domingo, 10 de agosto de 2008

Pesas y medidas

A pesar del mito y de que España es el país del “que inventen ellos” leí hace tiempo que los españoles hemos hecho una gran aportación a la metrología o al sistema de pesas y medidas. Esa aportación no es, como todo el mundo piensa, la del huevo sino que se trata del pelín. ¿A qué equivale un pelín? Nadie lo sabe pero todo el mundo lo sabe. Recuerdo que la noticia hablaba de físicos nucleares españoles en universidades norteamericanas experimentando con partículas cuyo tamaño se mide en armstrongs que estaban siempre: –dale un pelín más; te falta un pelín-, mientras que sus colegas yanquis se mesaban los cabellos y las barbas, tan absolutamente racionales ellos, tratando de comprender en qué unidades trabajaban y qué pretendían decir.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

De las muchas incorporaciones de lo español al resto de la humanidad, la siesta como vocablo y la tortilla de patatas, se mencionaron hasta la saciedad. Lo de un pelín no ha sido tan nombrado. De hecho algunos diccionarios no recogen esta locución adverbial de cantidad. Cuestión que no indica el uso en el habla. Más bien prueba que la lengua, por definición, va donde quiere ella y no por donde le mandan. Y sobre todo confirma, su función de comunicar y hacerse entender. Para el hablante un pelín hace referencia a cualquier magnitud física: Longitud, masa, tiempo…y es tan afable en su apreciación, que lo poquito queda ostentoso. Cuando Rafa Nadal reconoció en el All England Club que ahora es “un pelín más completo”, los resultados lo dejaron corto.
Y ya que el momento es propicio: por un pelín no pudo acabar bien el ejercicio en barra nuestra Lénika de Simone, dándose de morros con el suelo. Y por un pelín, Ana Carrascosa no consiguió el bronce en judo. Grandísima putada para los que se han dejado cuatro años de su vida o más, en el intento.

A veces es cuestión de un pelín de suerte. En otros lugares sería, cachito.

SisterBoy dijo...

En canarias sería "un fisco"

El Impenitente dijo...

La suerte se trabaja. Hay que saber competir y los demás también lo hacen. Y no me gusta esa visión de "me he dejado cuatro años de mi vida para nada". Ser oro olímpico es muy bonito. Cimentar tu vida en quimeras es otra cosa. Se compite para ganar, pero ¿qué es ganar? La mayoría de las veces ganar no es quedar el primero. Ganar es otra cosa. Y se debe luchar por esa otra cosa, que no es conformarse sino superarse. Y esos cuatro años no habrán sido baldíos.

Y un pelín de suerte. Si Nocioni no hubiese fallado su tiro en el último segundo en semifinales España no sería campeona del mundo de baloncesto. Si El Gerrouj no hubiese tropezado con Morcelli en Atlanta, Cacho no habría sido plata. Italia es campeona del mundo porque Trezeghet tiró un penalti al larguero, botó en la línea y salió. Pero el mundo no se acaba ahí.

Cómo me gustan los Juegos Olímpicos.

Y no me gustó "Los cuatrocientos golpes".

Juan Rodríguez Millán dijo...

Y todo el mundo sabe que "un pelín" es una medida mucha más exacta que "un cacho"...

Comparto entusiasta y plenamente el entusiasmo por los Juegos, aunque ya nos hayan fastidiado un poquito el buen sabor ciclista de la medalla con otro dopaje camuflado en ansiedad...

SisterBoy dijo...

Espero que tengas un encuentro más satisfactorio con Truffaut pero si no te gustó Los cuatrocientos ni se te ocurra ver el resto de la saga de Antoine Doinel

El Impenitente dijo...

Lo pasé muy mal. Sufrí mucho. No podía abstraerme. Sólo pensaba, si es muy buen chaval, ¿por qué le pasan todas estas cosas? Me parecían desmedidas siempre las consecuencias de sus actos. Y tuve pánico de que al final le pegaran un tiro por haberse escapado del reformatorio. Cuando vi Fin respiré. Menos mal.

Aunque la escena en que Doinel se entrevista con la psicóloga del reformatorio me encantó. Un actorazo, el chaval. He indagado por la wikipedia, aunque he olvidado el nombre. Sigue siendo actor y se gana la vida con ello (igual es una estrella aunque a mí no me sonaba de nada).

Y me consoló un poco el ver que a finales de los cincuenta en Francia no estaban mucho mejor que en España. No hablo de política, hablo de la sordidez de la casa de Doinel y del colegio.

Pero, aunque no me gustó, creo que si tengo oportunidad seguiré viendo películas de Truffaut. Me pasa con el adorado Balzac de Doinel. Siempre que termino un libro suyo digo -no me leo ni uno más. Pero luego me encuentro con alguno y lo miro, lo remiro, me lo compro y me lo leo. Y vuelta a empezar.

Y mañana Bergman. Cuatro películas en siete días. Hacía años que no me pegaba este tute. Y lo que estoy disfrutando. Cuando pueda resarcirme y disponer de mi tiempo no habrá día sin película. O, mejor aún, no habrá día sin sesión continua.

Anónimo dijo...

si es que los españoles somos la leche.....


un abrazo.

SisterBoy dijo...

El niño es Jean Pierre Laud que luego fue un actor habitual de las peliculas de Truffaut. Lo curioso es que Truffaut siguió con la historia de Antoine Doinel ya de adulto y con el mismo actor, las pelis de la saga Doinel aparte de la primera son "Besos robados", "Domicilio conyugal" y "El amor en fuga".

Por cierto que las dos primeras peliculas de la saga (es decir "Los 400 golpes" y "Besos robados) son autobiográficas

El Impenitente dijo...

¿Autobiográficas? Pobre Truffaut.

Gracias por la información.

3'14 dijo...

Este... creo que para valorar ciertas películas es necesario situarlas en la época en que se rodaron y las repercusiones en la historia del cine que causaron.

A mí me pasa con Godard, sufro mucho, porque lo mío con este director es una relación amor-odio (y más por la herencia que ha generado de gafapastas que lo veneran), pero he de reconocer el mérito de sus películas.

Enlazando este comentario con el divertídismo post que has escrito, he de decir que, con un pelín de información, "Los 400 golpes" estoy segura de que te hubiera entrado mejor, o si querías verla sin prejuicios, después del visionado, si indagas un poco y luego lo mezclas en la coctelera de tus propias impresiones, sabe mejor ¿no?

El Impenitente dijo...

He indagado y he leído a posteriori sobre Truffaut y sobre la película. A verla fui como un folio en blanco. Estos días de rodríguez en la filmoteca de verano me he tragado "Al final de la escapada", "Los viajes de Sullivan", "Los cuatrocientos golpes" y "El séptimo sello" y las cuatro las encaré sin la menor información. Nunca había visto cine ni de Godard, ni de Sturges, ni de Truffaut ni de Bergman. Las cuatro las he valorado más posteriormente, después de haber leído unas cuantas cosas. El tema de los cuatrocientos fue que pasé muy mal rato. No pude ver una película. Sufrí con los avatares de Doinel. Eso será mérito del autor, pero yo salí bastante fastidiado del cine. En fin. Es cierto que, cuanto más sabes, más valoras. Pero me encanta enfrentarme a una película a pecho descubierto, desde la ignorancia, con todos los poros abiertos, sin el menor de los complejos. Como con los libros.