sábado, 25 de abril de 2020

Confinados: sobre mi hija y la reina del baile

Quejarme de no poder correr, con todo lo que está pasando, sería reprochable y con razón. Empecé con rabia (la cacareada resistencia al cambio. Habrá una palabra en inglés para ello) subiendo y bajando escaleras. En cuanto me enteré de que era ilegal, lo dejé. No iba a tener problemas con mis vecinos, pero por si acaso. Además, para qué. Me centré en mis ejercicios diarios de fortalecimiento y estiramiento por mi cadera calcificada y, con resignación, pues a agachar la cabeza y ya cambiará el viento.

A mi hijo también, como era previsible, no sólo se le han acabado los entrenamientos en la piscina, sino que, desde la federación, ya han dado por concluida la temporada. Aún así, los entrenadores, todas las semanas, les mandan un plan y, cada tarde, se conectan por categorías y hacen juntos los ejercicios correspondientes. Hacen grupo, no pierden demasiado la forma y llenan los días. Y ya cambiará el viento.

Mi hija parece que haya nacido para vivir confinada y en cuarentena. Con sus trece años y su adolescencia esplendorosa, ha encajado con naturalidad la situación y se ha adaptado perfectamente. Está de buen humor, mantiene el ingenio y su mordacidad en forma y, de alguna manera, siempre está ocupada y nunca se la oye quejarse. Y es raro.

Entre todos los quehaceres de mi hija ninguno tenía que ver con el ejercicio físico. Y aquí entró mi hijo y le preparó por su cuenta una tabla de ejercicios (alguna de las suyas con un factor de corrección de 0,10) para que la hiciera diariamente. Si la hubiésemos preparado Ana o yo nos la habría roto en la cara muerta de risa, pero su hermano tiene bastante predicado sobre ella, así que aceptó y se propuso cumplirla a rajatabla.

Y está cumpliendo. Diariamente. No falla nunca. Cuando vi la naturaleza de los ejercicios y que eran asequibles a un cuerpo maduro y lleno de teclas con demanda de fatiga, decidí apuntarme. Mi hija me aceptó y allí estamos los dos, día tras día, cumpliendo como campeones de tal forma que, en cuanto llegue el verano, voy a salir a todas partes sin camiseta.

Entrenamos con música. Antes de comenzar hacemos una selección de ocho canciones alternando, una ella, otra yo y, así, sucesivamente. Cada uno las elige a su gusto, pero con la intención oculta de impresionar al de enfrente. Tenemos gustos muy distintos y nos recatamos poco a la hora de decirnos -vaya castaña. Ella mantiene la portería a cero (es dura la tía. Y mira que pongo canciones buenas, buenas). Y reconozco que me clavó un golazo por la escuadra con “Listen before i go” de Billie Eilish. La escucho de manera clandestina porque, la verdad, es una barbaridad y no quiero reconocerle su gol.

El no compartir gustos musicales con tus hijos debiera entrar dentro de lo normal. Pero yo lo llevo fatal. Joder, tengo un gusto del cual estoy más que orgulloso (porque es espectacular) y pienso que sería una buena herencia. Y no encajo que no sea así. Y llevo mal sus rechazos. Es más, creo que están resultando mis intentos contraproducentes. La diferencia generacional es una barrera demasiado alta para que yo pueda saltarla. Tendré que desistir. (Desistiré erguido frente a todo. Perdón. El subconsciente).

Ahí estamos con nuestros ejercicios. Termina mi canción seleccionada, que yo he gozado y que ella ha devuelto a corrales. Empieza la suya. “Dancing queen”. Se me ponen los ojos como platos. -Se ha tenido que equivocar- pienso. O se ha colado alguna sin querer. Sin incorporarse siquiera, dice -esta canción es un himno.

No todo está perdido. Sólo hay que dejar que ella encuentre el camino. Y lo va a encontrar. Estoy seguro.

2 comentarios:

Sanfélix dijo...

Es que todo ese disco (¿aún puede decirse "disco"?) de Eilish es muy bueno. No todo está perdido pues. Aunque no se lo digas a la reina del baile, porque si Eilish puede gustarnos a nosotros, que somos tan carcamales, igual deja de gustarle, como cuando el señor Cangrejo utiliza la expresión de moda ("córal") y Perla llama enseguida a sus amigas para decirles que si la usa su padre ya no mola.

El Impenitente dijo...

Suena tan poco córal cuando tú dices córal.

Por eso no se lo digo. Trece años y, ante la posibilidad de tener que pasar una hora andando por la calle con su padre (o su madre) prefiere quedarse en casa a disfrutar del confinamiento.

Escucharé el ¿disco? Si también contiene "Bad guy" ya tiene mucho conquistado.