatle. Ringo es un tío simpático, cae bien y ya está. Lennon y McCartney han hecho una barbaridad de canciones antológicas y también coparon infinidad de veces los premios “Tonto del bote” y “Tonto del capirote” (cuando mataron a Lennon se empezó a hablar de la maldición de los Beatles. Nadie dijo nunca que la verdadera maldición era que McCartney siguiera vivo haciéndonos pasar vergüenza constantemente). George era otra cosa. A George lo queríamos. Por sus orejas. Por su bigote. Por “Savoy truffle”. Por su solo de guitarra en “The end”. Por “I, me, mine”. Por el poso que tenían sus canciones, que eran suyas, escasas, inconfundibles, demoledoras. Y le queríamos. Y hablo en plural porque Sanfélix volvió a abrir la caja de los truenos (ya no sé si cuando se hace referencia a la magdalena de Proust uno queda como pedante o como ordinario) enviándome este pasado veintinueve un correo sobre él y sobre la forma que George había elegido para, una vez más, haberle gallina piel de. Y compartimos gallina. Y piel. Y de. Y recordé cuando: Libreville, Café de Flore, bocadillo de tortilla con tomate. Y recordé a George. Y sonreí sabiendo que todavía le quiero y le queremos y que todavía él sigue siendo nuestro y nosotros suyos. Completamente.

4 comentarios:

Sanfélix dijo...

Siempre asocio "I, me, mine" al Puente de Aragón. No soy el Memorioso, y tú me dirás si es un recuerdo falso como tantos otros, pero te recuerdo cruzando el Puente de Aragón, camino del colegio, manifestando vehementemente tu obsesión por "I, me mine" y cantándola sin piedad. Probablemente yo te dijese que a mí ésa ni fu ni fa, que yo era más de "Old brown shoe" o de "If I needed someone". Pero "Savoy truffle" siempre fue nuestra preferida. El acuerdo ahí era absoluto, sin fisuras, y la cantábamos a duo, maravillosamente bien, cruzando el cauce reseco por el Puente de Aragón cuatro veces al día. George, el helipuerto papal, las chicas de Santa Ana y nuestros casetes y bolsas de elepés de Discocentro, arriba y abajo desde la Avenida del Puerto hasta la Gran Vía y viceversa. Cuánta felicidad y cuánta magdalena. Tú te lo perdiste, Sierpe, por vivir en la orilla derecha.

El Impenitente dijo...

Tal cual, Sanfélix. Incluido lo de "maravillosamente bien". Y sí, Sierpe. La "rive gauche" era la buena.

Sierpe dijo...

No tengo ninguna duda.
Los acontecimientos posteriores así lo han demostrado.

El Impenitente dijo...

Pues haber cuándo nos haces una visita y nos recreamos en las excelencias de nuestra orilla.