En todas partes. En cada rótulo. Don Quijote. Sancho. Dulcinea. Rocinante. En un lugar de La Mancha. Donde mires. No te alborotes, porque vas a la tierra de don Quijote. ¿Cuántos lo habrán leído? Aquí también habría que hacer un examen antes de permitir su uso. Nos escapamos a Almagro, al Campo de Calatrava. Primero, el recorrido. Mancha, Mancha y más Mancha. Rectas y llanuras interminables. Viñas. Un paisaje monótono que siempre fascina. Y Almagro. Vas al reclamo de las representaciones de teatro clásico (los que vayan), del corral, del teatro, de la plaza mayor. Y es más. Mucho más. Donde pases. Donde mires. Callejear. Perderse. Cada fachada. Cada patio. Tan cuidado. Tan bien conservado. Tan sobrio. Tan bello. Tan elegante. Donde tomamos el aperitivo, con dos bufandas rojiblancas engalanando sus paredes. Donde comimos. –Les recomendamos el canelón de gachas. Cien vidas que vivamos y no terminaremos de agradecérselo. Y en mitad de la saturación quijotesca y cervantina, el cartel de la foto. Nosotros tampoco. No llegó a cumplir como reclamo. Pero le reconocemos que es bueno.
Esta foto está sacada en lo que en la capital del Secarral se conoce como la Ruta de los Sabores, El nombre es añejo. Por allí pasaban los residuos líquidos (bajo el puente) de la antigua estación depuradora (bautizada en el lugar con el delicado nombre de “casa de la mierda”) y vecinos, entonces, estaban un corral de terneros, otro de corderos y otro de pollos. En cuestión de olfato y de gusto el lugar ha mejorado. No para la vista. La aridez del lugar. La desolación, cuando el sol del verano te castiga, cuando no. Al pasar por allí, te sientes próximo al horror. Y piensas cómo puede estar tanta fealdad, tanto abandono, tanto vacío, tanta muerte, tan cercana a la belleza.
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