lunes, 25 de febrero de 2013

Estuve en Sevilla y me acordé de ti, Tomás

Ayer domingo se celebró (es un decir) en Sevilla la vigésimo novena edición de su maratón y allá que nos fuimos Pérez climaterio (con su mujer) y yo (con Ana) con la intención de disputarla. Vuelos con Ryanair, que no se portó mal, junto a unos cuantos tirillas a los cuales mirábamos con complicidad. Estancia en un hotel muy agradable situado cerca del puente de la Barqueta, junto a la Macarena y pegado a la casa natal de Juanita Reina, gran artista y mejor persona, con el único pero de la cena del sábado, ya que nos dejaron tirados (es que el evento que teníamos esta tarde se nos ha ido de las manos y ya no nos da tiempo a preparar nada). Mucho ambiente maratoniano en el hotel. Según el de recepción, de las ochenta y cinco habitaciones de que disponían, ochenta las ocupaban corredores. El hotel no tenía ochenta y cinco habitaciones. Desayunando a primera hora el domingo no estábamos ochenta. Va a ser verdad que los sevillanos son exagerados.

El sábado por la tarde nos dimos un paseo por el centro de la ciudad. Quedó muy buena tarde. Había corredores por todas partes. Nos sentíamos como en casa. De hecho, en la calle Sierpes vimos a unas cuantas falleras. Y cercano a nuestro hotel había un puente del ínclito Santiago Calatrava idéntico al Jamonero (¿cobrar dos veces por el mismo puente es delito?). Porque el Guadalquivir lleva agua que si no nos habría entrado la duda de dónde estábamos.

Después de cumplir con el ritual de pasar la noche previa al maratón prácticamente en vela por los nervios, nos citamos Pérez y yo en el desayuno. No éramos ochenta pero tampoco estábamos solos. Había un silencio sepulcral. No hablaba nadie. La gente desayunaba con la mirada perdida. ¿Concentración? Tal vez. Y miedo. Mucho miedo.

Nos fuimos paseando hasta el estadio de la Cartuja, junto al cual se salía y en cuyo interior estaba situada la meta (menos mal que está el maratón, si no algún maledicente podría llegar a calificar al estadio de la Cartuja como obra faraónica e inútil). Hacía frío. Ni una nube en el cielo. El gentío aumentaba conforme nos acercábamos (esta última frase la habría firmado el mismísimo Perogrullo). Más de siete mil inscritos. Dejamos nuestros trastos en guardarropía. Calentamos. Nos deseamos suerte. Nos ubicamos en nuestros cajones. “Highway to hell”, pum y a correr.

Más de una vez he contado que no soy corredor de cronómetro sino de sensaciones. Apenas miro el reloj en carrera. El entrenamiento había salido muy bien, sorteando una contractura y con un tobillo dando guerra. De peso estaba bien. No estaba para hacer mi mejor marca (ni lo estaré) pero sí pensaba que podía estar entre las dos horas y cincuenta y cinco minutos y las tres horas. La salida fue muy buena, muy rápida, por una avenida muy larga. Enseguida cogí sitio y cogí ritmo. Todo marchaba bien.

La primera hora de carrera fue un tanto fría, tanto por la temperatura ambiente como por la gente que estaba viendo la carrera, que ni era demasiada, ni perdieron la voz gritando ni se desollaron las manos aplaudiendo. Tampoco eso era problema. El frío me sienta bien. Y la primera hora hay que pasarla. Las sensaciones eran muy buenas. Llevaba mi ritmo e iba a gusto. La cosa pintaba bien.

Segunda hora de carrera. Ni una nube. Ya no hace tanto frío. Se levanta cierta brisa. El agua, que hasta el diez nos la habían dado en botellas, nos la empiezan a dar en vasos lo cual, hablando correctamente, es una putada de tomo y lomo. Paso la media en 1:27:24. El tiempo es bueno, conforme a lo que yo pensaba que eran mis posibilidades. Me siento bien. A partir de ese momento noto cómo me empiezan a adelantar cada vez más corredores. Por supuesto pienso que son los demás los que han cambiado el ritmo. No soy yo. Yo estoy bien. Y no. Ya no.

Tercera hora de carrera. Ya no hace frío. A partir del treinta y hasta el treinta y siete empieza lo bonito: paseo de la Palmera, pabellones de la exposición Iberoamericana, parque de María Luisa, plaza de España, Catedral, Ayuntamiento, centro, Alameda de Hércules. Para hacer turismo estaba yo. Me pasaba gente por todas partes. Me adelantaban hasta las orugas. Sólo hubo uno que no me adelantó, uno que llevaba un mazo al hombro y que se quedó conmigo –pues hace dos años conocí a otro climaterio, a uno que se llamaba Tomás. A ése sí que le di bien. –Ya sé que le diste bien. No ha vuelto a hacer un maratón desde ese día. Ni lo hará. –Pues dale recuerdos. –Vete a la mierda. Muchas cosas pensé en esos momentos y todas pasaban por acabar como fuese. Mucho ambiente en la calle. Muchos ánimos. Mucho adoquín en el suelo. Los puntos kilómetros no llegaban nunca. Iba fundido. En el treinta y siete cruzamos el puente de la Barqueta y allí me pasó el grupo de las tres horas. Y luego el páramo de la Cartuja. El estadio allí enfrente y nosotros yendo de un sitio a otro. No tenía ni idea del tiempo que llevaba. Pensaba que me iba a caer la intemerata. Sólo quería llegar.

Por fin llegué al estadio. La entrada es espectacular, desde luego. Muy emocionante. No sé cómo será entrar allí con el estadio lleno a punto de proclamarte campeón del mundo, pero no será muy distinto de lo que se siente entrando hecho una calamidad y con los ánimos por los suelos. Muy bonito. Vuelta a la pista, saludo a la grada de tribuna y entonces, en el cronómetro de meta, vi que podía bajar de 3:01. Me sorprendí. Creí que iba muchísimo peor. Meta. 3:00:53.

Me bebí todo lo que me dieron. Comer no podía. No me entraba. Superé como pude el desastre de guardarropía, me cambié (lo difícil que es ponerse un pantalón después de un maratón) y salí al punto de encuentro donde debían de estar Ana, Ramón y su mujer. Iba tocado. Muy tocado. Ahora estoy mejor, pero tenía la sensación de que no me había merecido la pena. ¿La marca es mala? No. Supongo que no. ¿Merece la pena sufrir tanto para conseguir lo que he conseguido? Me parece que no. Si hubiese hecho un minuto menos, que en tres horas no es nada, ¿tendría la misma sensación? Quizá no. Al final somos resultadistas, pero tampoco estoy muy seguro de ello. Y eso es lo que me fastidia de verdad. Puedo buscar explicaciones: tal vez el calor. Tal vez el agua. Tal vez que me equivoqué en el ritmo y debiera haber controlado la primera mitad. Tal vez tengan razón los climaterios y debiera plantearme lo de alimentarme mediante geles en carrera. Tal vez tenga cuarenta y siete años, muchos miles de kilómetros en las piernas y esté en la cuesta abajo y sin frenos. Un maratón es lo que es. Ya lo sabemos. Siempre volvemos. El sacrificio es brutal. La recompensa es enorme. Ésta vez la recompensa no estuvo a la altura del sacrificio. No me compensó. Ésa es la sensación que tengo y por eso no estoy contento.

Pero tampoco vamos a dramatizar. La carrera también incluye su preparación y ésta fue muy buena. Una mala carrera no puede empañar los buenos ratos pasados. Los entrenamientos junto a la familia del río (también conocidos como “Los del río”. Me acerqué a la Macarena y le pedí su protección para la carrera con el argumento de que no podía fallarnos a dos de “Los del río”. Se ve que no le hizo gracia un chiste tan buenísimo y decidió volcar su capacidad milagrosa con el Pérez, que se salió. 2:45 hizo el muy cabrón) ha sido fabulosa. Y también fue fabuloso lo arropados que hemos estado por todos los climaterios antes y después de la carrera. Seremos unos mantas pero, al final, va a ser verdad que nos queremos y todo. Al final va a ser verdad que somos amigos.

Y, por supuesto, tampoco podemos olvidar lo divertido que es el día posterior al maratón. Hoy lunes vuelve a celebrarse la festividad de Nuestra Señora de las Agujetas Máximas, las escaleras son mis peores enemigas y estoy a punto de terminar el borrador de un libro que se titulará “Geografía del dolor”.

Y, bueno. Diez maratones ya (diez y pico contando mi retirada madrileña), seis de ellos de climaterio. ¿Habrá más? A día de hoy afirmo categóricamente que no. Aunque, como me dijo ayer Fernando climaterio, detrás de un mal maratón siempre viene uno bueno. No lo sé. Quizá tenga razón.

11 comentarios:

Juan Rodríguez Millán dijo...

Con buen o mal resultado, buenas o malas sensaciones a mí todo tío que termina un maratón me parece un héroe. Bravo por ti.

Peri Lope dijo...

Pero al final no hiciste mala marca, así que el problema estribó en que no disfrutaste de la carrera porque pensabas que estabas haciendo una mala carrera pero, claro, así las cosas, cuándo la carrera es mala y cuándo buena.

Quizá con el paso de los días lo vayas viendo más claro: me parece que ese día hubo más nubes de las que viste.

También a mi correr una maratón me parece heróico.

GARRATY dijo...

Sólo puedo reiterarte mi admiración.

50 segundos son un suspiro y hay muchos detalles que no controlamos y que nos pueden hacer perderlos o ganarlos. Seguro que el sábado caminasteis mas de la cuenta (como en Berlín)y, según cuentas, os costó encontrar un sitio adecuado para cenar (como en Berlín). Ya dijimos entonces que viajar y hacer marcas era complicado y, sin embargo, has hecho un tiempazo.

Sí hay otros maratones, y alguno pasa por debajo de tu casa. Por no decir que no te voy a dejar que te cortes la coleta sin haber completado los Majors (no pongo número porque a saber cuántos son cuando los completemos).

Recupérate bien. Cuento contigo el 17 de noviembre, esta vez en el lado correcto del puente.

El Impenitente dijo...

El maratón es una carrera especial que crees que tienes domada y que nunca terminas de dominar. Pensaba que sabía correrlas y no. Por eso el maratón es lo que es. Por eso no estoy contento. No es cuestión de tiempo sino de sensaciones.

Por lo demás, terminar un maratón no tiene ningún misterio. Sólo hay que prepararlo. Y ése es el verdadero mérito: prepararlo. Si llegas bien, correrlo con la única intención de terminarlo es una fiesta.

Garraty, después de haber dejado escrito que ni voy a correr otro maratón y que nunca volveré a disputar Valencia, si el diecisiete de noviembre estoy en el lado correcto del puente con el cuchillo entre los dientes ganaré por unanimidad el premio "Donde dije digo digo Diego" 2013. Aunque he de decir que el nombre de Diego me parece muy bonito.

Y los Majors nos lanzan sus cantos de sirena y no tenemos cera para taparnos los oídos.

Muchas gracias a los tres.

SisterBoy dijo...

Semana sevillista pardiez

El Impenitente dijo...

Sevillana y sevillista, sí. Por cierto, la carrera pasaba junto al Pizjuán y el Villamarín y terminaba en la Cartuja. A la organización no se le escapó detalle en el circuito.

Anónimo dijo...

Felicidades Impenitente.
Después de la lesión, es un buen tiempo, y seguro que volverás a correr más maratones.
Un abrazo
Kas

El Impenitente dijo...

Muchas gracias y un abrazo, Kas, lo cual no quita que me encomiende a Diego Costa, a Radamel y a Diego Pablo para que levantemos una copa a mitad de mayo en vuestra cara y luego vayamos a enseñársela a Neptuno, dicho esto con cariño y respeto, por supuesto.

Do dijo...

Yo lo veo así: si hasta el 31 de diciembre del año 2000 seguía siendo siglo XX, hasta las 3:00:59 estás por debajo de las tres horas.
Enhorabuena cara ovni.

G. dijo...

Do era G. No sé qué ha pasado con mi teclado.

Pero, si te gusta, a partir de ahora puedo ser Do, el artista anteriormente conocido como G.

El Impenitente dijo...

Do es trato de varón. G es punto es esperanto.

Si estuviese en Facebook crearía la plataforma ¡Salvemos a Sanfélix!

Y tú lo ves así por tu daltonismo y por tus ojos de batracio. Pero es evidente que en tus ojos está la verdad y a ella me encomiendo.

Volvía en el coche con mis críos. Iban muy callados. Sospechosamente callados y así se lo hice saber. Contestó mi cría:

-Estoy pensando en mi vida social.

Se calló. Al rato dijo:

-Estoy pensando en mis modales.

Se volvió a callar. Al rato añadió:

-Mi cara es un ovni.