sábado, 5 de julio de 2025

Ella y el método

El método. Ella, mi hija, me hacía callar. Resultados, ¿no? Ya, pero… Resultados. Mira. Funciona. Sí, pero… Funciona. No puedes decir nada. Y aunque me moría de ganas, no, no decía nada.

La universidad. La advertí: no sabes jugar. Todo esto es nuevo. Las reglas son otras. Aprenderás, pero todavía no sabes. Ni caso. Su seguridad, que a veces raya en la arrogancia. Su confianza en el método. En sí misma. El método funciona. Y funcionaba. Hasta que llegaron los primeros reveses. Se quedó descolocada. ¿A ella? ¿De verdad que esto le estaba pasando a ella? No estaba seguro de cuál podría ser su reacción ante las dificultades. Ante la adversidad. El método era útil en la vida fácil, cuando ella dominaba y sentía que dominaba y hacía lo justo. Ahora, no. Ahora se daba cuenta de que no era así. De que no sabía jugar. De que no conocía las reglas. Y estaba estupefacta. Descolocada. Desbordada. ¿Bajaría los brazos? ¿Llegaría el desánimo? ¿El desaliento? No. Orgullo. Rabia. ¿El método? El método se adapta. Y se adaptó. Aprendió a jugar. A fajarse. En campo abierto y en las trincheras. En casa y en la biblioteca. En los exámenes y en las revisiones de examen. ¿Ella derrotada? ¿Ella hundida? ¿Ella? Ya está en segundo. Y pasa limpia. Fatigada. Extenuada. Reventada. Triunfadora.

Repito muchas veces que mi hija me fascina. Lo que no sé es si soy capaz de expresar cuánto. Y no sólo es fascinación. Orgullo. Admiración. Cómo ha combatido. Cómo ha encajado. Cómo ha reaccionado. Cómo ha vencido. Ella. Ella y su método. Sigo callado. Con la boca abierta. Con los ojos como platos. Rendido. Y callado.

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