miércoles, 29 de julio de 2015

Mosquita muerta

A mí me gusta matar mosquitos con la mano. La química es efectiva pero la dejo como último recurso. Es algo personal. Me encargo yo. No es por las picaduras. Es por ese gusto que tienen por zumbarte en el oído. En el ascensor ya estoy avizor. Y en casa siempre estoy mirando. Son listos. Cambian de escondite. Cambian de estrategia. A veces están un tiempo ausentes. Siempre vuelven. No bajo la guardia. Les espero. Por la noche no pongo ni pastillas ni nada. Están en el cajón, por si acaso. Y cuando vienen a saludarme al oído me levanto y enciendo la luz. Comienza la cacería. A veces desespero y fracaso buscando la pieza (o Ana me dice que me deje de tonterías y apague la luz). Entonces abro el cajón, conecto el chisme y le pongo la pastilla. Las bibliotecas están llenas de hazañas de la infantería, pero pocas páginas se escribieron sobre la guerra química. No tiene mérito. No es comparable al placer que se siente al localizar la pieza. Y aproximarte, Y ver que no se mueve. Acercarte. Tenerlo a tiro. Zas. Levantar la mano y ver entonces en la pared una mancha de sangre y en la mano los restos del mosquito despanzurrado. Y dejaría esa marca de sangre como quien tiene cabezas de tigres o de bisontes en casa. U otras veces, que le golpeas y lo ves caer al suelo y allí, desesperado, tratar de volar. Y entonces lo pisas. Lo rematas. Lo aplastas. Lo revientas. Vuelvo a meterme en la cama, pletórico, feliz. Soy un asesino. Mi sed de sangre está satisfecha. Mañana, más.

4 comentarios:

J.P. dijo...

A dormir, Chuck Norris de la Mancha.

El Impenitente dijo...

Me gusta el olor del napalm y de los corrales de corderos y pollos por las mañanas.

GARRATY dijo...

Con esos antecedentes es probable que te prohíban la entrada en algunos países de África.

El Impenitente dijo...

No me lo prohibieron. Y a la mosca tse tse la noqueaba de un golpe en la nuca.