Los veranos que pasamos en nuestros cráneos de elefante

Las entradas sobre música o sobre canciones son un desastre. Cada vez que escribo una la facturación de este blog baja en torno a un treinta por cien y dado que cotiza en bolsa enseguida los inversores se alborotan y me toca dar explicaciones. Y por más que les hablo de sensaciones y de compartirlas ellos me dicen que una leche, que lo que pasa es que voy de listillo por la vida y que mi vanidad me puede y que tardo poco en contar que he descubierto un grupo que se llama “Los Alpujarras” que tienen una canción portentosa llamada “Qué sofisticado soy y qué poco se me nota” y parece mentira que no me dé cuenta de que a nadie le interesa lo listísimo que soy porque seguro que “Los Alpujarras” son un coñazo mortal de necesidad y nadie se va a molestar siquiera en comprobarlo y aquí lo único que importa son los impactos, el número de comentarios y los ingresos publicitarios y lo demás son memeces pretenciosas del gran cretináceo, así que a contar batallitas y déjate de milongueces, tontolpijo.

Pues no son “Los Alpujarras”. Se llaman “Single” y seguramente sean los últimos coletazos de lo que se dio en llamar el Sonido Donosti. Los conozco gracias a mi amigo G., que me enlazó el vídeo de “Fotos” en un correo en el que me recomendaba que lo viese y escuchase. Y añadía -me gustan esas miradas excéntricas a lo Gloria Swanson o Salvador Dalí. No concibo un verano sin cráneo de elefante, decía Salvador. Llevo un mes mañana, tarde y noche, incluyendo domingos y fiestas de guardar, con esta canción, con el piano fabuloso de Genís, el de “Astrud”, y con un final, como diría G., apoteósico. Una canción perfecta para perder al futbolín mirando por encima del hombro a nuestros contendientes que se empeñaban en menospreciarla, panda de tarados. Una canción impecable para perder dinero, perder dinero a espuertas. Estoy en quiebra técnica. Es la bancarrota de este blog. Señores inversores, va por ustedes.