sábado, 16 de mayo de 2015

¿Cómo pretendes ser feliz mientras yo me arrastro bajo el peso de mi desdicha?

Me acabo de terminar “Frankenstein (o el moderno Prometeo)” de Mary W. Shelley y me gustaría comentar de manera deslavazada unas cuantas cosas.

Saqué el libro de la biblioteca. Lo había encontrado en la estantería de “Novelas juveniles”. Me pasa con esta estantería como con la planta joven de ciertos grandes almacenes. ¿Intento aferrarme de manera ridícula a la juventud? No. Encuentro en ella cosas que me gustan. A veces no llego a aclararme con qué es juvenil y con qué no. En esa estantería, de hecho, también se puede encontrar “Crimen y castigo”, “El retrato de Dorian Gray”, “El libro de las tierras vírgenes”, “El extraño caso del dr. Jekyll y mr. Hyde” y “Los viajes de Gulliver”, libros que me leí (y que disfruté) cuando ya hacía años que no me convocaban con los juveniles.

El origen del libro es conocido (de hecho, creo que hasta hay una película sobre el mismo). Estaban en Ginebra reunidos una noche lluviosa de junio junto al fuego Percy B. Shelley, Mary, Lord Byron, Claire Clairmont y John W. Polidori y empezaron a contar historias de miedo (no hay mucha diferencia entre los jóvenes románticos ingleses y los boy scouts). De allí salió el compromiso de que todos escribirían un relato de terror. Sólo Mary Shelley y Polidori cumplieron con su palabra (los boy scouts son más formales).

Dice la traductora del libro que “pocas son las obras que, como “Frankenstein”, ofrecen una desproporción tan grande entre el escaso número de lectores y el porcentaje de personas que, sin haberla leído, creen conocerla”. Vamos, que nadie se lo ha leído porque todos han visto la película. Imagino que alguien sí que se lo lee puesto que el libro se sigue publicando, pero sí que debe de ser una minoría. No era mi caso. Nunca vi una película sobre el monstruo de Frankenstein puesto que se suelen incluir dentro del género de terror y el terror no figura entre mis seiscientos géneros favoritos (sí que he visto infinidad de veces “El jovencito Frankenstein”, pero ésta creo que no cuenta). Y el libro sabía que no era de mucho miedo y si no lo leí antes sospecho que fue porque no era lo suficientemente juvenil.

¿Tenía ilustraciones el libro? Bueno, sí. Entonces, sí que se trataba de una edición o de una colección para gente más joven, ¿no? No te digo que no. Pero las ilustraciones eran como la siguiente:

Por más que miro y remiro el dibujo no lo entiendo en lo más mínimo. Juro que me he leído el libro y no tengo ni idea a qué hace referencia, a qué pasaje del libro corresponde. Me temo que, una vez más, no me he enterado de nada.

Y esta sensación ha quedado confirmada tras leerme el apéndice. La traductora ha llenado el libro de notas a pie de página que se agradecen puesto que enriquecen mucho el texto (la vida de Mary W. Shelley es muy interesante. Y los personajes que la rodearon a lo largo de su vida, también), pero luego ha escrito también un apéndice. Soy un lector muy inseguro y mi criterio intelectual se resume en un me gusta/no me gusta. De ahí no me saques, así que nunca tengo la certeza de haber captado lo que el autor pretendía contar. Y cuando veo que hay apéndice me echo a temblar, como si fuese a entrar a un examen. –Ya verás, me van a suspender fijo. Y efectivamente, cero redondo. No he leído un relato. No he leído un texto sobre Víctor Frankenstein, su creación y todas las cosas que les pasan. No. Atentos. “Todo esto hace pensar que Mary Shelley no apuntaba contra la familia, como sostienen varios críticos, sino lo que intentaba en su fragmentada y entrelazada metáfora era demostrar la validez de la familia por vía de omisión. Es decir, se propuso demostrar que la ausencia de la madre- una madre activa, creadora- y el concepto de familia como coto cerrado y núcleo autosuficiente y aislado del resto de la sociedad produce individuos mentalmente desequilibrados”. Vamos, que me he leído una metáfora. La criatura estrangulando (metafóricamente) a todos los seres queridos de Franskentein para vengarse (metafóricamente) porque no tenía madre, porque Frankenstein no hay más que uno y a su madre ni la encontró en la calle y por eso pues no le quedó más remedio que la venganza (metafórica). Lo dicho. Ni me he enterado.

Así que, ¿para qué voy a dar mi opinión de un libro que no he sabido apreciar? Dice la traductora que el libro podría considerarse de ciencia ficción, filosófico, científico. La autora dijo que quería crear una historia que diese miedo. A mí me ha aparecido un tanto melodramática, por no decir que es un dramón de tomo y lomo. No me ha parecido una novela de hechos (tampoco una metáfora) sino una novela de sentimientos, de sentimientos un tanto histriónicos, sobreactuados. Todo lo que pasa está acompañado por frases de enorme grandilocuencia y por gestos desmesurados. Eso viento azotando esos rostros arrasados en lágrimas que gritan con desesperación. Ese sufrimiento. Ese sentimiento de culpa. Esa angustia. Y luego la criatura, que es un fenómeno. Pasa de no saber hablar a, en dos años, y sin apenas haber tenido contacto con los humanos, tener una oratoria que ni Cicerón ni Winston Churchill. Y nunca estaba y siempre estaba en todas partes. Pero, claro, era todo una metáfora. Y yo sin enterarme.

6 comentarios:

Slim dijo...

Yo nunca me leo los apéndices ni las notas del traductor, aún soy menos intelectual que tú
aprovecho, ya que va de lecturas, para recomendarte un blog nuevo en el que estoy colaborando:
http://loslectoresanonimos.blogspot.com.es/

ciao baby!

El Impenitente dijo...

Ya lo había ojeado. Pero sólo ponéis fragmentos. Se echa de menos alguna reseña. Intelectualizate.

SisterBoy dijo...

Los prólogos y apéndices los leo después también, aunque la mayor parte de las veces para reírme.

Me gustó Frankestein o al menos me pareció coherente con el ambiente rómántico-histérico-gótico en el que fue escrito. "Drácula" tiene menos disculpa y la encontré bastante rídicula.

El Impenitente dijo...

Histérico es la palabra. Y siempre tuve a "Drácula" en mi lista de pendientes. Igual la dejo ahí perenne.

J.P. dijo...

He empezado a leerlo y en cuanto he llegado a "deslavazada", he perdido el hilo y el sentido de la vida.

El Impenitente dijo...

Pues me siento culpable. Con lo que te costó encontrar el sentido de la vida.

Aunque bueno es saber que, cuando empieces a disparatar o a resultar cansino, bastará con decir "deslavazada" para que te quedes en babia. Muy útil.