martes, 22 de septiembre de 2015

Refritos: las doce y media. Siempre

Pues el otoño tiene su encanto, por supuesto que sí. Y el invierno. Antes era más de lamentarme hasta que te das cuenta de lo que te estás perdiendo. El hecho de que podamos tener periodos del año predilectos no significa que haya que desmerecer los demás. Cada día es hermoso. ¿Los hay más hermosos? Tal vez, pero hoy es un día hermoso. ¿Otoño? Otoño. ¿Invierno? Invierno. Todos los días del año son perfectos para ser vividos y disfrutados. ¿Todos? Todos. ¿Seguro? Pues sí, aunque…

Escribió no hace mucho Kyezitri sobre Einstein y la relatividad del tiempo. Para explicar que el tiempo no es una constante sino que varía en función del espectador ponía los ejemplos de la vida en los pueblos y de la infancia. En los pueblos la vida transcurre muy deprisa puesto que apenas nunca pasa nada. Durante la infancia el tiempo pasa muy lentamente ya que en este periodo todo son acontecimientos. Recuerdo que le comenté que sus ejemplos eran válidos salvo en verano, que en los pueblos pasa muy lento porque la vida allí entonces tiene algo de retorno a la infancia y todo lo que sucede es memorable. Dije infancia y debiera haber añadido adolescencia, otro lugar donde el tiempo se detiene. Donde uno pasó su infancia o su adolescencia nunca dejará de ser niño o adolescente.

Confieso, y debiera sentir vergüenza por ello, que soy de aquellos que se sienten de pueblo (en mi caso, de pueblos) sin haber vivido nunca en ninguno. Siempre estuve allí cuando el tiempo se ralentiza. Cuando empieza a acelerarse ya no estoy. ¿Soy de pueblo? Supongo que no. Pero nadie puede quitarme que tenga allí, en el Secarral, en la capital y en la aldea, mi paraíso. Y es un paraíso infantil. Un paraíso adolescente. Y hay cosas que no cambiarán porque no pueden cambiar. ¿Todos los días del año son perfectos para ser vividos y disfrutados? Todos. O casi. Porque el final del verano sigue siendo un reducto adolescente, con toda su desazón. Con toda su tristeza. El final del verano, un verano que jamás terminó con el equinoccio sino el segundo domingo de septiembre, el día de la Virgen en la capital, cuando volvíamos. Un final de verano que, inevitablemente, vivo junto a mi hermano, en nuestra habitación, callados, tristes, con la mirada perdida, con el disco de los Mamas and the Papas girando en el plato, con “Twelve-thirty” sonando una y otra vez. Y mañana será otoño. Y tendrá su encanto.

2 comentarios:

kyezitri dijo...

Dentro de menos de una hora, a las 10:21 horas de hoy, comenzará oficialmente el otoño. Y a mí no me jodas con que no es bonito comprar los libros del cole de los niños y hacer cola para apuntarse a la escuela de idiomas ^^

Algunas veces nuestras imágenes de los pueblos son tremendamente románticas. Sé, a las pruebas me remito, que hay mucha gente que los idealiza y luego se prejubilan, se vienen al pueblo y, en menos de tres meses, se sienten encadenados a rutinas torpes. También hay algunos, los menos, que lo disfrutan, supongo que porque tenemos aficiones que se cultivan mejor allí, como correr en soledad, leer teniendo la biblioteca al alcance de la mano o jugar al subastao con los infalibles.

El pueblo te da tiempo, otra cosa es lo que hagas con él.

El Impenitente dijo...

Prejubilado pienso que es una de las palabras más bonitas que hay en castellano.

Para comprar los libros también hay cola, no te creas. Y ese día no pusieron el aire acondicionado. Fue precioso, sí.

Ya me dirás quiénes son los infalibles. Desde luego que el nombre es muy bueno.

Y después de casi cinco semanas parado, leo correr en soledad y se me llenan los ojos de lágrimas.

Y tu pueblo da tiempo y posibilidades. Al menos allí hay un terreno óptimo para cultivar mis aficiones.