viernes, 20 de febrero de 2015

Dos o tres quince años

En una caja de cartón grande guardo todo lo que tiene que ver con bancos, Hacienda, notarios, contratos laborales, papeles oficiales y similares. Dentro de esa gran caja, y en una de zapatos, guardo también los cuadernos que contienen las más de novecientas poesías que emborroné de mis diecitantos a mis treintaypocos años. Una isla de poesía en mitad de la burocracia. No es el mejor sitio. O sí. Un montón de cuadernos que viven bien sin sobresaltos. Apenas salen de su caja. Bueno, no salen. No es que me avergüence de ellos, pero sí. Estuvieron bien en su época. Me refiero a que estuvo bien escribirlos, no tanto al principio, cuando junté dos líneas y planté mi pose de poeta con la única esperanza de ver si así ligaba más. Cuando comprobé que ligaba lo mismo, aparqué la pose y no lo de escribir. Señal de que me gustaba. También me dio al principio por lo de los concursos y envié a varios, llegando a ganar un segundo premio en el certamen de la localidad de Almenara, sin duda alguna uno de los cincuenta de mayor prestigio en la provincia de Castellón. Luego ya dejé de enviar y sólo escribía. Curioso el género de la poesía pues, como le escuché a Petrarca, debe de ser el único género que tiene muchos más escritores que lectores. Y no me extraña. Yo escribía y lectores, pues pocos. La pobre de Ana. El pobre de Sanfélix. Algún intercambio de vez en cuando con Luis Santángel. Aunque tampoco los agobiaba mucho. Y seguí escribiendo hasta que dejé de escribir. Ya no era divertido. Y alguna vez traté de releerlos. Y sentí mucha vergüenza. Y se fueron a la caja. Y a dormir al cajón.

Pues hoy, no sé por qué (bueno, sí lo sé, pero no viene al caso porque explicar que el tío del gas me ha pedido un papel y he tenido que buscarlo no aporta gran cosa al relato) he abierto el cajón y he visto la caja. Y mientras el tío del gas terminaba (no iba a guardar el cajón sin que me devolviese el papel. Para qué meterlo si después lo iba a tener que sacar, que todo lo tengo que contar), pues he abierto la caja. Y también he abierto uno de los cuadernos. Y no me ha dado vergüenza. Y me ha sorprendido. Vamos a ver, que lo que he leído no es que fuese bueno pero, coño, tampoco era tan malo como pensaba. Se podía leer. Y he estado leyendo. Y ha habido cosas que hasta me han gustado. Y estoy contento. Sin pasarse, pero hoy he recuperado mis versos. Y para celebrarlo, voy a adjuntar alguno. Porque yo también tuve veinte años. Y no sólo por eso.

Éste es del noventa y cinco:

Alguna mala palabra cae como un juego
en tus labios rotos por besos muertos
donde aprendes a hablar con malas palabras
con negras palabras.
De tu libro con mil títulos sólo repites el nombre
que otros te enseñan y agachas la cabeza si me ves
que con los dardos no juegas sólo disparas si el rastro
también te recuerda a mí o acaso
no te deja pensar en mí.

Éste es del noventa y siete:

No creías al ver abrir tu cuerpo
con un puñal de tristeza el aluvión
de los sueños comprometidos hasta dentro de dos
o tres quince días el alegre albergue
de alegres cánticos alegres buenos días
alegre tu cuerpo con sangre de dos o tres
quince vidas que duerme con un puñal
la tristeza con los sueños comprometidos
hasta la muerte que la muerte
ríe alegres buenos días
alegre te mira alegre sonríe alegres
juegos que sentado escondo un puñal
de tristeza que desgarra el juego
tu espalda la muerte ríe harta de reír
alegre tu cuerpo abierto
sangrando los sueños de dos o tres quince
muertes.

Y ya que estamos, otro más. Del noventa y siete:

Ella volvió sin contar muchas cosas, con el rictus de hielo
y la sonrisa de tarde. Con la mano delante
estaba preciosa
y callaba
y mentía.
Mirándola a los ojos
me recuerdo cruzando un puente esquivando los coches
era temprano
yo me iba a casa
ella no existía
y estaba preciosa
con la mano delante.
Aquellos coches rellenaban Madrid como un puzle de tiempo
que a veces se borra
y las calles en zigzag, en diagonal,
era Madrid la ciudad de un turista que echaba tras de él
el puñal que aún me sangra.
Con la mano delante
ella estaba preciosa
y me hablaba
un reguero de hielo
me contaba
aquella tarde.

7 comentarios:

Realice dijo...

Impenitente, querido... después de un millón de años de no aparecer por aquí, esta semana me ha acordado de ti. Y ha sido porque he descubierto que el COI se ha tomado la molestia de restaurar (muy bellamente restauradas) las películas oficiales de las olimpiadas antiguas, y he pensado que quizá te gustaría verlas, con ese aire romántico que desprenden a 'Carros de fuego'. Por el momento, en el canal de youtube del COI sólo encuentro las de Londres 1948, Tokio 1964 y México 1968... pero sé que está también completamente restaurada la de Melbourne 1956, y que debe merecer bastante la pena. La japonesa del 64 es sencillamente una belleza, cinematográficamente hablando (la rodó el director de 'El arpa birmana'): https://www.youtube.com/watch?v=WHt0eAdCCns. En fin... perdona que te asalte de este modo en los comentarios de tu blog, pero es que no tengo otro modo de contactarte. Un beso.

El Impenitente dijo...

Vaya, muchas gracias. Recuerdo que vi estas películas en la tele, cuando Televisión Española era la mejor televisión que había en España y sólo teníamos dos canales, el VHF y el UHF. Espero también que restauren Melbourne 56, aunque no sea más que por ver a Alain Mimoun, tras ganar el maratón, esperando a pie de pista para aplaudir la entrada de Zatopek. He empezado a ver la de Tokio, pero no he podido resistirme y me he ido a la de Méjico 68. Sólo he visto el principio, y lo recordaba perfectamente. La escena a cámara lenta cuando sube la que hizo el último relevo de la antorcha es fabulosa. Y luego, tras la suelta de palomas, cuando aparece Lee Evans corriendo como un poseso en la última posta del relevo estadounidense del 4x400...maravilloso. Qué equipo aquel, con Vince Mathews, Ron Freeman, Larry James y Lee Evans.

Me gustará volver a verlas, sí. Muchas gracias de nuevo. Estás perdonada por el asalto. Otro beso y hasta dentro de un millón de años.

Sanfélix dijo...

Cojonudamente bueno. "Dos o tres quince años". Qué bueno. Si mis artistas favoritos son mis amigos imagínate como será mi amicísimo. Me expande la mente.

El Impenitente dijo...

El vino de Almirante Maroto no sé si te expande la mente pero te la ha dejado hecha trizas. Aún así se agradece, aunque no sea más que por tu condena de ser el último lector del último bloguero. Iremos a visitar la tumba del soldado japonés que pasó tantos años escondido en Filipinas tratando de ganar el solo la Segunda Guerra Mundial.

Juana Casimiro dijo...

Yo no tengo cajas. Tengo carpetas. En una de ellas duerme Joselí. La semana pasada, curiosamente, sin tío del gas de por medio, lo saqué de la suya. Y lo leí. Ahora mismo está aquí, a mi lado. Lo dejé respirar para que me recordara que tengo que convencerte para que escribas algo de doscientas páginas... Yo también leí esos versos y me gustaron. Y por aquel entonces no tenía yo quince ni dos quince años

El Impenitente dijo...

¿Y ha envejecido bien Joselí? ¿Le sienta bien el aire o respira mejor dentro de una carpeta?

Doscientas páginas. Pocas se me hacen con los tochos de Posteguillo de mil y pico que no me dejan respirar. Aunque las historias de romanos podrían ser un buen referente para los desvaríos de Zepporro Máximo. Está en la carpeta de pendientes. Algún día saldrá también a respirar.

SisterBoy dijo...

La generación del 97 aún está por descubrir!