Siempre me gustó la pista. Mucho. En realidad soy un atleta de pista o, como dirían los ciclistas, un pistard. Lo que pasa es que la velocidad se va y las piernas y el corazón ya no resisten el correr a ritmos altos y más que abandonar la pista es la pista la que le abandona a uno y acabas en el asfalto y, cuando te quieres dar cuenta, estás en el kilómetro treinta y tres y te quedan nueve.
Pero la pista me sigue llamando. Me trago todos los grandes campeonatos y no sólo porque me guste el atletismo. Me quedo fascinado viendo el sonrosado del tartán con todas sus rayitas. Si tuviese una morterá de millones me construiría una pista para mí sólo y me pasaría el día mirándola. Cuando tocan series cortas me suelo ir al Politécnico. Allí hay una pista que está hecha una calamidad, siempre con bollos y charcos, pero se está muy a gusto sufriendo sobre pista sintética. Y tengo unas zapatillas de clavos que no me pongo desde hace más de quince años. No pasan más de dos meses que no las saque, las mire, las remire, afloje sus clavos para después apretárselos.
Y no fui del todo malo. Bueno, sí que fui malo. Tuvimos el record de España de 3x1.000 en categoría alevín mas luego no estuve a la altura. Siendo como soy un tío atrapado en el cuerpo de un tío pues mi nivel era mediocre. Si hubiese sido un tío atrapado en un cuerpo de mujer (estuve a punto de bajar de dos minutos en el ochocientos), debidamente entrenado y vitaminado habría hecho compañía a Maite Zúñiga desde Seúl hasta Sydney. Y tendría alguna que otra medalla.
Las carreras en pista eran diferentes. No importaba tanto el tiempo como el puesto. Y había carreras tácticas. Y cada uno jugaba sus bazas. El asfalto está muy bien, no voy a menospreciarlo ahora, pero, si corro cerca de veinte carreras al año, siempre es más o menos igual. Salir bien, llevar un ritmo exigente pero no extenuante y rematar al final terminando fuerte que siempre da moral. Lo importante es el tiempo. El puesto es secundario totalmente. Es mejor quedar el último con uno veintiuno que ganar con uno veintidós.
Pero corro una carrera al año que es diferente. Una en la que rejuvenezco y vuelvo a mis orígenes. Es en el secarral, en septiembre, en el pueblo cuya máxima es “si no ganas, ¿para qué corres?”. Corremos muy pocos. Nunca llegamos a treinta. A veces es una milla y corremos por las calles. Otras veces un cinco mil y nos llevan por esos caminos de Dios. Y no es una carrera lineal. Se hacen grupos. Se cambia el ritmo. Se tira. Te sientes bueno. Y a veces quedo segundo, otras veces cuarto y, como mucho, séptimo. Y corro por el puesto. Ni llevo reloj. No lo necesito. No me importa el tiempo. Observar a los otros, ver su cara, escuchar su respiración. Es una carrera de juguete. Es una carrera para jugar, para divertirse. Una carrera en la que disfruto de verdad. No hace falta ganar para disfrutar. No es necesario. Alguna vez lo entenderán por allí.
miércoles, 1 de octubre de 2008
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2 comentarios:
Correr por correr.
Correr por amor.
Correr por sufrir.
Correr y correr.
Te gusta correr y lo transmites sin duda alguna.
Sigue volando y relaja esos hombros.
Yo te sigo la estela
No hace falta ganar para disfrutar pero ayuda un monton.
Prefiero caminos de tierra en buen estado a una buena pista. La cabra tira al monte.
saludos
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