lunes, 13 de julio de 2020

Grandes reflexiones que cambiarán la faz de la tierra

Le escuché hace años al Cholo Simeone que, como su carrera futbolística había transcurrido principalmente entre España e Italia, en estos dos países habían pasado sus hijos (los mayores. Ahora tiene más) la infancia. Y contaba que estos, cuando hablaban entre ellos, lo hacían en italiano o en español. Pero el español que utilizaban era, por decirlo de alguna manera, el de España. Hablaban sin un acento definido. O no tan acusado. Sólo cuando hablaban con sus padres lo hacían con acento argentino. Es decir, que los chavales, distinguían de manera natural no sólo el idioma que debían utilizar sino, también, su variante. Se adaptaban sin esfuerzo al entorno.

Coincidí hace poco con un amigo inglés que está casado con una española. Tienen una hija que es bilingüe de nacimiento. Me contaba su padre que le fascinaba cómo su hija pensaba en los dos idiomas indistintamente y que no tenía que concentrarse para hablar en uno o en otro. Lo hacía y punto. También me contó los problemas que había tenido la muchacha en clase de inglés. Sabía más inglés que la profesora. Y su inglés no era como el del resto de los alumnos. Y los otros alumnos se reían de ella. Y su hija no lo llevaba bien. Y necesitó ayuda. Por una parte me acordé de los hijos del Cholo. No dije nada, pero, puestos a resolver posibles problemas, también pensé, por otra parte, que no hubiera estado mal que su madre le hubiese enseñado inglés también. Y su padre, español. Y que su hija hubiese hablado un inglés impecable y otro con sus erres, sus jotas y sus zetas bien sonoras. Y un español perfecto y otro con acento guiri. Su hija lo llevaría mejor.

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