Dibidivadidibum

Fue hacia finales del año noventa y cinco. Estaba el Atleti jugando en Mestalla. Íbamos líderes entonces en aquella temporada en que terminamos haciendo el doblete. Vivía yo todavía en casa de mis padres. Teníamos por aquella época la saludable costumbre de vernos todos los fines de semana tres o cuatro películas (dependiendo de la programación de Estadio 2) mi padre, una de mis hermanas y yo. Como digo, estaba jugando el Atleti mientras veíamos “La Cenicienta”, de Walt Disney. Allí estaba yo, delante del televisor, con la radio y mis auriculares puestos.

En el minuto ochenta y tantos el partido seguía cero a cero cuando el árbitro pitó una falta al borde del área del Atleti. Mijatovic, todavía no convertido al madridismo siendo, por tanto, el más valencianista de de todos los valencianistas, tiró la falta contra la barrera. López cogió el rebote y salió corriendo cruzándose todo el campo. Al llegar al borde del área, cruzó el balón y Caminero, viniendo desde atrás, remachó. Gol. En casa de mis padres todavía se perciben las reverberaciones de los gritos que di. Y en mis rodillas están las marcas de los festejos de aquel gol.

Durante aquella temporada pocos partidos jugó el Atleti en los que yo no viese, antes o durante el partido, algún fragmento de “La Cenicienta”. Y en la última jornada, antes del partido definitivo contra el Albacete, me vi la película entera o, mejor dicho, pasé la película entera hecho un manojo de nervios, incapaz incluso de respirar y de concentrarme. Aquel año los Molina, Pantic, Kiko, Simeone, Vizcaíno y demás pasaron a la historia del Atlético de Madrid, pero, sin “La Cenicienta” estoy convencido que jamás hubiésemos sido campeones. ¿Supersticioso yo? En absoluto.

A pesar de ser una película tan entrañable para mí, el caso es que no había vuelto a ver “La Cenicienta” hasta este sábado pasado. La pusimos para ver si se amansaban los críos, hijos y sobrinos, pero terminé tragándomela entera. Y es muy buena. Y me extraña que esté considerada como una película de animación, pues debiera ser considerada como un clásico del suspense. Muchas películas he visto de Hitchcock pero no recuerdo haberlo pasado tan mal como en el final de “La Cenicienta”, cuando la madrastra encierra a la pobre muchacha, con los ratones pasando mil penurias para robar la llave, subir la escalinata eterna y conseguir apartar al gato. Y cuando ya por fin aparece la Cenicienta y se va a probar el zapato de cristal, la madrastra hace tropezar al emisario real rompiéndose el zapato. Qué desazón. Qué angustia. Qué sinvivir. Cuántas penurias. Y cuando saca la Cenicienta el otro zapato de su bolsillo y se lo pone con tanta elegancia y se la ve al final con el príncipe, qué alegría, qué alivio, qué satisfacción, qué emoción. Ay, es tan bonita… Y es tan guapa… Y las hermanastras tienen esos culos tan raros…