lunes, 11 de agosto de 2025

Porque en agosto, por las noches, refresca

No he encontrado un buen subtítulo para esta entrada. Seguro que hay una palabra que define correctamente cuando lees algo y te quedas pensando sobre lo que has leído. Quizá reflexiones. Pensamientos. Divagaciones. Aunque no sé si llega a tanto.

Un personaje del libro que acabo de terminar (“El mágico aprendiz”, de Luis Landero) se hace enterrar con un cilindro metálico donde guarda el escrito de su defensa para el día del Juicio Final. Tenemos tendencia a humanizarlo todo y, puestos a pensar en el Juicio Final, imaginamos un tribunal con juez, fiscal, abogado defensor, jurado, estrado, discursos, alegatos y juramento. Y maza. Pero no tengo muy claro que el Juicio Final, de haberlo, sea un juicio. Más bien creo que habrá un tablero donde, con una chincheta, habrán fijado un listado (pocas cosas había tan terribles como, cuando salían las notas, el momento en que te acercabas a ver si estabas aprobado o no. Hay miedos que nunca se superan) con nombres y, a su lado, una c, una p o una i (porque todavía confío en que en el Cielo no pondrán emoticonos de caritas sonrientes, caritas tristes o caritas indecisas). Y mi duda es si habría revisión en caso de que uno no esté de acuerdo. Pero, ¿juicio? No. De aquí ya salimos juzgados. Y condenados.

En este mismo libro leí la siguiente frase: “Nunca bailó mejor Damocles que bajó la espada”. Todos aquellos que sólo saben responder bajo presión, que necesitan la tensión, el miedo y las prisas para funcionar, ya tienen eslogan. Y es muy bueno.

Me venía la imagen mientras leía de los niños cuando están viendo un guiñol y le gritan a los muñecos que actúan. No me gusta cuando el lector (o el espectador) tiene más información que los personajes. En el escenario siempre he defendido la cuarta pared. El espectador está para recibir, pero no para participar en el espectáculo. Es mi opinión. No quiero ni que me saquen ni que pregunten ni nada. Espacios estancos. Y en una novela de Henning Mankell que también acabo de terminar (“La falsa pista”), por un lado vas siguiendo al asesino y sus crímenes y, por otro, la evolución de la investigación. Es decir, que tú sabes lo que la policía aún no sabe y no logra averiguar. Y, lo dicho, como un niño en un espectáculo de guiñol, gritándole al libro, sintiendo impotencia y rabia. Y decidí, reafirmándome en lo de la cuarta pared y en el papel que ha de interpretar el lector o el espectador, siempre como receptor, que, cuando los citados tengan más información que los personajes, exigir el abrir una vía de comunicación para compartir dicha información y reconducir la trama acelerando la conclusión. Hacer de soplón. De chivato, vamos. ¿Te cargas la novela (o la película o la serie)? Sí. Porque de eso se trata. Dejemos al espectador en su lugar, sentado en una silla. Y olvidémonos de experimentos.

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