lunes, 14 de marzo de 2016

Doce más uno

Que suman trece. Porque ya son trece las veces que he cruzado la meta de un maratón. Y sí, toca crónica maratoniana, la undécima en mis más de diez años en la blogosfera. Todo un clásico.

Barcelona, una carrera donde, al inscribirte, te dan la posibilidad de hacerlo con nacionalidad catalana (porque ellos lo valen). La tenía pendiente. Tanto oír hablar maravillas de ella que, cuando no pude correr Valencia por culpa del fútbol y de mi abductor maltrecho, pensé que había llegado el momento. Y me inscribí. Con nacionalidad española (porque yo lo valgo). Además, me apetecía volver a preparar un maratón en invierno, como en los viejos tiempos. Bien es cierto que los viejos tiempos son viejos, por lo que, con mi edad, mi decadencia imparable y los ochenta y cinco kilos que pesaba allá en octubre, Barcelona, sí, pero sin matarme. Desempolvé el plan de maratón que hice en 2008 (sub tres junto a Vicente Mortirolo. Qué tiempos), y me propuse cumplir a rajatabla el plan ajustando los ritmos de las series para intentar estar en tres horas y diez minutos. Como he dicho, quería preparar el maratón pero sin el sufrimiento de otras ocasiones.

Bien, cumplí el plan. Pensaba que iba a hacerlo solo, pero no fue así. Gustavo y Juan climaterios me hicieron bastante compañía. Y no sólo ellos. Alberto Delfín en los rodajes de descarga, los montañeros, Paco, Ramón el togolés cuando se escapaba, y los corredores de un diez mil en Castellón y un quince mil en Valencia donde me colé para hacer kilómetros. También me acompañaron bastante el viento (especialmente el día del largo Osa-Fuentelespino-Villaescusa del domingo de Carnaval y el día de las tres series de cinco mil) y un dolor en la cara exterior del muslo izquierdo (lo llaman vasto externo) que siempre me tenía cojo y estirando, pero que pude soportar. Y, por último, me resfrié una semana antes, pero ni aún así fallé un día y llegué a Barcelona pensando que tenía el 3:10 en las piernas (a 4:30 el kilómetro) y que si se daba bien podía incluso correr a cuatro minutos y veinticinco segundos el kilómetro.

La salida era a las ocho y media. A las siete y media ya estaba por allí. Ni una nube, buena temperatura y aire fresco. Dejo los trastos en guardarropía y caliento. A las 8:15 ya estoy en mi cajón con la camiseta verde, que sustituye a la añeja blanca y verde y que hoy debuta en carreras mayores. –No me falles. A las ocho y media Freddie Mercury empieza a dar berridos acompañado por los gorgorismos de Montserrat Caballé. Veinte mil personas detrás de la pancarta de salida. Disparo y a correr.

La salida es muy rápida. Cojo sitio enseguida y a ritmo. Durante estos primeros kilómetros estaba asustado pensando que nos habíamos equivocado, puesto que siempre me habían dicho que el circuito de Barcelona era llano y allí no parábamos de subir. Vale que no tiene un porcentaje excesivo, pero... En el cinco veo que voy bien de tiempo. En el seis pasamos junto al Nou Camp el cual, visto desde fuera, tampoco es para tanto (ese gol de Godín en 2014). Por cierto, el Nou Camp es de 1957. Y sigue siendo Nou. Curioso.

Seguimos. En el diez voy bien. Y en el quince. Subiendo. Bajando, Subiendo. En el primer tercio de la carrera no hay demasiada animación. Vamos, cuatro gatos, entre ellos dos abuelas que se me han cruzado por delante y me han hecho frenar. Una de ellas lleva la palma de mi mano marcada en la espalda de la leche que le he dado. Muy bonito el Paseo de Gracia (todo para arriba). Impresionante la Sagrada Familia. En el dieciocho entras en el Meridiano (o Meridiana. Todo para arriba). En el carril del otro lado bajan unos tíos que parecen vayan al trote y que van por delante del práctico de 2:45. A saber cómo vamos nosotros. En el quinto pino damos la vuelta y para abajo. Paso la media en 1:34:47. A 4:30. Voy bien. Me siento bien. No hace calor. El aire sopla pero no es molesto. Y casi siempre vamos por la sombra.

El veinticinco lo paso fenomenal. El treinta ya no. Poco antes del treinta me he despistado. Le he preguntado a un tío que por qué kilómetro íbamos. Me ha respondido que no compré pas. En mi mejor francés le he dicho twenty six? Twenty seven? Twenty eight? Me ha enseñado su reloj. Anem a vore, xiquet. ¿Es que no ves que no veo un pijo? Poco después ha aparecido el kilómetro 28 y ya me he centrado. Toda esa parte iba por la Diagonal y se me ha hecho eterna. En el treinta ya he visto que iba perdiendo ritmo. Pues nada, al lío.

Del treinta al cuarenta iba a tirones. Jodido, pero a tirones. Desde el cinco había agua cada dos kilómetros y medio. Había bebido cada cinco, pero a partir del treinta me he notado débil y el calor me ha empezado a molestar y he bebido en todos. Cuando bebía (y cuando iba por la sombra) me recuperaba. Cuando no, penando. En estos avituallamientos ofrecían geles y he estado tentado en tomar, pero no me he atrevido, más que nada por el posible resultado gástrico. Pero, de cara a mi vejez corredora, tendré que empezar a plantearme lo de tomar geles en carrera porque, si no hace mucho frío, sólo con agua no llego.

En el treinta y seis se vive uno de los momentos más fabulosos de este maratón (y de los que he vivido) y es cuando pasas por debajo del Arco del Triunfo, espectacular por el arco y por el gentío que hay alrededor. Tremendo. Y, poco después, Plaza de Cataluña, también espectacular. Lo malo venía más tarde, con una bajada demasiado pronunciada para las piernas que tenía entonces. Pero bueno, penando penando he llegado al cuarenta.

Del cuarenta a meta, el Paralelo. Todo para arriba. Asustado estaba por las advertencias recibidas. Y sí, subes. Pero no es la peor cuesta de la carrera. Está en el cuarenta pero, entre la animación y que iba pasando gente sin parar, la he disfrutado mucho. A mitad de la subida he notado algo extraño y caliente en mi hombro. He mirado y, efectivamente, me había cagado un palomo. –Pensaré que me va a dar suerte en lo que queda. Al final de la cuesta había un arco y subía mirándolo. –Ahí está la meta. Los cojones. Ahí está el primero de los cien arcos que han puesto. Bueno, ya que estaba arriba entro en la Plaza de ESPAÑA (cada vez que voy a la plaza de España de Barcelona digo España como lo dijo un comandante en mi jura de bandera. Este fin de semana me he hinchado) y saludo al gentío, que era enorme, y sigo hasta el último giro de noventa grados.

La meta es fabulosa. Delante del Palacio de Montjuic, con las fuentes encendidas. Preciosa. La última recta es…bueno, no se puede contar. Sólo un maratoniano sabe lo que se siente cuando se enfila la última recta de un maratón. Cruzo la meta en 3:12:33. Peor de lo previsto, pero contento. Muy contento. Mi decadencia es imparable, pero ya son trece con ésta. Y ya tengo Barcelona en mi currículo. Y el maratón es algo tan grande que derrotarlo siempre es un triunfo para sentirse orgulloso.

No quisiera terminar sin decir que el maratón de Barcelona me ha parecido un carrerón. No es especialmente llana, lo cual supone un desgaste que, a mi entender, da valor a las marcas que aquí se hacen, pero es muy bonita. Al final, Barcelona es una gran ciudad, por lo que el circuito, si tienes fuerzas, es bastante agradable de recorrer y de ver. Y el ambiente es tremendo en muchas partes del mismo. No es Valencia (la Valencia de ahora), pero si Valencia es un diez, Barcelona es un nueve. Y un nueve es un nueve. Muchas batucadas por el recorrido (lo que anima una batucada) y bastantes grupos tocando aquí y allá piezas legendarias de la música catalana como “Sultans of swing”, “Money for nothing”, “Chica de ayer” o “Personal Jesus”. Y la organización es muy buena, como se puede ver en la feria del corredor, en los avituallamientos, en los servicios, en guardarropía, en la salida y en la llegada. Por poner algún pero diré que la bolsa del corredor roza lo ridículo por su escasez, que eché de menos algún puesto de cerveza en la meta (lo mejor para neutralizar el ácido láctico) y que tuve la sensación de que el maratón en Barcelona no forma tanta parte de la vida de la ciudad como sí he sentido en Valencia o en Berlín. Pero esto último es sólo una apreciación personal.

Y ya está. Una más. Las agujetas no entienden de decadencias y se manifiestan con su vigor habitual. Y a pensar en la siguiente. Haré peor tiempo, seguro. Pero no me importa. Sólo hay un placer comparable a hacer una buena marca en maratón y es hacer una mala marca en maratón.


8 comentarios:

J.P. dijo...

Tengo que reconocer que eres muy grande.

GARRATY dijo...

Enorme carrera y crónica, como siempre. Leyéndote le entran ganas a uno de que pase el verano rapidito.
Y lo que tú llamas decadencia sería considerado esplendor en muchas casas.

El Impenitente dijo...

J.P., has tenido suerte en llegarme a conocer. Abrirás una revista y no me encontrarás a mí.

Garraty, a la próxima ya me pasas. Y, en decadencia, aún estoy entre el diez por cien de delante. Aún me queda un poco de brillo.

Y aúpa Atleti. Y sufrir y sufrir y volver a sufrir.

Sierpe dijo...

...y aprovechaste para saludar a tu viejo(lo llaman viejo y sigue muy jóven)amigo que vive en Barcelona. No muy lejos del Meridiano(¿de Greenwich?. Es una señora,aunque no importa mucho. ¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!!

El Impenitente dijo...

Pues no saludé a mi viejoven amigo, y eso que tengo muchas ganas de charlar con él. Lo pensé, pero... Espero que me perdone y cuando baje a la terreta tenga un hueco, mi alférez.

Sierpe dijo...

Un beso

Slim dijo...

madre mia decadencia, pues ya nos gustaría a muchos decaer así! y tomate algún gel, que animan más que Sultans of Swing.

El Impenitente dijo...

Bueno, aún quedo en torno al diez por cien de delante, que no suena mal. Y veremos lo de los geles. Espero no me hagan tocar guitarras imaginarias.