jueves, 10 de mayo de 2018

La preadolescencia

La Volta a Peu es, en Valencia, la carrera popular por excelencia. Ocho kilómetros de recorrido (Ocho mil doscientos cincuenta metros en su origen), en su mayor parte por el primer y el segundo anillo de la ciudad, con salida y llegada en la Alameda. La Volta a Peu la corre y la anda gente de todas las edades. Ves colegios, madres con hijos, niños en carritos... Siempre se dijo que era la carrera más milagrosa que existe puesto que la termina más del doble de gente que la empieza. Todo vale por conseguir una camiseta. Antes era gratis y llegaron a repartir más de treinta mil dorsales. Ahora cobran (tres euros) y se inscribe una tercera parte. Paco dice que esta carrera no es para nosotros, pero yo la tengo un cariño especial. Corrí sus primeras diez ediciones (en los años ochenta), siempre con el cuchillo entre los dientes, siempre a degüello, a veces solo, otras con el equipo universitario de atletismo, y me recuerda al tipo que algún día fui. No la tengo en el calendario ni la busco pero, cuando coincidió, la corrí. Sin pretensiones. Sin afilar el cuchillo. La hice porque siempre es agradable volver a donde uno fue feliz.

Año 2015. Mi hijo tiene once años y me dice que quiere correr la Volta a Peu. –No sabes lo que dices. Son ocho kilómetros. Y correr no es nadar. No hubo manera. Se encabezonó y ya no le dije que no. El día de la carrera salí temprano, hice doce kilómetros, pasé por casa, metí en una mochila fruta, frutos secos, agua, isotónico y un bono bus, recogí a mi hijo y nos fuimos para la salida. De camino nos encontramos con dos amigos suyos y, junto a sus padres, nos propusimos hacerla juntos. A ver hasta dónde llegamos. Cuando vi que subía el túnel de la Gran Vía hablando con sus amigos empecé a pensar que sobraba el bono bus. Y cuando, a falta de un kilómetro, por las Torres de Serrano, me dio un manotazo y me tendió la mano con un gesto que decía -¿ves cómo sí era capaz?- pues le apreté la mano y se me llenaron los ojos de lágrimas.

Año 2016. Mi hijo tiene doce años y me dice que quiere correr la Volta a Peu. –Como quieras. Un amigo suyo se apunta y también su padre. El día de la carrera salí temprano, hice ocho kilómetros, pasé por casa, metí en una mochila agua e isotónico, recogí a mi hijo y nos fuimos para la salida. La hicimos otra vez del tirón, aunque nos tocó ir esperando a su amigo. Cruzamos la meta todos de la mano, fuimos hacia casa y, cuando nos despedimos, mi hijo empezó a quejarse de que podía haberla hecho más rápida. –Vaya con el gen competitivo.

Año 2017. Mi hijo tiene trece años y me dice que quiere correr la Volta a Peu. –Como quieras. Y después me dice que no diga nada y que no quede con nadie que tenemos que hacerla los dos juntos. Repito –como quieras- pero esta vez hinchado como un pavo. El día de la carrera salí temprano, hice seis kilómetros, pasé por casa, no cogí ninguna mochila, recogí a mi hijo y nos fuimos para la salida. Lo fui reteniendo hasta el kilómetro cuatro y, a partir de ahí, le dejé que tirara. Hicimos una segunda parte muy buena, en progresión, sin dejar ni un momento de pasar gente. Cruzamos la meta de la mano y, después, nos abrazamos. Correr en negativo terminando fuerte y sintiéndote poderoso produce una emoción muy intensa que no entiende de edades.

Año 2018. Mi hijo tiene catorce años. -¿Sabes? Ya han abierto las inscripciones de la Volta a Peu. -¿Y a mí qué me cuentas? Corre tú, si quieres.

Seguramente lo haga. No será lo mismo, pero siempre es bonito volver a donde uno ha sido feliz tantas veces

2 comentarios:

Slim dijo...

jajaja me encanta el final :-)

El Impenitente dijo...

Me alegro. Esta entrada es el final. El resto es preámbulo.