Iba con el coche de buena mañana por la carretera de Barcelona. Dicha carretera está trazada a su salida de Valencia muy cerca del mar. Clareaba el día y el sol apuntaba. Cogí la salida de Massalfassar, me desvié a la playa y me senté a ver amanecer. Siempre se dice que es un espectáculo grandioso del cual uno no se cansa nunca. Algo de eso hay. Y durante todo aquel día recuperé una vieja sensación que hacía mucho que no me acompañaba.
Hice la mili en el año noventa y tres en Paterna, a diez kilómetros de casa de mis padres, donde entonces vivía. Tenía pase pernocta. Todos los días madrugaba para ir al cuartel. Debía coger un autobús y luego el metro. No tenía entonces carnet de conducir. Había otra opción, que era ir corriendo. Elegí esa opción. A las seis y media de la mañana, cargado con una mochila donde llevaba la ropa y el calzado con el que habría de volver a casa, con un pantalón largo de chándal atado a la cintura pues no me dejaban entrar al cuartel en pantalón corto pues era poco decoroso, salía camino de Paterna a donde llegaba a las siete y cuarto, siete y veinte con el tiempo justo de ducharme, vestirme y formar. Salía siempre de noche de casa. Casi siempre llegaba de día al cuartel. Casi siempre me amanecía durante el camino. Y durante el resto del día me quedaba la sensación de que aquel sol era mío. Era una sensación muy tonta, muy ingenua, muy infantil. Pero yo miraba al sol, le guiñaba un ojo y le sonreía. Yo le había visto salir. De alguna manera aquel sol me pertenecía. De alguna manera aquel sol era mío. Y cuando ya hubo amanecido me levanté y salí de la playa. Subí al coche. Arranqué. Y entonces miré al sol. Le guiñé un ojo. Le sonreí, y le dije –ha pasado mucho tiempo pero hoy vas a volver a ser mío. Completamente mío. Solamente mío.
Hice la mili en el año noventa y tres en Paterna, a diez kilómetros de casa de mis padres, donde entonces vivía. Tenía pase pernocta. Todos los días madrugaba para ir al cuartel. Debía coger un autobús y luego el metro. No tenía entonces carnet de conducir. Había otra opción, que era ir corriendo. Elegí esa opción. A las seis y media de la mañana, cargado con una mochila donde llevaba la ropa y el calzado con el que habría de volver a casa, con un pantalón largo de chándal atado a la cintura pues no me dejaban entrar al cuartel en pantalón corto pues era poco decoroso, salía camino de Paterna a donde llegaba a las siete y cuarto, siete y veinte con el tiempo justo de ducharme, vestirme y formar. Salía siempre de noche de casa. Casi siempre llegaba de día al cuartel. Casi siempre me amanecía durante el camino. Y durante el resto del día me quedaba la sensación de que aquel sol era mío. Era una sensación muy tonta, muy ingenua, muy infantil. Pero yo miraba al sol, le guiñaba un ojo y le sonreía. Yo le había visto salir. De alguna manera aquel sol me pertenecía. De alguna manera aquel sol era mío. Y cuando ya hubo amanecido me levanté y salí de la playa. Subí al coche. Arranqué. Y entonces miré al sol. Le guiñé un ojo. Le sonreí, y le dije –ha pasado mucho tiempo pero hoy vas a volver a ser mío. Completamente mío. Solamente mío.
7 comentarios:
Ultimamente estoy madrugando mucho para correr los fines de semana y casi todos los sábados y domingos veo amanecer.
Es una sensación agradable. Piensas, como tu dices, que es sólo tuyo porque practicamente el resto del mundo está dormido y el sol se ha tomado la molestia de salir sólo para ti.
Muchos de esos días me cuesta horrores salir de la cama pero siempre acabo con la sensación de que ha merecido la pena el esfuerzo.
It's beautiful, and so are you
No sabes lo que me jode que cambien la hora en invierno y pasar de salir de casa de noche y que me amanezca mientras voy a trabajar a salir con un sol asquerosamente radiante.
"El sol se ha tomado la molestia de salr sólo para ti". Eso es. Eso es.
En la comida posterior a Paiporta Picaña (nos invita el Presi) nos sentamos juntos y nos cantamos el Álbum Blanco entero y verdadero.
A mí antes me molestaban mucho los cambios de hora, especialmente el de otoño, cuando, de repente, anochece tan pronto. Ahora creo que prefiero que sea otoño en otoño. Aunque sí que esverdad que molesta pasar de levantarse de noche a levantarse de día al día siguiente.
Sigues tocándome la fibra sensible.
Entre mis recuerdos está mi válvula de escape cuando era estudiante y poseía una vespa naranja que me otorgaba libertad de movimientos.
Tras cualquier momento difícil y en especial tras los exámenes me iba al puerto de Valencia a ver el mar, la mar y los últimos rayos de la luz solar sobre el agua.
Agua y sol
Esperamos historias de la Vespa naranja.
A nosotros nos daba por el faro en el Puerto. Solíamos ser tres o cuatro, nos cogíamos unos cuantos litros de cerveza (somos de la generación de la litrona) y, de noche, nos íbamos a mirar el mar y la luna mientras cantábamos canciones de grupos de la movida: La Mode, Décima Víctima, Armas Blancas, Golpes Bajos... Buenos tiempos, sí.
Aiss qué bonito!! Yo hace mucho que no veo salir el sol, de hecho con sólo mirar a la ventana creo que ya podría verlo, porque a la hora que sale siempre suelo estar despierta pero ando demasiado ocupada y sabes creo que una de estas mañanas lo dejaré todo y saldré a la terraza de casa de mis padres (donde duermo ahora que el peque sigue malito) y lo veré despuntar sólo para mí.
Dile a tu hijo que te acompañe. Igual se le curan todos los males. Igual no, pero será bonito.
Publicar un comentario