Lungarto, lungarto

Recientemente la mujer de un amigo mío ha pasado por el quirófano por un tema bastante delicado. Yo sabía que todo iba a salir bien, y lo sabía porque esa mañana, cuando iba hacia el trabajo, escuché por la radio a Brook Benton y a Dinah Washington cantando “A rockin’ good way”. Llevo en el coche unas cuantas emisoras presintonizadas de esas que sólo emiten música y donde apenas hablan, y voy siempre pasando de una a otra. Y cuando escucho de buena mañana una canción que me gusta mucho siento que ya estoy protegido para el resto del día, que nada puede salir mal. ¿Superstición? Sí, claro. Me da igual el amarillo y el trece. Me gustan todos los gatos, incluidos los negros, y no me molesta que crucen por delante. Tengo mis propias supersticiones. No son muchas si descontamos los rituales antes y durante un partido o un acontecimiento deportivo importante o mis rutinas antes de una carrera. Nunca aparco por casa de mis padres en determinado tramo de calle, aunque lleve media hora dando vueltas y haya visto un sitio allí; hay ropa que sólo puede ser llevada en lunes o en martes; el café con leche tiene que ser con tres cucharadas de azúcar y luego he de darle vueltas con tres giros en sentido antihorario, tres en horario, tres en antihorario y tres en horario pues si no el cataclismo que se avecina tendrá consecuencias impredecibles y alguna que otra más de las que da mala suerte contar. Y lo curioso es que todo esto suele funcionar salvo los viernes. No sé qué ocurre los viernes, no sé qué campos magnéticos se generan o se desactivan que ya puede sonar por la radio de buena mañana la discografía completa de Antonio Carlos Jobim que no hay quien me ampare y si puede pasar algo malo ocurrirá irremisiblemente. Yo los viernes me levanto hecho un manojo de nervios pues sé que estoy expuesto e indefenso ante cualquier adversidad. El teléfono sólo sonará por algo malo, malísimo o peor. Jamás llamo para preguntar por un presupuesto en viernes pues la respuesta sólo puede ser negativa. Ayer mismo se abrió una sima de no retorno con alguien que creía que era mi amigo. Es un día traidor, miserable, que antes recibía con los brazos abiertos y que me responde siempre a base de puñaladas por la espalda o machetazos en la cara. Siempre quise a los viernes, deseé que llegaran, me creía aquello de –de la fiesta, la víspera. Pero no. Ya no. Ya no más. No me gustan los viernes. No los quiero. Que pasen. Que pasen pronto. Que desaparezcan.