Ésta es la foto de mi promoción. En ella, la máquina, la locomotora, es una más. Era parte de nosotros, de nuestro sentimiento, de nuestro orgullo. Aquellos eran años relativamente permisivos. Aún así, se pretendía restringir el que nos subiésemos, restricciones que, como ya conté, nos saltábamos regularmente. Y nos las saltamos también para la foto (yo, de hecho, estoy subido a la máquina. Qué hermosa mata de pelo, tan negra, tan rizada). ¿Riesgo? Tal vez. Pero la máquina era uno de los nuestros. No podíamos hacernos aquella foto en otro lugar. Éramos un equipo.
El otro día le estuve hablando a mi hijo de la complicidad que tuvimos nosotros con la máquina, de lo que nos identificamos con ella. Y le pregunté si ellos, ahora, tenían el mismo sentimiento. -No- me respondió. De hecho, ahora a la locomotora ni nos acercamos. No se puede tocar.
- ¿Y eso?
-Da mala suerte. Si la tocas, no terminas la carrera. Sólo la pueden tocar los que ya tienen el título.
No sé quién haría correr ese bulo. Pero si lo hizo por un motivo de seguridad, aquí dejo escrito mi reconocimiento. Donde no llegaron ni la advertencia, ni la amenaza, ni la prohibición, llega la superstición. Lo dicho, un genio.
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