sábado, 28 de mayo de 2022

El azúcar del Turia, la sequedad del Tormes

Salvo una vez, que lo hice en Madrid, siempre he donado sangre en Valencia. Y aquí son muy zalameros. Utilizan eslóganes motivadores como “Colabora con la fábrica de la vida”, te tratan como un héroe, te dicen siempre cuántas vidas has salvado y, aunque luego vienen con el chantaje emocional, siempre terminan como López Vázquez en “Atraco a las tres”. Al principio me chirriaba. Menos pasarme la mano por el hombro y más desgravaciones fiscales. Pero como no era posible (por lo visto), pues se me fue pasando y me acostumbré a los mimos y a las caricias saliendo siempre de donar con la autoestima y la falsa modestia por las nubes.

Ya que durante buena parte del pasado mes de septiembre viví en un hospital en Salamanca, aproveché una mañana para donar dentro del hospital. Había oído hablar de la sequedad y la parquedad de los castellanos viejos pero nunca se sabe hasta qué punto los mitos son mitos.

- ¿Es la primera vez que dona?

-No.

Me piden el DNI.

-No figura usted en la base de datos.

-Nunca he donado aquí.

Me toman los datos, dirección incluida.

- ¿Quiere que le enviemos información que facilite sus futuras donaciones?

-No.

- ¿Por qué?

Este “¿por qué?” escrito no hace justicia a la energía y rotundidad con que fue expresado y a cómo retumbo en la sala.

-A ver. Si me la quieren mandar, envíenmela. Ha visto que no vivo aquí. Vivo un poco lejos. Y no tengo intención de cruzarme España de punta a punta para donar ya que tengo alternativas más cercanas. Pero, si se queda más tranquilo, me la mandan y punto.

A regañadientes puso -no.

Médico. Me pregunta si alguna vez he sido rechazado como donante. Sí. ¿Motivo? Bradicardia. Se me queda mirando con cara de - ¿desde cuándo eso ha sido motivo para no donar? Me sentí un blandengue. Con gesto condescendiente me mandó para la sala. Me cogieron enseguida. Me pusieron la aguja. Abrí y cerré la mano. Me quitaron la aguja. Me pusieron el algodón y el esparadrapo, me doblaron el brazo y me mandaron a la sala de al lado a sentarme y a beber líquido.

-Perdone que les diga cómo tienen que hacer su trabajo, pero esto no es así. En Valencia, una vez te retiran la aguja, nos dejan cinco minutos tumbados antes de dejarnos levantarnos para evitar mareos y desmayos.

-Eso es una tontería. Levántese y váyase ahora mismo a la otra sala.

Obedecí. No me maree. No me desmayé. Pasé miedo en el trayecto.

En Valencia, a la semana de donar, más o menos, te mandan, antes una carta, ahora un correo electrónico, donde te comunican los resultados de tu donación, diciéndote, si es el caso, que has sido negativo en hepatitis, VIH y algunas cosas más, que tu sangre es apta y donde, por supuesto, te halagan al borde de la deificación. En Salamanca recibí un SMS que ponía textualmente -Los resultados de las pruebas analíticas de su donación de sangre con fecha tal han sido normales.

Y luego añadían.

-Muchas gracias.

De nada, hombre. De nada.

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