domingo, 26 de abril de 2009

Los parias de la tierra

Unos doscientos cuarenta kilómetros hay de distancia entre Valencia y los pueblos del secarral conquense de donde son mis padres y de donde proviene buena parte de mi familia. Doscientos cuarenta kilómetros que ahora, con la autovía, se recorren en dos horas tranquilamente (bueno, dos y pico, teniendo en cuenta los radares, el carnet por puntos y dando por buena la leyenda que afirma que la principal industria en volumen de facturación de la provincia de Cuenca es la Guardia Civil de Tráfico, a cuyas arcas he sido invitado a contribuir no una ni dos veces), pero que en aquella época, a principios de los ochenta, cuando nos vinimos a Valencia, con una carretera de doble sentido siempre llena de camiones, no te quitaba nadie las tres horas de viaje. Tenía mi padre entonces un Supermirafiori y ahí nos metíamos los seis, los cuatro hermanos detrás. En tres horas nos daba tiempo a pelearnos cincuenta veces, a cantarnos todo nuestro repertorio otras tantas (siempre hemos sido muy cantarines. Y lo seguimos siendo) o todos los villancicos inimaginables por Navidad y a hacer cualquier barrabasada. Todo menos dormir. Dormir nunca fue lo nuestro.

Era ya verano y el calor era insoportable. Lo del aire acondicionado entonces en los coches era algo utópico o para ricos, así que sudando veníamos, hartos. A veinticinco kilómetros de llegar a la capital, a la altura de Villalgordo, no sé que haríamos mi hermano y yo que mi padre pegó un frenazo, se echó al arcén y se giró hacia nosotros:

-Fuera ahora mismo del coche.
-Pero…
-¡He dicho que fuera ahora mismo del coche!

Nos bajamos. Siempre fuimos muy obedientes. Mi padre arrancó y salió pitando dejándonos allí a los dos.

-Y ahora, ¿qué hacemos?
-Vamos a ir andando que volverá en seguida, no te preocupes.

Quince minutos después allí no volvía nadie a por nosotros. Era mediodía y el sol pegaba pero bien.

-El cabrón este no vuelve.
-¿Y si hacemos auto stop?
-Vale.

Seguimos andando hasta que, a lo lejos, vimos acercarse una furgoneta. Sacamos nuestros pulgares y la furgoneta paró. Nos acercamos corriendo. El conductor entonces nos pareció muy mayor, aunque no creo que tuviese más de treinta y cinco años.

-¿A dónde vais?
-A la capital.
-Venga, camaradas. Subid, que os llevo.

Subimos a la furgoneta, cuyo interior estaba decorado de una manera un tanto monótona y recargada: allí había hoces y martillos por todas partes.

-Pero bueno, camaradas, ¿qué hacíais en mitad de la carretera a estas horas, con la que está cayendo?

Buena pregunta. En la actualidad a mi padre, por haber abandonado a dos menores en mitad de la carretera, le hubiesen metido en la cárcel, le hubiesen quitado la patria potestad y Telecinco hubiese hecho todos los telediarios durante una semana desde el lugar exacto donde fuimos expulsados del coche para su escarnio y para sensibilización y adoctrinamiento de la sociedad. En el año ochenta y dos la situación era muy distinta, pero, aún así, no quedaba muy bien contar a un desconocido que estábamos en mitad de la carretera debido a que mi padre nos había echado del coche porque estaba hasta los huevos de nosotros.

-No, hemos madrugado esta mañana y hemos empezado a andar. Nos hemos picado y hemos llegado hasta aquí y ahora estamos cansados y, con el calor que hace, hemos decidido hacer auto stop para volver.
-¿Andando desde la capital hasta Villalgordo?
-Sí.
-¿Por la carretera?
-Sí.

Nos miró. Mucha pinta de llevar seis horas andando al sol no teníamos, por lo que pensaría –qué más da averiguar la verdad.

Mientras tanto mis padres y mis hermanas siguieron avanzando. Al llegar a  la aldea, nuestro otro pueblo, seis kilómetros antes de la capital, vio mi padre a su amigo Ángel y paró a saludarlo.

-¿Llegáis ahora?
-Ahora llegamos.
-Mucho calor para viajar.
-Mucho.
-¿Y los chicos? ¿Se han quedado en Valencia?
-No, los he dejado en mitad de la carretera, a la altura de Villalgordo.
-Será una broma.
-No.
-Pero ¿tú estás tonto? ¿Qué quieres? ¿Que se mueran de una insolación? ¿Que los arrolle un camión? ¿O prefieres que los secuestren?

Aparcó mi padre el coche, se subió al de Ángel y salieron a buscarnos.

Nosotros seguíamos trayecto con nuestro camarada, hablando de Valencia, del mundial de fútbol, que España iba a ganar y no ganó, de la revolución, de la lucha de clases y de la famélica legión. A punto estábamos ya de comenzar a cantar “La Internacional” cuando, a la entrada de la aldea., vimos a nuestra madre y hermanas.

-¡Pare, pare!
-¿Qué pasa?
-Nos bajamos aquí, que hemos visto a nuestra madre y nos quedamos con ella.
-¿Seguro, camaradas?
-Seguro.

Nos apeamos.

-Muchas gracias. Muchísimas gracias.
-De nada. De nada. Y hasta la victoria siempre, camaradas.
-Hasta luego.

Mi madre y hermanas empezaron a llorar cuando nos vieron. Estaban bastante asustadas, pensando lo peor. Nos abrazamos.

-¿Habéis visto a vuestro padre?
-No. ¿Dónde está?
-Se ha ido con Ángel a buscaros.
-Pues no los hemos visto.

A los diez minutos aparecieron. No creo que el padre del Hijo Pródigo, al ver retornar a su vástago, estuviese tan sobreactuado como lo estuvo nuestro querido progenitor al vernos.

-¡Hijos míos! ¡Hijos míos! ¿Estáis bien? ¿Os ha pasado algo? ¡Perdonadme! ¡Perdonadme!

Todo esto lo decía colmándonos de abrazos y besos. Pasados los momentos emotivos, nos subimos al coche y nos fuimos para la capital. Seis kilómetros quedaban. Durante el camino no sé qué hicimos que mi padre nos amenazó con volver a bajarnos.

12 comentarios:

GARRATY dijo...

Cuantas cosas que hacíamos antes son impensables ahora.
A nadie se le ocurriría ahora hacer un programa infantil los sábados por la mañana con gente como Alaska, Santiago Auserón o Kiko Veneno, y nosotros lo veíamos siempre, yo al menos.
Recuerdo haber ido a vender lotería del colegio casa por casa, llamando a la puerta de desconocidos con apenas once o doce años. Ahora no dejaría que lo hicieran mis hijas.
Y, así, muchas otras cosas. La sociedad no siempre evoluciona para bien.

Por cierto, tu padre se merecía la medalla del Santo Job. Tres horas de coche con cuatro críos destrozan los nervios de cualquiera. Creo que el conductor del autobús de San Sebastian aún está de baja por depresión.

3'14 dijo...

Nueve nos metimos en una ocasión en un coche, ¡Nueve! Y dos de ellos eran supuestamente adultos padres de una de mis amigas. Y por la carretera que íbamos ni te cuento. Como para añadir los asientos homologados y cinturones correspondientes XD.

También recuerdo en una ocasión, sería por séptimo de EGB, con lo que calculo tendríamos 12 ó 13 años, un compañero de clase nos invitó a su (supuesta)fiesta de cumpleaños. Del curso sólo íbamos cuatro, mi mejor amiga, mi mejor amigo y otro compañero que por no ir solo quedó con nosotros para ir hasta la casa en la que nos habían citado (eso ya nos pareció extraño, pues no era su domicilio habitual). Era a un par de pueblos del nuestro, así que teníamos que coger el ferrocarril. Nos presentamos como cuatro panolis con nuestro regalito en mano, en una casa a las afueras, en un barrio residencial, en donde se celebraba una reunión bahai, pero nosotros no teníamos ni la más remota idea de lo que era aquello, cantaban canciones y había gente de todas las edades, nos empezó a extrañar cuando nadie allí estaba expresamente por el cumpleaños de nuestro "amigo", es más la mayoría no tenía ni idea de que cumpliera años. Mi amiga y yo, ya desconfiadas, no nos atrevimos ni a probar un ganchito, en una hora aproximadamente (tiempo que consideramos más que prudencial para no levantar sospechas y huir de allí sin terminar descuartizados sin que nadie a un km a la redonda oyera nuestros gritos de auxilio), alegamos que se nos hacía tarde y que teníamos que irnos, un hombre muy, pero que muy raro se ofreció a llevarnos en coche hasta nuestras respectivas casas, al unísono le dijimos que todos vivíamos en la misma calle, a ver quien era el listo que se quedaba el último con "el hombre lobo" como le bautizamos una vez bajamos del vehículo. Saltamos del coche como alma que lleva el diablo, pues estuvo todo el trayecto sermoneándonos con que si no teníamos que aceptar drogas de desconocidos y no se qué monsergas más con no fiarnos de nadie, por lo visto la lección de: no subir en coches de desconocidos se la saltó por alto... El caso es que, luego con el paso del tiempo, y siendo madre como soy actualmente, pienso que nuestros padres o eran muy confiados o excesivamente desinformados sobre donde y con quien estaban sus hijos... Como dice Garraty, hoy por hoy a mi hijo no le dejo ir solo por la calle hasta mínimo los 18 años, y ya veremos...

3'14 dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
3'14 dijo...

Sorry, el comentario anterior lo he suprimido yo, lo colgué repetido.

Arual dijo...

Pobre hombre como debía estar de harto tu padre para hacer lo que hizo, xddd!!!

El Impenitente dijo...

Creo que se ha convertido en un tópico generacional rememorar "La bola de cristal". Pero es que fuimos muy afortunados.

También vendí lotería puerta a puerta. Tampoco dejaría hacerlo a mis hijos ahora.

Mi madre sí que es una santa, aguántandonos a los cuatro y a mi padre. Lo conseguía haciendo ganchillo. Lo sigue haciendo. Se pasa los viajes con su ganchillo. Y al chófer de San Sebastián le han dado la invalidez permanente.

Nunca había oído hablar de una reunión bahai. Lo he tenido que buscar. Chica, qué miedo.

Y mi hijo no saldrá solo hasta los dieciocho. Y mi hija hasta los cincuenta.

Juan Rodríguez Millán dijo...

Y a mí que me da que te acuerdas perfectamente de lo que hacíais para provocar que vuestro padre os echara del coche, je, je, je...

Cuidado con Telecinco, que te monta un programa retroactivo en menos que canta un gallo...

SisterBoy dijo...

Pues sí que antes se hacían cosas que hoy costarian un reportaje de "España directo". Por ejemplo en aquel entonces mi padre solía beberse un vaso de whisky con seven up al volver del trabajo y de vez en cuando me dejaba echar un buchito, yo no tendría más de nueve o diez años. ¡Ay los salvajes setenta!.

En cuanto a los viajes familiares en coche mi padre tenía un arte especial para dar capones guiandose por el espejo retrovisor pero lo más peligroso que ocurrió fue una vez en la que Dios sabe por qué me dio por taparle los ojos con las manos mientras él estaba conduciendo. No puedo decir que ese fuera el mejor día de nuestra relación.

Lo de mis experiencias con el auto stop me lo guardo porque me acabas de sugerir un tema para mi blog

El Impenitente dijo...

Pues no lo recuerdo bien. Llevábamos dos horas peleándonos. Me alegro que mi padre no nos hubiese dejado tirados en Requena o en Motilla.

Esperamos la entrada sobre el auto stop.

Penélope dijo...

Irremediable pensar en el pasado. Las primeras clases extra-escolares fueron las de inglés cuando tenía ya, por lo menos, 15 años (ni natación, ni alemán, ni oboe...). Desde que terminaban las clases a las cinco hasta que se hacía de noche jugaba en la calle con todos los niños y niñas de mi barrio de una amplia gama de edades. Absolutamente todos los juegos necesitaban más de 2 personas. Sabía hacer el cubo de rubik en un momentín. Merendaba bocadillo de chorizo pamplonica (¿dónde está el pamplonica ahora?). Estrené el primer ordenador que llegó al colegio: desde luego, fue un privilegio. Y cada día recibía zapatillazos de mi madre allí donde pillaba... ay, y así podríamos estar horas y horas...

El Impenitente dijo...

En Mercadona venden chorizo de Pamplona, o Pamplonica o Pamplonés. Soy consumidor habitual y no sólo por nostalgia. Me gusta mucho.

toupeiro dijo...

Por lo que leo o la memoria va fallando o erais peor que zipi y zape que haciais tantas gamberradas que ya ni te acuerdas. ¡Pobre padre!