viernes, 24 de junio de 2022

Y dirás la verdad

Me estoy leyendo "El huerto de Emerson”, de Luis Landero. Al principio de este libro Landero avisa de sus intenciones: tiene necesidad de escribir pero nada que contar. Y cuando uno está en esta situación sólo puede acudir a la memoria, a lo vivido (No escribas lo que sientes, escribe lo que recuerdas y dirás la verdad). A partir de aquí llena páginas de retazos, de imágenes, de pensamientos en los que siempre parte de recuerdos. Y como talento (y sobre todo, oficio) tiene, pues, sin tener nada que contar, no deja de decirnos cosas.

Otro valor que le encuentro a este libro es lo cercano que muchos capítulos me resultan. No voy a decir que Landero y yo hayamos vivido en algún momento vidas paralelas, pero sí que tiene el don de que estés siempre, tal y como lees, pensando –yo también. Yo no, ¿Seré yo así? ¿Habría hecho lo mismo? ¿Cómo lo habría escrito en mi huerto de Emerson? No es un libro que leas como algo ajeno, sino que, al menos a mí, no sé a los demás, te hace pensar, recordar, plantearte algunas cosas. Él juega con las palabras y sus recuerdos y parece que lo haga con un capote o con una muleta y me lleva y me trae por los terrenos en los que él se está entreteniendo.

Un ejemplo. Hay un capítulo titulado “Iluminaciones” en el que trata sobre su infancia (el único Paraíso Terrenal que hemos llegado a conocer) y recuerda frases que escuchó en determinadas circunstancias y que pensó en su momento que le acercaban al mundo de los adultos y que, si las repetía, le harían ser respetado. Frases que no han soportado el paso del tiempo pero que jamás le han abandonado. Cuando, en una tertulia familiar, un tío suyo, que hablaba poco pero con gran solemnidad, dijo –El problema de las grandes ciudades es que los taxis libres van más despacio que los ocupados, y eso entorpece el tráfico. O cuando, en una tienda de ultramarinos, escuchó al tendero decir –aquí no trabajamos el mejillón pequeño.

Y lees este capítulo y piensas cómo lo habrías escrito y empiezas a buscar en tu infancia las frases que quedan de entonces y recuerdas a un profesor en el primer día de clase diciendo –me llamo Enrique y tengo dos apellidos alemanes: López Fernández. O aquel otro profesor que abría los brazos suspirando –donde no hay mata, no hay patata. O aquella escena de Barrio Sésamo donde, basándose en el “Let it be”, cantaban la canción titulada “Letra b” con un estribillo fabuloso –bababebibebaba, letra b. O aquella vecina que, al entrar en casa a recoger algo, dijo –por favor, no se levanten.  O que los tres lagos más importantes de Suecia son el Vänern, el Vättern y el Mälaren. Frases que siempre me han acompañado y que se cuelan cada vez que tienen oportunidad y que procuro ocultar entre sonrisas porque son parte de mi paraíso, de cuando vivía en un domingo prodigioso y no tienen sentido ahora que somos ciudadanos de lunes, feos y tristes.

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