sábado, 27 de septiembre de 2008
Y yo que fui a rondarle la otra noche a Marieta
Media tarde en el hall de un hotel en plena semana de feria, bastante nutrido de gente. Entra de repente una pareja. Ambos son treintañeros, bien plantados, bien vestidos. Ella lleva los ojos vendados y camina abrazada a él sin parar de reírse. Todo el mundo se gira para ver la escena. Se hace el silencio. De ese silencio surge la voz de él dirigiéndose a recepción con todo el aplomo del mundo, dada la situación. –Tengo una habitación reservada. Da sus datos, recoge su tarjeta, entran en el ascensor y desaparecen. Ella no ha dejado de reírse ni un momento.
El romanticismo. El amor. El ridículo. El sentido del ridículo. El no sentido del ridículo. Una pareja de recién casados acaba de llegar de su viaje de novios. Quedan con su cuadrilla de amigos y allí, junto a todos, en medio de todos, no paran de hacerse arrumacos y carantoñas y de llamarse el uno al otro “mi vasito de leche”.
Un avión procedente de Londres está a punto de aterrizar en un aeropuerto provinciano. Es el último vuelo del día. Entre el grupo de gente que espera destaca un hombre de mediana edad bien parecido y perfectamente atildado que porta un enorme ramo de flores. Aguanta la espera de pie sin descomponer la postura. El avión llega. Comienzan a salir pasajeros. Van saliendo. Siguen saliendo. La zona de espera se vacía. Sólo queda un hombre. Solo. Perfectamente atildado, sin descomponer la figura y con un enorme ramo de flores en sus brazos.
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7 comentarios:
Sigo esperando en el aeropuerto después de veinte años. Las flores rezuman lozanía.
Nunca os enamoréis de una azafata.
Deberiamos haberme visto bailar la banda sonora entera de Mamma Mia con mi ex. Claro que nosotros haciamos esas cosas en la intimidad.
Joer... si hace más de veinte años, esas flores rezumarán algo más que lozanía...
Por seguro que se esté del amor, se requiere de ese tipo de actos estúpidos y ridículos, como los denominas, para hacer latente ese sentimiento, por lo menos la mayoría de los humanos somos así. Aunque se manifiesten en la intimidad, como apunta Sisterboy. Pero son necesarios, aunque parezcan prescindibles.
Por supuesto. Si no haces el ridiculo con ella no tienes novia ni tienes nada.
El ridículo, de puertas para adentro. Y mucho ridículo si hace falta.
Siempre tuve mucha manía a los que inventaron el amor, a los exhibicionistas del amor. Dime de qué presumes.
Yo es que siempre he sido más bien discreta con el tema que le vamos a hacer...
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