jueves, 9 de mayo de 2024

Nuevas historias (apasionantes) de mi vida corredora: el plan Moorcroft

En mi tercer año universitario leí una entrevista a un atleta de entonces (Cayetano Cornet) en la que contaba que decidió dedicarse de lleno al atletismo porque no quería quedarse con la duda de dónde podría haber llegado. Me gustó y pensé que por qué no podía intentarlo yo también. Tenía claro que nunca sería un atleta de élite (y que no era muy inteligente dedicarme de lleno), pero no había sido un mal atleta colegial en mis años en Madrid, y aunque, una vez en Valencia, había corrido muchos kilómetros, pocos fueron de calidad, y tenía la duda de qué potencial real tenía como atleta. Así, entonces, de la revista “Atletismo español”, a la que estaba suscrito, saqué el plan de entrenamiento de quien tenía el récord del mundo de cinco mil metros (David Moorcroft. 13:00:41. No he tenido que consultarlo) y lo adapté al tiempo que disponía. 

Y fui cumpliéndolo. Para esto sí que he sido siempre muy disciplinado.

Celebraron una carrera en el Politécnico. Unos cuatro kilómetros. Fui quinto, pero por mi culpa. Salí conservador, se me fueron, cambié el rimo a mitad de prueba y me faltaron quinientos metros para pelear por la carrera.

Y me empezó a brillar la mirada. Y se me puso sonrisa de estrella del mediofondo.

Me metí en el equipo de atletismo del Politécnico.

Había un cross en Castellón. Me preguntaron si quería ir. Teníamos que hacer noche. Me apunté. No conocía a nadie, pero yo andaba por allí pavoneándome como Steve Ovett. Me sentía muy seguro de mí mismo.

A la hora de la cena, vi entrar a Ramón. Ramón había sido compañero de mi hermano en el colegio y sabía que corría más que yo.

-Vaya. Ya no gano.

Me levanté a saludarlo. Mis andares entonces no recordaron a Steve Ovett y fueron un tanto más modestos.

-Habrás venido a ganar, ¿no?

- ¿Ganar? Pero, ¿tú sabes cómo corre aquí la gente?

Volviendo a mi mesa, sentí que el Steve Ovett que pensaba que llevaba dentro estaba en Nueva Zelanda.

Día de la carrera. Justo antes de la salida recordé lo que siempre nos decía Joaquín, nuestro entrenador en el colegio, antes de un cross -aquí se sale a tope y se coge sitio. Y, después, a sufrir.

Y decidí utilizar esa táctica.

Cinco segundos después de la salida, yendo a tope, fui consciente de cuál era mi nivel real y qué clase de atleta era. Aquellos tíos volaban.

Sufrí como un perro. En los últimos metros conseguí adelantar a dos. No sé cómo quedé. Lo que sí sé es que delante de mí habían llegado más que detrás.

Se me fue la sonrisa de estrella del mediofondo.

Acababa de tener la certeza de que era muy malo.

Confirmé que mi futuro como atleta era muy limitado.

Pero no perdí el brillo en la mirada.

Porque, a pesar de haber sufrido como sufrí, a pesar de haber quedado como había quedado, en el fondo me había divertido.

Porque a mí eso de correr me gustaba mucho.

(Los psicólogos deportivos creo que a esto le llaman motivación intrínseca).

Y ser tan malo no me iba a hacer renunciar a algo que me gustaba.

Y seguí con el plan Moorcroft.

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