Vane

Lo mejor del sorteo de la lotería de Navidad es el nombre de los Niños de San Ildefonso. Escuchas cómo se llaman las componentes de los equipos olímpicos españoles de gimnasia rítmica o deportiva femenina y tienes la sensación de estar leyendo los créditos de un culebrón hecho en Miami. Lo malo, o lo bueno, es que estos que tienen esos nombres ya están aquí, ya han llegado, ya están en primera línea. Y tengo a Jonathan apretándome con una obra que quiere que la hagamos aunque al precio que él dice y a mí las cuentas no me salen y no para de llamarme y yo le llamo tío y macho pues como le llame Jonathan me empezaré a descojonar y no es serio. Y el otro día estuve con Vanessa, la cual me explicaba muy seria y muy entrada en razón las reformas que se debían de acometer y los diferentes estudios que debíamos realizar y yo la miraba y sólo podía pensar en el profesor Cojonciano, en esas tías que dibuja con esos labios y esos tangas nimios, en esos macarras que dicen esas frases tan brillantes como –pues la Vane enloquece cuando ve la luna reflejada en la uña de mi dedo meñique- y tenemos que trabajar, pero así no puede ser. Así no puede ser.