domingo, 6 de agosto de 2023

Tú vales, chaval: el socorrista

Se sacó el título de socorrista el pasado invierno. Quería trabajar este verano. Terminó el curso de manera brillante (ya que puedo presumir, presumo). Sin competiciones a las que acudir, tiempo tenía para llenarlo trabajando. Salió la posibilidad de ocupar el puesto de socorrista (salvavidas) este verano en la aldea del Secarral. No lo dudó. Estaba contento. Muy contento.

Trabajar. ¿Qué era trabajar para mi hijo? Un trámite para que te ingresen dinero en el banco. Algo cómodo y llevadero, que no suponía esfuerzo alguno. ¿Socorrista? Ya ves. Un paseo en barca. Se compró unas gafas de sol (la chulería los nadadores ya la llevan de casa) y se preparó para pasar un verano placentero.

Y llegó su primer día. Había pasado dos previos aprendiendo la rutina. Era fácil. Muy fácil. A las once de la noche salió. Problemas con la depuradora. Con el cloro. Se quedó encerrado. Llamando a unos y a otros medio resolvió el problema. La parte técnica del trabajo empezaba dando guerra. Y luego está la gente. ¿Es fácil tratar con las personas? Se quejan. Piden. Protestan. Los que no se comportan. Los niños que corren. Los que están borrachos en la piscina. Y la jornada, que se alarga. Clases de natación a los niños por las mañana. Clases de aqua gym a las abuelas a última hora. Yo lo oía renegar y no dejaba de reírme. Vaya, ¿no querías trabajar? ¿Qué pensabas que era trabajar?

El caso es que ha madurado en un mes una barbaridad. Se ha hecho con el puesto. No se ha encogido. Trabaja lo que haga falta. Hace lo que haya que hacer. Se enfrenta con quien se tenga que enfrentar. Y ha desarrollado sus dotes de narrador. O de humorista. Cuando nos cuenta sus peripecias, sus batallas con los niños, sus anécdotas con las mujeres del aqua gym, yo me parto de risa. Tiene un sentido del ritmo a la hora de narrar, un dominio de la oportunidad, de los silencios, de las palabras…en fin. Que no es el mismo de hace más de un mes.

Termino julio y cobró su nómina. Y sintió que se la había ganado. Lo primero que hizo fue comprarse unas zapatillas. Luego tenía previsto comprar muchas más cosas (con mi primer sueldo…). Pero descubrió el hecho de que, cuando compras algo, el dinero que tienes en tu cuenta corriente baja. Y esa sensación no le hizo mucha gracia. –A ver si voy a ser un rata. Puede ser. Lo que está claro es que gastarte tu dinero, el que te has ganado, no es lo mismo, ¿verdad? Ya no se ha comprado más cosas. Creo que tiene que mentalizarse. No lo sé. Lo que sí sé (por si te sirve) es que estoy encantado de la decisión que tomaste. Y que me alegro de cada uno de los reveses y contratiempos que has tenido. Y que me siento muy orgulloso de cómo los estás encarando y resolviendo. Y de todo lo que has crecido en estos últimos días. Porque tú, hijo mío, nunca te arrugas. Porque tú, hijo mío, eres extraordinario.

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