miércoles, 17 de diciembre de 2025

Y es por cosas así por lo que no tengo amigos

Tengo una lista de canciones navideñas y, cuando llegan estas fechas, la suelo poner. Creo que es éste es el momento en que tomo conciencia de que va a ser Navidad y pienso entonces -¿Ya? Porque no me ha dado tiempo a echar de menos estas canciones. Ni a nada. Un día es Navidad y, al día siguiente, también.

La explicación a que el tiempo pase tan rápido es matemática. O estadística. Es cuestión de proporción. Un año, antes, era la décima parte de mi vida. O la vigésima. O la trigésima. Ahora es un diferencial. Un infinitesimal. No es que la tierra gire más deprisa en su movimiento rototraslatorio (lo que me gusta decir rototraslatorio). No es cuestión de tiempo. Son matemáticas.

De acuerdo con la teoría de Kyezitri, que los años pasen cada vez más deprisa no es tan solo matemáticas o estadística: el tiempo se escurre entre los dedos cuando se vive en la monotonía y se ralentiza cuando se llena de acontecimientos. Mal vamos. Las canciones navideñas no sólo me hacen preguntar - ¿ya? - sino que también -pero bueno, ¿acaso has estado en coma este año y no te has enterado?

Tengo el antídoto. Y vengo a contarlo, claro. Aunque al final no se trata más que de engañarse uno a sí mismo. Porque Elvis cantando “Santa Claus is back in town” o Gladys Knight y sus Pips entonando “Jingle bells” han de ser para disfrutar, no para entristecerme. El antídoto es sencillo. Basta con preguntarse - ¿qué hice hace una semana? Cuesta recordarlo. Y se ve lejano. ¿Los años pasan deprisa y las semanas despacio? Sí. ¿Los años están vacíos y las semanas son exuberantes? Sí. Ya ves. Cincuenta y dos semanas lentas y ricas forman un suspiro anodino. ¿Paradójico? Seguro. Aprovechémoslo. Quitémoslo valor al año. La semana como unidad de medida. Formal. Y única.

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